¿Se puede ser republicano y gay?
Una de las cuestiones claves radica en reconocer que la orientación sexual es diferente al género y a la identidad de género
Cada vez más difícil. Hasta la elección de Donald Trump como presidente, en 2016, resultaba fácil y hasta natural mantener una preferencia política derechista y al mismo tiempo asumir criterios más amplios sobre la orientación sexual. Incluso Trump llega a defender la participación de homosexuales en el partido durante su candidatura. Ahora todo se ha complicado bastante —¿o simplificado al extremo?—, al punto que los políticos republicanos se sienten cada vez más inclinados a apoyarse en el voto retrógrado y la ultraderecha cristiana. No es que hayan desaparecido los políticos republicanos gay. Ahí está George Santos, representante republicano en el Capitolio. Es que se están volviendo excepción.
Una de las cuestiones claves radica en reconocer que la orientación sexual es diferente al género y a la identidad de género. Ser transgénero no es lo mismo que ser gay, lesbiana o bisexual. La orientación sexual trata de la persona con quien se quiere estar. La identidad de género tiene que ver con quién uno es o aspira a ser mediante un cambio inducido en el organismo.
La ultraderecha religiosa y las iglesias y sectas en general —que no admiten el homosexualismo— se han lanzado con todas sus fuerzas a las llamadas “guerras culturales”, donde la identidad de género juega un papel fundamental. Por una parte porque consideran que se ha ido muy lejos en este aspecto en la sociedad actual. Por la otra es que han encontrado una cuña —para ellos perfecta— para entrarle al problema de la orientación sexual mediante la identidad de género. No se trata de ir contra los gays en estos momentos, eso queda para más adelante. ¿Hay que recordar el poema?
La sustentación ideológica, en ambos casos, hay que buscarla en una sola fuente: La Biblia.
No se trata de un tema nacional, sino extendido por todo el mundo. Al ascenso de la ultraderecha y del discurso de odio en los países democráticos se suma una oleada de extremismo religioso.
Un ejemplo es España. Ahora que se vuelve a celebrar Día Internacional del Orgullo LGBT (este año el 28 de junio), el partido VOX —que en las últimas elecciones municipales y autonómicas salió beneficiado al punto de poder contribuir a formar gobiernos con el Partido Popular— ha logrado eliminar las banderas LGTBI de algunos parlamentos regionales —Comunidad Valenciana, Baleares y Castilla y León— y ayuntamientos —Valladolid, Alcalá de Henares o Boadilla del Monte, entre otros—. El partido ultra también está tratando de que se retiren las enseñas de la Cámara regional de Navarra y el Ayuntamiento de Zaragoza.
La represión contra los homosexuales siempre ha sido una característica de los totalitarismos de ultraderecha, sea en gobiernos, partidos o movimientos. Así ocurrió en el nazismo, el fascismo, el leninismo, el franquismo, el castrismo durante décadas y en acontecimientos como el macartismo en Estados Unidos. Con independencia de la orientación sexual —más o menos oculta— de algunos de los participantes y creadores de estos hechos y movimientos.
En el giro hacia la derecha que está viviendo el actual Partido Republicano, es de esperar que se proponga dentro de su agenda un mayor rechazo las políticas de identidad de género y los transexuales, y limite su discurso al tema del hombre y la mujer. No lo hizo Trump, al que se puede acusar de muchas cosas, pero no de homófobo. Lo haría, sin duda, DeSantis. Vale la advertencia.
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