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Cuba, EEUU, Relaciones

Pusimos la embajada ¿y qué?

La burocracia cubana, tan corrupta como ineficiente, no puede olvidarse de perfeccionarse a sí misma si quiere cautivar a un mercado tan grande y exigente como el norteamericano

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Este primer día de julio ha sido definitivamente un día histórico. Constituye el resultado tangible de la voluntad de ambos gobiernos de poner fin a un período de intolerancia y animosidad. Las conversaciones iniciadas el 17 de diciembre entre los gobiernos de Estados Unidos y Cuba, incluyendo un encuentro y varias conversaciones telefónicas entre el general/presidente Raúl Castro y el presidente Barack Obama comienzan a dar frutos.

No obstante, aunque resulte paradójico, al parecer la mayoría de los políticos y empresarios norteamericanos han acogido el proceso de restablecimiento de relaciones diplomáticas con más efusividad que sus contrapartes cubanas. No han faltado las horas de transmisión ni los ríos de tinta para hablar sobre el tema en la prensa estadounidense. Se han producido sendas visitas de senadores, congresistas y otros políticos norteamericanos, incluyendo el gobernador de Nueva York. Varios altos ejecutivos de multinacionales norteamericanas han resaltado su presencia en La Mayor de las Antillas y alguna que otra celebridad ha decidido aprovechar el momento para posar entre automóviles antiguos. Incluso desde el primer momento el secretario de Estado John F. Kerry mostró el deseo de visitar La Habana para izar su bandera en la que próximamente será embajada de Estados Unidos de América, algo que confirmó en los más recientes discursos.

Por el lado cubano se mantienen las notas de prensa escuetas e incapaces de satisfacer a los lectores. Por ahora, los únicos encuentros de representantes cubanos con sus contrapartes en tierra norteamericana ha sido la delegación a las conversaciones con el Departamento de Estado y los periodistas seleccionados para cubrir los eventos. Hasta la fecha no se ha suscitado una delegación del máximo órgano de poder del Estado cubano, y el papel de nuestros diputados, como de costumbre, ha sido relegado al de meros espectadores. Afortunadamente, el canciller Bruno Rodríguez participará en la apertura de nuestra embajada en Washington junto con parte de la sociedad cubana. Esperamos que incluya a una amplia representación de nuestros legisladores.

Es menester notar que el secretario Kerry ha reiterado en varias ocasiones que uno de los logros de tener una misión con pleno funcionamiento en La Habana será la oportunidad de asistir más efectivamente a los estadounidenses presentes en la Isla. Lamentablemente, ni el gobierno ni la cancillería de la Isla han hecho iguales declaraciones hacia los cubanos residentes en Estados Unidos, una cifra que supera al millón y medio de antillanos. La apatía que sienten la amplia mayoría de los inmigrantes cubanos, independientemente de su afiliación política, hacia las legaciones cubanas en cualquier parte del mundo, no tiene otro culpable que el propio gobierno. Los consules de la República nuestra, salvo raras y dignas excepciones, han ejercido un papel de meros tramitadores y cajeros del Estado, obviando su obligación también de asistir y representar los intereses y las personas de nuestros conciudadanos, incluyendo los emigrantes, por dondequiera que se encuentren.

El proceso de normalización de relaciones entre dos países con sistemas e ideologías distintas implica la capacidad de adaptarse a convivir y mantener relaciones amistosas con un vecino que no dudará en alzar la voz para criticar lo que considera contrario a sus valores patrios. El gobierno y pueblo cubano reclamamos legítimamente la devolución de la Base Naval de Guantánamo y el fin del bloqueo/embargo. Sin embargo, resulta útil pensar que durante la historia reciente, hemos tenido fuertes e importantes socios comerciales, incluyendo la Unión Soviética en su tiempo y actualmente China, Rusia y la Unión Europea, y aun así la economía cubana continúa estancada. ¿Será el comercio con Estados Unidos la solución a nuestros problemas económicos? ¿Seremos capaces de aprovechar y explotar las potencialidades que ofrecería una etapa posbloqueo? ¿Estaremos a la altura de brindar oportunidades a inversores norteamericanos más allá de la etapa de redescubrimiento y brindar productos y servicios al menos con la misma calidad de nuestros competidores? ¿Sabremos insertarnos inteligentemente en el mercado estadounidense? ¿Podremos apartar la animadversión y el rencor entre los hijos de la Casa Cuba, y aceptarnos con ideologías distintas siempre basadas en el respeto a la soberanía nacional?

Estas preguntas denotan el desafío que nos espera. Recientemente, distintos medios de prensa y varios especialistas han catalogado a la Isla probablemente como la próxima Singapur del Caribe. No obstante, queda muy lejos ese camino. No por falta de oportunidades, sino por falta de mentalidad.

La economía cubana no ha cambiado su estructura de comando y alta centralización, recayendo en una dinámica aún obsoleta para los nuevos tiempos. Los políticos cubanos aún se aferran y mantienen esperanzas en proyectos multimillonarios con inversión extranjera, que si bien son necesarios, dejan de lado el papel no menos importante del sector privado y las PYMEs. Concepto este último con el cual al parecer no se encuentran familiarizados los zares de la economía en Cuba.

El gran problema del cuentapropismo es que fue ampliado con la intención de cesantear a gran parte de la abultada burocracia nacional, no con aquella de hacer prosperar económicamente a los empresarios y emprendedores criollos. De tal manera que el cuentapropismo es un mero espejismo ante el exceso de regulaciones, seguridad jurídica endeble y ausencia de empoderamiento con incentivos fiscales, mercados mayoristas, un organismo especializado para asesorar y capacitar a los nuevos empresarios, plena integración en la Cámara de Comercio de la República, imposibilidad de exportación y negociar con empresarios foráneos y la enumeración por renglones de las actividades posibles a desarrollar. Con todos estos escollos, el sector privado se erige más cómo entretenimiento que como negocio para la población.

La burocracia cubana, tan corrupta como ineficiente, no puede olvidarse de perfeccionarse a sí misma si quiere cautivar a un mercado tan grande y exigente como el norteamericano. El buen y rápido servicio será clave para lograr gestiones y transacciones que satisfagan a los nuevos inversionistas. Se deberá expandir la cartera de inversiones y abandonar la política de numerus clausus, tanto en esto último como en las actividades a desarrollar por el sector privado. Se nos impone desarrollar las comunicaciones (incluyendo Internet), aumentar la confiabilidad en Correos de Cuba y permitir el libre intercambio de ideas. Incorporar la transparencia a todos los niveles y la independencia de los distintos órganos del Estado resulta indispensable si pretendemos ser líderes a nivel regional y eliminar la amplia corrupción en nuestro país.

La posición geográfica tan provechosa para nuestra Isla, resulta estéril si no sabemos aprovecharla plenamente. Para Cuba, como nación, es imperioso reclamar el papel histórico que le corresponde como puente entre las Américas, y entrada desde Europa y África. El futuro de un país próspero se nos va en ello. Pero ello requiere eficiencia en todos los aspectos económicos, políticos y sociales de nuestra vida nacional. Necesitamos como sociedad potenciar los aspectos positivos de la nación y eliminar todo aquello y aquellos que se interpongan, sin vacilación ni miramiento de ningún tipo. De lo contrario, jamás tendremos una Cuba más próspera, estable y democrática.

Por otro lado, Estados Unidos también deben renunciar definitivamente a la política de cambio de régimen, algo que atañe única, exclusiva y soberanamente a los cubanos. Sin el abandono de estas prácticas la embajada norteamericana seguirá catalogada por el gobierno cubano como centro de conspiración y verá afectada la posibilidad de ejercer sus funciones, incluyendo la de relacionarse directamente con todo miembro de la Sociedad Civil que desee acercarse a sus actividades. Si tanto Estados Unidos desea un cambio en Cuba, el papel que le toca jugar a los representantes norteamericanos en La Habana será el de liderar por ejemplo.

Si la apertura de embajadas no implica un cambio de actitud y desmontar estructuras anquilosadas en uno y otro lado del Estrecho, políticos de ambas partes, diplomáticos y ciudadanos en general nos preguntaremos repetidamente: pusimos la embajada ¿y qué?


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