Actualizado: 23/04/2024 20:43
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Sin estereotipos

Una derecha moderna debería reconstruir los puentes que el radicalismo ha roto o no ha querido construir, no con el castrismo, sino con la sociedad cubana.

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Hay quienes dicen que el uso de las categorías derecha e izquierda obedece a una dinámica —de confrontación— propia de los tiempos de la Guerra Fría. Sin embargo, tal y como me cuenta un profesor de Teoría Política de la Universidad de Salamanca, siempre que se realiza una encuesta a políticos y se les pregunta si se considera de derechas o de izquierdas, siempre hay una respuesta coherente con la pregunta. Algunos introducen matices, como decir que son de centroizquierda o de centroderecha, pero rara vez alguien se niega a "ubicarse".

Quizás le podríamos conceder algo de razón a los que niegan la existencia de derechas e izquierdas cuando alertan sobre el peligro y las nefastas consecuencias del maniqueísmo para una sociedad plural. Por cierto, tan nefasto como éste, es el nihilismo, la corrección política, la dictadura del pragmatismo o la primacía del talante sobre los principios.

Probablemente, un remedio teórico y práctico contra el maniqueísmo, además del pluralismo democrático y las propias reglas del Estado de derecho, sea reconocer que inclusive dentro de un mismo lado del espectro político pueden convivir diferentes corrientes que imprimen sus matices particulares a sus actuaciones. Así, por ejemplo, se puede ser de una derecha conservadora, fascista, democristiana o liberal (en el sentido europeo) y se puede ser de una izquierda ecológica, democristiana, anárquica, socialdemócrata, comunista o fascista.

El problema de esta diferenciación es cuando alguien dice ser una cosa y en realidad es otra, como quienes se proclaman libertarios y terminan llevando el gasto público a niveles siderales. También hay que reconocer la existencia de gente que se considera un poco de una cosa y un poco de otra. Pero en resumidas cuentas, hay remedios contra el maniqueísmo.

Al exilio cubano le fascina esto de derechas e izquierdas, pero el nivel de radicalismo e intolerancia de algunos les lleva a confundir a un socialdemócrata con un comunista o a un conservador con un ultra. La perversión mayor de nuestro exilio es que la vara de medir todo en política es la posición que se tenga con respecto a las relaciones Estados Unidos-Cuba.

Por ejemplo, una persona puede ser democristiana de derechas y estar a favor de la eliminación de ciertas restricciones hacia Cuba en la política norteamericana; pues en Miami esta persona (aunque haya sido prisionero político cuando otros eran milicianos y cederistas) tiene todas las papeletas para ser tildada de "comunista", y todos sabemos las implicaciones que tiene esa palabra en el contexto cubano. Lo mismo si estás a favor del embargo: para otros serás un ultraderechista. Especie de macarthismo, pero hacia todas las direcciones.

Salir del armario

En el exilio cubano hay una autoproclamada derecha que muy flaco favor hace a las personas que nos identificamos con ese signo político. Siendo caritativo, diría que han utilizado el título de "la derecha" porque en el plano teórico es lo contrario al régimen cubano. Y digo en el plano teórico, porque ya vemos que en el práctico hay diestros (americanos y europeos) a quienes gustan el mojito y el son de esa Habana liberticida, emulando con otros de izquierda incapaces de desembarazarse del castrismo.

Esa derecha es antes de todo anticastrista y anticomunista. No necesariamente es algo malo, pero no se puede decir que defienda un proyecto político y económico alternativo. Muchos son nostálgicos de la propia revolución —traicionada—, porque creyeron en ella; y hoy todavía siguen añorando un proceso similar —sin la traición— para (re)instaurar la república martiana.

Por su culpa y la de los manipuladores que se pasean por lo medios llamando ultraderechista a cualquiera, es que mucha gente que se considera de derechas no lo dice por temor a que le encuadren en el estereotipo de radical. Gente admirable, que ha tenido preferencias políticas por el Partido Republicano (EE UU) o en otros países por partidos también de derecha, pero que no han caído en el seguidismo ni el voluntarismo.

En el exilio cubano tiene que tomar fuerza una derecha moderna, con proyectos políticos y económicos para Cuba igual de modernos. Una derecha que defienda valores: nada frívola, pero, a la vez, con la necesaria dosis de pragmatismo. Que reconstruya los puentes que el radicalismo ha roto o no ha querido construir, no con el castrismo, sino con la propia sociedad cubana. Una derecha que mañana pueda pedir sin complejos el voto de confianza de los cubanos, porque cuando hizo falta la mano solidaria allí estuvo sin reparos ni condicionamientos. Por ejemplo, cuando varios grupos del exilio se movilizaron para recoger ayuda humanitaria para enviar a Cuba después de los huracanes de 2008.

Esta labor de ingeniería, que podría ser aplicada al escenario cubano en general, tiene que ir en dos direcciones: en primer lugar, hacia el campo cultural y del pensamiento. La derecha moderna tiene que irrumpir en los espacios académicos y no inhibirse en los debates más candentes sobre el hombre y la vida en sociedad. Los escenarios principales de este proyecto serían las universidades y el mundo de los medios de comunicación.

La segunda dirección es la conquista de la gente. La derecha moderna tiene que llegar a todas aquellas personas que en el exilio están hastiadas de "los talibanes" de uno u otro signo. La potencial base de la derecha moderna está en las organizaciones sociales —principalmente conservadoras— y eclesiales de nuestras comunidades. Pero hay que hablar con la gente. Siguiendo estas dos pautas, es como pequeños grupos de "cuadros" se han transformado en fenómenos de masas.

El factor tiempo irá haciendo su trabajo. También la propia dinámica política que conminará a muchos a reciclarse, tanto de imagen como de contenido. En los próximos meses, el exilio vivirá de manera más intensa un interesante proceso en el que se puede ganar o perder mucho —para Cuba—. Pero al final, que las voces de la "derecha dura", de los filocastristas y de los oportunistas disfrazados de moderados no sean las únicas que se escuchen, dependerá de la importancia que le demos al proyecto de impulsar una derecha moderna e influyente.


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