Actualizado: 27/03/2024 22:30
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Siempre la muerte

La muerte como estrategia de transición política será tan efectiva como estéril. La única vía de contrarrestar a Fidel Castro es precisamente la vida.

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Ahora que Fidel Castro ha muerto (una muerte que tal vez nunca se haga pública del todo, porque sólo Fidel Castro estaría autorizado a comunicar semejante noticia); ahora que la parafernalia web bulle, de vez en vez, de rumores necrológicos y demás fundamentalismos funerarios; ahora que nuestro exilio posnacional se apresta a rumiar sus más recónditas palabras (rencor radical versus reconciliación, retórica retro versus retorno a un presente donde tenga cabida la imaginación); ahora que en Cuba se juega a leer la prensa plana subnacional y pretendemos no enterarnos de nada, con tal de enterrarnos en la nada cotidiana; ahora que estamos solos de verdad, sin la mirada maternalista y marmórea del Alma Pater (Rev In Peace: 1959-2009), yo pienso cuando me entristezco, como un colegial sencillo, en nuestra Cuba amorosa que tiene el morbo tan negro.

 

No somos un pueblo de sacrificios humanos estetizados, pero la muerte ha hecho lo suyo a lo corto y estrecho de esta isla. Muerte física (por hierro, por fuego, por cuero, por decreto, y demás asonancias) y también muerte simbólica (borrón de la historia narrada, agujeros negros en el mapita pixelado de nuestra noción de nación).

 

No somos un pueblo con vocación de holocausto, pero día a día nos suicidamos desde la primera página presuntamente poética del
Diario de Navegación (el Ministerio de Salud Pública clasifica esas estadísticas como top-secret estratégico para la seguridad del Estado). Somos en apariencia un rebaño de paz, así en la tierra como en el cielo y, acaso como compensación por usar esa máscara mimosa, no ha habido década cubana sin zafarranchos de una guerra externa, en tanto paliativo de otra guerra interior (memorándum de alguna guerra anterior).

 

Sea arte de la espera o de la desesperación, sea pena de muerte o aceite de extremaunción, sea discurso o crimen, igual me parece humillante confiar en la muerte cubana como
shortcut. La vida es aquí y ahora y para siempre en cualquier otra parte. Hay más vida que tiempo, pero lo que no fue dicho dignamente entre vivos, difícilmente podrá ser dicho después entre muertos. Mañana es nunca todavía.

 

Derrota humana total

 

La muerte cubana como estrategia de transición política será tan efectiva como estéril. Si por casualidad esa ha sido la apuesta post mórtem de Fidel Castro, la única vía de contrarrestarlo es precisamente la vida. La vida cubana como garantía de buena fe y mejor futuro, de justicia pero no ajusticiamiento, de perdón antes que paredón. Hacer catarsis de euforia con la muerte de un hombre ha sido histéricamente nuestra derrota humana total. Y ahora mismo ya lo está siendo otra vez.

 

Pienso en el nicho común de los amigos y familiares que he visto morir antes que Fidel Castro (ni yo ni ellos nos merecíamos escenas así), y pienso instintivamente que cada uno de esos nichos pudo ser el mío y de hecho lo es (la muerte de cualquier hombre me multiplica). Pienso en el concepto de desmemoria y no sé por qué también en el de propiedad.

 

Sin ánimos de sonar apocubalíptico, ¿conservaremos algo de Cuba después de Cuba? ¿O la hoja en blanco será la metáfora final de nuestro Diario de Navejación? (Una imagen preferible antes que la hoja en rojo de la bayoneta).

 

Pienso otra vez en Fidel Castro, todo el tiempo pienso en esas dos palabras como cuestión técnica que la literatura cubana aún no es lo suficientemente adulta de resolver (adolecemos de vocubalario). Pienso en ti, por supuesto, que con tal de no matar o matarte me lees con esa mueca muerta en que se nos ha convertido tétrica y tediosamente el acto vital de leer (así lo demuestra enseguida nuestra comentariada online). Y entonces pienso si lo más saludable no será sumarse a la comparsita luctuosa del año nueve, entre fotomontajes y encuestas y editoriales y el pop-up fatuo de las botellas descorchadas para exorcizar el óxido de la hoz con el filo de la guadaña.

 

Pero, peor para mí, como en una novela futurista que en 1984 ya sonaba a fósil falso de la paleohistoria, yo aún me resisto a que la cordura dependa de la lógica locuaz y loca de los consensos.


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