Actualizado: 23/04/2024 20:43
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Quince años después

La 'Carta de los Diez': Un desafío intelectual al castrismo.

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Es cierto: no fuimos los primeros. Antes que nosotros Ricardo Bofill y Elizardo Sánchez, entre otros, ya habían creado la primera organización para defender los derechos humanos, conculcados en la Isla desde el mismo triunfo de la "Involución", como le gusta decir a una amiga entrañable.

Se ha dicho, en estos tres lustros, que poco o nada se consiguió con la Declaración de los Intelectuales Cubanos. Y que el texto en cuestión era muy tímido. Que debió ser más agresivo, o más viril. Y que los reclamos contentivos en esa hoja es —fueron— una entelequia, o sencillamente no pasó de ser una algazara de un puñado de intelectuales irresponsables para centrar en ellos —nosotros— los ojos de la prensa extranjera.

Y de los adversarios de la Plaza de la Revolución. No es cierto o, para decirlo de una manera más adecuada o diplomática, están equivocados.

En estos quince años transcurridos, el régimen de La Habana sigue igual. O sea, que el cuartito está igualito: no hay pan ni libertad ni justicia. Y escasea todo, empezando por lo más elemental. Y de ello, por ejemplo, puede dar cuenta la muy famosa —y sombría— Primavera Negra, de marzo de 2003, cuando los gendarmes de Castro arrastraron a las cárceles a 75 luchadores por la libertad y la democracia.

Pedimos entonces lo que podíamos pedir y estaba a nuestro alcance: "Elecciones directas a la Asamblea nacional, sin restricciones; eliminación de las exclusiones migratorias; reactivación de los mercados libres campesinos, para evitar la hambruna que se nos avecina; petición de asistencia a los organismos especializados de Naciones Unidas, con el fin de paliar la escasez de medicinas y el previsible aumento de la mortalidad; y decretar amnistía a todos los presos de conciencia y a aquellos que intentaron abandonar el país de forma clandestina: No se puede condenar a un ser humano por seguir el dictado de su instinto de conservación".

Y con la excepción de Manuel Granados —que falleció en Francia poco después de salir al exterior, casi inmediatamente de la firma del documento—, todavía están (estamos) vivos y gozando de cierta (y discreta) buena salud: María Elena Cruz Varela, Roberto Luque Escalona, Raúl Rivero Castañeda, Fernando Velázquez Medina, Manuel Díaz Martínez, Víctor M. Serpa Riestra, Nancy Estrada Galván, José Lorenzo Fuentes y Bernardo Marqués Ravelo, que soy yo. Todos ahora en el exilio.

Estos fueron los diez primeros, a los que luego se sumaron, entre otros, el germanista Jorge Pomar Montalvo, ex combatiente internacionalista en las guerras de África y hasta ese momento militante del Partido Comunista de Cuba, el actor y cantante Alberto Pujol Parlá, y el cineasta Ricardo Vega Figarola.

Creo que si algún valor tiene la muy traída —y llevada— declaración, es la de sentar un precedente epocal. Aunque sin pertenecer a una misma generación, los firmantes, por separado, sin previamente ponerse de acuerdo —hasta donde sé—, comprendieron que era el momento justo de hacer un pronunciamiento público que, al menos, salvara la honra para las siguientes promociones de cubanos.


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