Actualizado: 18/04/2024 23:36
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Réquiem por el sabotaje

Frank País García: ¿Un pacífico luchador que no creía ni en Dios?

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Parece ser verdad aquello tantas veces repetido de que la historia la escriben los vencedores. En el caso de lo que por tradición se ha consentido en llamar revolución cubana han sido ampliamente comentadas las manipulaciones, tergiversaciones, omisiones y ocultamientos con que el poder establecido pretendió crear y apuntalar la imagen del régimen y, sobre todo, dar fundamento y justificación a sus comportamientos y designios, aunque para ello haya tenido que barrer con la verdad histórica.

Una de las últimas hazañas del gobierno cubano en este campo fue una semblanza de Frank País García, quien combatió contra la dictadura de Fulgencio Batista (1952-1958), en ocasión de cumplirse el aniversario 49 de su muerte. La caracterización omite totalmente toda referencia a su militancia y compromiso religioso, así como el nombre completo de su cargo: jefe de acción y sabotaje, y lo define, ora como jefe de acción a secas, ora como jefe de acción clandestina del Movimiento 26 de julio.

En el primer caso cuesta trabajo entender que se niegue u omita algo que era tan caro al "entrañable compañero de lucha". ¿No se acepta ya que los revolucionarios puedan reconocer y practicar abiertamente las creencias religiosas que tuvieron que esconder durante años? Acaso con la omisión se pretende inducir que el personaje tenía alguna tendencia comunista o podía "comulgar" ideológicamente con el devenir posterior de esa revolución que antes era, según la predica de sus líderes, nacionalista y humanista.

Valdría la pena saber qué piensan de tamaña tergiversación los hermanos de fe de Frank País, que pocas horas después del interesado olvido mediático se dieron públicos golpes de pecho a favor de la salud del gobernante que más ha agredido al ejercicio de la libertad religiosa en el hemisferio occidental.

El pasado y la violencia

Por otra parte, convertir al temido jefe de acción y sabotaje en cualquier otra indefinida cosa puede ser el reconocimiento tácito, tardío e insuficiente de que ningún propósito u objetivo justifica utilizar la violencia y el terror para poner en peligro las vidas de personas inocentes e indefensas.

¿Acaso al gobierno no le tiembla la mano para ejecutar a sus héroes y reprimir a sus opositores pacíficos, no le alcanza el valor para asumir de manera consecuente sus acciones pasadas, o para reconocer abiertamente lo negativo de aquel proceder más allá de las coyunturas históricas?

Está claro que el descrédito y rechazo que felizmente provocan en estos días esas prácticas violentas impulsa a las autoridades cubanas a intentar limpiar su imagen con la manipulación de términos, conceptos y denominaciones, pero los hechos de ayer y hoy hablan por sí solos.


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