Actualizado: 18/04/2024 23:36
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¿Quién compra a Mariela Castro?

La hija del general es el rostro amable de un orfeón de militares y burócratas. Es la relacionista pública del clan.

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Mariela Castro, la hija del general-presidente, tiene el don de la placibilidad. En realidad, a muchos les cae bien, sobre todo a buena parte de los izquierdistas, los liberales, los progresistas, las feministas, los gays, las lesbianas y, en general, a los no-homofóbicos. Y hay serias razones —además de su aura cándida— para que caiga bien: ha hecho un excelente trabajo en el área de la educación sexual y en la socialización de normas de tolerancia ante las preferencias sexuales.

Su trabajo ha sido un reto para las tradicionales posturas homofóbicas predominantes en la sociedad, que durante los primeros años de la vida revolucionaria se convirtieron en cruzadas criminales, mediante las cuales se recluyó a muchos homosexuales en campos de trabajo para "reeducarlos y convertirlos en hombres" de la patria.

En realidad, Mariela Castro no ha estado sola. Debemos recordar que desde los años noventa hay una recuperación del tema a través del arte (Fresa y Chocolate, de Gutiérrez Alea), y que siempre la comunidad gay fue capaz de resistir la represión y la estigmatización, lo que le permitió sobrevivir sin renunciar a sus deseos.

Pero, hay que reconocer que Castro Espín impulsó el tema por los pasillos de la política. Y por eso es tan simpática y refrescante. Tan atractiva para una izquierda que mira los escombros de la revolución cubana, queriendo reconocer en ellos una lucecita de esperanza, un indicio de que no todo está perdido, entre tantos dirigentes decrépitos, incapaces de pensar un milímetro por encima de sus mezquinos intereses personales y de sus megalomanías cansadas.

Sin embargo, hay que hacer tres objeciones a los que han comprado ese producto político llamado "Mariela Castro". No sólo a los que les cae bien, sino también a los que ven en ella el futuro que despierta.

Cuando nos rendimos a los atractivos de la hija del general-presidente, cuando nos encantamos con sus discursos sencillotes con poses de colegiala sorprendida, cuando nos enorgullecemos de verla resaltando la originalidad cubana para las cosas que todos hacen, entonces estamos comprando, junto con Mariela, uno de los peores futuros que puede tener la Isla.

Derechos consentidos

Castro Espín es parte de un paquete político en el que se incluye, inevitablemente, al general-presidente.

En primer lugar, ella impulsa los derechos sexuales en un contexto particularmente parco en derechos civiles y políticos, de manera que cuando los gays tengan derecho a celebrar en La Habana —o en cualquier parte del país— sus marchas alegóricas, lo harán de manera consentida.

La sociedad cubana carece, casi absolutamente, de ese exquisito toque liberal de derechos y libertades. Sus considerables logros sociales no compensan este terrible déficit. Y, por tanto, nadie es titular de un derecho cívico o político, excepto cuando el gobierno consiente que así sea.

Los homosexuales tampoco, por mucho que se esfuerce l'enfant terrible de la sexología nacional. Y, por consiguiente, están expuestos a la confiscación de sus cuotas de libertad, al menos que sean capaces de subordinarse al nuevo parámetro de sometimiento, ciertamente más cómodo que el existente cuando eran internados en los campos de trabajo forzado, pero sometimiento al fin y al cabo.

Y el nuevo parámetro consiste, precisamente, en portarse bien, muy bien, en términos políticos. Es decir, y esta es la segunda objeción, implica la esterilización política de dicho sector social. Ya ha sucedido con los escritores y los artistas, aupados por un pacto especial que les otorga algunos privilegios para viajar, casi libremente, hacer asambleas catárticas cada cinco años y ganar dinero sin grandes limitaciones, siempre que no intenten extender sus derechos al resto de la sociedad. Y con ello, la proliferación de bolsones sociales políticamente domesticados, perfectamente compatibles con el autoritarismo predominante.

En esto no puede haber confusión. Unamuno dijo: si la libertad es sólo para una parte de la población, no para todos, termina siendo una ilusión de libertad, una apariencia, incluso para quienes la disfrutan.

Y, finalmente, Mariela Castro es parte de un clan político en formación, apoyado en las Fuerzas Armadas, cuyo núcleo es la familia Castro. Fidel, con una visión dieciochesca de la familia, nunca pudo hacerlo. Pero Raúl sí, aupando incluso a algunos hijos de su hermano. Muy particularmente al más emblemático de ellos, el recordado Fidelito, un sexagenario que ha demostrado día a día que una cuna de oro no garantiza prestancia.

Más relevantes que Mariela son, por ejemplo, su hermano Alejandro, general a cargo de los oscuros servicios de inteligencia. O su cuñado Rodríguez López-Callejas, director del grupo empresarial de la Fuerzas Armadas, un verdadero imperio económico con muy fuertes vínculos con el capital internacional.

Mariela es el rostro humano del orfeón de militares, tecnócratas y burócratas partidistas que se mueven entre el inmovilismo y el avance hacia una restauración capitalista, al estilo chino, con el invaluable aporte de los subsidios venezolanos. Es la relacionista pública del clan.

Desde su posición aboga por una renovación del socialismo, como suelen hacerlo los críticos consentidos del sistema, sin referirse a lo fundamental: la libertad, la democracia y la necesidad de reemplazar a la élite autoritaria y corrupta. Como decía Alan Wolfe, habla del amor sin mencionar el sexo. O como dicen en Cuba, toca la cadena, pero nunca al mono.

En resumen, puede apreciarse el trabajo de Mariela Castro en el Centro Nacional de Educación Sexual (CENESEX). Debe aplaudirse que ello conduzca a una definitiva extirpación de la homofobia y al desarrollo de una cultura de tolerancia frente al otro, aun cuando sea en el campo limitado de la sexualidad.

Sin embargo, comprarla como producto político es otra cosa. Al menos, para cualquiera que esté verdaderamente comprometido con la democracia y la libertad.


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