Actualizado: 18/04/2024 23:36
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Clase media, EEUU, Biden

¿Renacerá la clase media bajo Biden?

Estados Unidos ha regresado a la época de los Vanderbilt, Rockefeller, Carnegie y Morgan de finales del siglo XIX

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Si el destino de los políticos que favorecen a los más prósperos dependiera solo de los intereses económicos de quienes acuden a las urnas, la aritmética definiría los resultados: los ricos son menos, los pobres son más.

No ocurre así. En el grupo de los que patrocinan los privilegios o beneficios para los que más tienen hay no solo ricos, sino otros que se identifican con esas políticas y lo hacen por diversas razones, desde una especie de empatía hasta un sentimiento de pertenencia de clase, por supuesto imaginario.

Pero también está presente la identificación con una serie de valores que trascienden una definición utilitaria estrecha, y en la que entran desde criterios familiares hasta valores económicos más amplios. En última instancia, ni los electores se dejan desviar permanentemente de los problemas que afectan sus bolsillos, pero tampoco emiten juicios acordes a la realidad en todo momento.

Los ciudadanos no siempre votan de acuerdo con lo que es mejor para sus propios bolsillos. Entre 1979 y 1995, los trabajadores norteamericanos aceptaron con complacencia las desigualdades en riqueza e ingreso y el aumento vertiginoso de las ganancias corporativas.

Los votantes favorecieron a los candidatos republicanos dispuestos a recortar los impuestos (Reagan) y castigaron a los que los aumentaron (Bush padre). Si eligieron a Bill Clinton fue porque era un demócrata centrista, pero en 1995 beneficiaron en sus boletas a Newt Gingrich y a un nuevo Congreso republicano.

La mayoría de los norteamericanos acogieron con satisfacción la reforma del sistema de asistencia social, al que culparon de gran parte de los problemas económicos de la nación, aunque tal medida solo le ahorró al país mucho menos del uno por ciento del producto nacional bruto.

Las letanías de que las diversas reducciones de impuestos beneficiarían solo a los ricos tuvieron poco efecto en las urnas, y cualquier propuesta para regular los negocios fue inmediatamente tachada de comunista o izquierdista, antinorteamericana o anticuada.

El auge económico de los noventa hizo olvidar el aumento de la brecha que separa a ricos y pobres. La gran recesión ocurrida durante el segundo mandato de George W. Bush permitió la llegada al poder de Obama. Pero, aunque este último pudo superar en buena medida la crisis económica, las desigualdades no solo persistieron sino aumentaron, y una mejora general de ingresos no se materializó.

Donald Trump llegó a la Casa Blanca por esa insatisfacción, además de factores culturales y su habilidad para vender culpables, reales o en apariencia: China, los inmigrantes ilegales, las medidas de protección ambiental.

Sin embargo, su mandato no impidió —más bien propició— esa vuelta de Estados Unidos a una forma de capitalismo anterior a 1929 que los diversos gobiernos de Franklin Delano Roosevelt, y luego John F. Kennedy y Lyndon B. Johnson dejaron atrás.

Como señala el exasesor republicano Kevin Phillips en su libro Wealth and Democracy, Estados Unidos ha regresado a la época de los Vanderbilt, Rockefeller, Carnegie y Morgan de finales del siglo XIX.

El gobierno de Joe Biden se ha iniciado con algunas medidas que, además de traer de nuevo la cordura al país, buscan atenuar las enormes diferencias sociales y económicas, en medio aún de la crisis por la pandemia. Algunos comentaristas incluso han hablado —quizá con demasiado entusiasmo— que Biden podría ser un nuevo Roosevelt.

Difícil ser tan optimista. Pero cabe esperar que, para su supervivencia, esta nación tome un rumbo más sensato; que renazca el énfasis en que el avance tecnológico también debe reflejarse en mejores beneficios para todos y no solo en las cuentas bancarias de los grandes ejecutivos y poderosos accionistas.

Aunque el tema del deterioro de la clase media ha imperado en el discurso político de los dos principales partidos —y definido un buen número de promesas y críticas al contrario—, hay que esperar aún por el fin de la pandemia para ver si los planes de la nueva administración, y las posibilidades legislativas de un Congreso en que los demócratas ejercen un dominio limitado, puedan detener ese declive.

Si la época de Trump se caracterizó por el espejismo de la promesa de una vuelta al pasado, Biden no puede limitarse a un ajuste de cuentas hacia la normalidad. Para hacer avanzar al país no le basta con la astucia, también necesita de la osadía.


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