Querida Guerra
Vivimos ya en una dulce tiniebla que nos complace y adormece, hasta que llegue tal vez tu golpe final
Aquí estoy, pegado al televisor y pendiente de tu próxima llegada. Para ser más exacto, de tu posible llegada hasta nosotros. Y eso me asusta, porque cuando estás lejos simplemente me interesas. Eres como una película de horror, que sí tiene escenas más o menos siniestras, permite entretenernos, decidir si las víctimas son torpes o el monstruo demasiado repugnante, quién ganará, cuál escena nos paró más los pelos, ¿tiene algo de razón el monstruo porque fue una criatura abandonada? Y en la medida de lo gruesa que sea nuestra particular cámara de resonancia, apasionarnos y desear que acaben de matar a alguien. Generalmente, al monstruo. Es como un encuentro deportivo, aunque con sangre como elemento dramático central.
Te tengo ahora más que nunca en mi memoria. Se lo debo a dos fotografías de la Primera Guerra Mundial, tomadas en Verdún. Muestran dos misas, tan santas una como la otra. En una, los fieles que reciben la comunión son alemanes; en la otra, soldados franceses. Parecen pedir al mismo Dios la victoria ese día, con la inherente muerte del enemigo, que rogaba exactamente por lo mismo ante otro altar. Qué decisión para Dios. ¿A quién habrá favorecido? Seguramente a los dos porque la muerte recogía diariamente a muchísimos de ambos. Murieron más de 8.500.000 en total. Todos esperaban, quizás convencidos por la misma fe en el Señor, sobrevivir al horror de aquel día, y si no, alcanzar el premio celestial por una honrosa muerte, patriótica y valiente. Era como en el Valhala nórdico, resintonizado a lo largo del Frente Occidental en Verdún, Somme y Passchendaele. A este cronista le es imposible relatar lo que sucedió después del combate ese día de santos sacramentos.
Al parecer la muerte es tu objetivo principal, pero como la vida está indisolublemente ligada a la muerte, podrás responderme que eres solo uno de los balances de la existencia. “La historia de la humanidad es la historia de las guerras”, dijo alguien alguna vez, ahora es una frase copiosamente repetida. Y parece que es verdad. De los últimos 3.400 años, los seres humanos hemos estado en paz solo 268. Así que te concedo: Guerra, eres casi tan humana como nosotros mismos. Y la paz en realidad debe ser una utopía, un mito que nos hace sentir mejor, porque si nos miramos en un espejo mágico, como el de la bruja de Blancanieves, tal vez veremos un rostro horrible, al que tememos. Preferimos entonces pensar en la Justicia, que justifica todo horror; en librar la guerra que terminará todas las guerras; en la nobleza solo implícita en los nuestros, que deben acabar con todos los otros, desalmados.
Hemos disfrutado a lo largo de 35 siglos de guerras santas, revoluciones, guerras religiosas, conquistas heroicas, guerras comerciales, guerras por amor y por odio, y hasta guerras por estupideces, que tienen un esterilizado nombre académico: accidental. Así que, querida Guerra, te hemos construido minuciosamente, y tan bien compuesta estás que gran parte del progreso humano dicen que te lo debemos a ti. ¿Por qué denunciarte horrorizados si somos nosotros quienes te creamos, y quienes alimentamos constantemente tu nefasto sistema digestivo en las batallas? Se dice que la primera de tus víctimas es la verdad, y eso sucede cada día y cada noche en el trayecto que te acerca hacia nosotros.
Vivimos ya en una dulce tiniebla que nos complace y adormece, hasta que llegue tal vez tu golpe final. Los arquetipos del combate ya están en pie de lucha en Ucrania y en Gaza. Amenazan en Jerusalén, ciudad santa para tres religiones y, en dos de ellas, muchos se odian. Focos de fuego surgen en el Líbano y el norte de Israel. Irán acecha desde el este. Israel no puede renunciar a vengar sus muertos masacrados el 7 de octubre y le piden un imposible: respetar las leyes de la guerra. No bastan los palestinos muertos bajo el bombardeo de Israel. Estados Unidos desplaza naves de guerra a la zona con el objetivo de disuadir a Irán. En Chicago Joseph Czuba asesta 26 puñaladas a Wadea Al-Fayoume, niño de seis años, por ser musulmán y de origen palestino. Wadea muere. Su madre, también apuñalada por Czuba, sobrevive. Masivas manifestaciones propalestinas en el mundo. Israel tiene todo el derecho a defenderse, declaran varios países de la OTAN. China y Rusia apoyan a los palestinos. Israel pide públicamente que António Guterres, secretario general de la ONU, renuncie.
Podemos decir que la mesa está servida.
Querida Guerra, ¿hasta dónde llegará esta vez tu festín?
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