Actualizado: 27/03/2024 22:30
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¿Quiénes somos 'todos'?

Sólo la incondicionalidad hacia el régimen abre las puertas del reconocimiento y la valoración del poder.

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No llama mucho la atención la noticia de que los familiares de los cinco agentes infiltrados por La Habana en Estados Unidos, que cumplen largas condenas por espionaje en cárceles norteamericanas, han recibido en su nombre el premio de inspiración martiana llamado "La Utilidad de la Virtud". Estamos acostumbrados a que la élite gobernante y sus corifeos de turno se "cocinen en su propia salsa" de autobombos y adulaciones.

Sin embargo, sí provocó inquietudes y sobresaltos la afirmación —argumento del otorgamiento— de que el galardón está inspirado en el concepto martiano de "Con todos y para el bien de todos". Se podría deducir de tal afirmación que las autoridades están animadas por la perspectiva martiana de valorar al hombre por su naturaleza, colocando los más esenciales valores humanos encima de criterios políticos, ideológicos, prejuicios e intereses que marcan las diferencias y desbalances que todavía empañan las relaciones políticas y sociales en el mundo.

Si la historia y nuestras experiencias cotidianas no fueran prueba de que la exclusión e intolerancia son referentes que definen el comportamiento de los gobernantes en la Isla hacia sus ciudadanos, este rampante divorcio entre las palabras y los hechos podría pasar por alto.

Constituye una ofensa a la inteligencia y la dignidad ajenas presentarse como respetuosos del más legitimo ecumenismo social, después de casi medio siglo ejerciendo un poder que alimenta el miedo como mecanismo de control; que tras monopolizar los espacios de realización personal y social, condiciona el acceso e incluso los reconocimientos a la extrema fidelidad a los designios de los "de arriba", sin detenerse cuando cree necesario utilizar el chantaje, la coerción y la represión para garantizar la eterna inmovilidad de ese gobierno que se asume como infalible e incriticable.

Fieles a la práctica estalinista de convertir a los hombres en dioses para traicionarlos, manipulando su legado, La Habana no pierde oportunidad para tratar de legitimarse como continuadora de los principios y la obra martiana.

Llega incluso al desvarío de asumir el Partido Revolucionario Cubano (PRC) como antecedente de ese unipartidismo útil, pero nada democrático, con el que ha ahogado por más de cuatro décadas el pluralismo del pueblo. O también su tendenciosa tergiversación del apóstol como promotor de la realización de labores agrícolas por parte de niños y adolescentes sin edad laboral legalmente reconocida.

La lógica y la verdad histórica indican que José Martí fundó su partido para cumplir un cometido político específico y no para erigirse como representante absoluto de la nación, sin contar que nunca pensó crear una policía política para perseguir a quien no estuviera de acuerdo con sus ideas; y que su alta valoración de la necesidad de compaginar el estudio con el trabajo favorecía llevar a las escuelas el ambiente y las experiencias laborales y no someter a los alumnos a intensas jornadas de trabajo no remunerado.


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