Actualizado: 27/03/2024 22:30
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Socialismo, Cuba, Comunismo

Socialdemocracia, comunismo y liberalismo: qué les une y qué les separa

En Cuba las ideas socialistas democráticas, que no encajaban en el concepto de socialismo que tenía el régimen, fueron perseguidas y barridas de la Isla por décadas

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Alejandro Armengol ha realizado desde Miami una importante distinción entre el socialismo democrático y aquel de inspiración leninista que hemos sufrido los cubanos por 60 años. Lo hizo en su artículo Por un socialismo democrático, publicado originalmente el lunes 17 de junio, en El Nuevo Herald y reproducido en 19 del mismo mes en el portal de CUBAENCUENTRO. Aquí se alerta contra la fobia que despierta la sola palabra de “socialismo” en quienes fueron víctimas del llamado socialismo* real o su versión no más humana, pero si condescendiente en tanto a la tolerancia de cierta oposición política y propiedad privada que conocemos como Socialismo del siglo XXI, a su vez se llama a no confundir estos regímenes traumatizantes con aquellos que moldearon las sociedades europeas desde la perspectiva socialdemócrata, una visión, agrego, que muchos analistas del lado oriental del Atlántico consideran hegemónica más allá de los colores del partido gobernante.

A fin de contribuir al interesante debate que esta distinción debería generar expondré a continuación alguna idea sobre lo que ha desunido o unido a la socialdemocracia y aquel paritorio suyo que fue el movimiento comunista. Así como lo que tiene en común la primera y quien considera su rival político mejor apertrechado desde el punto de vista ideológico, el liberalismo.

Ciertamente hay que estar en guardia con la predica mal llamada libertaria en Norteamérica (en Europa se denominaría liberal) que identifica la socialdemocracia con el socialismo autoritario del que Cuba es el mejor modelo.

Ocurre que con tales alertas no solo se ignora que el “comunismo” y la socialdemocracia han sido enemigos a muerte, en muchas etapas, por ejemplo tras la toma del poder de una secta dentro de ese movimiento conocida como los bolcheviques, que no pararon hasta erradicar el último vestigio de socialdemocracia en el imperio ruso o durante los inicios de la república de Weimar en la que tocó a los socialdemócratas dar caza a los sectores bolchevizantes de tu partido como ocurrió con los “espartaquistas” Rosa Luxemburgo y Karl Paul August Friedrich Liebknecht. Es verdad que las viejas desavenencias fueron esfumándose incluso antes de que Stalin se cargara definitivamente a la vieja guardia leninista. Un buen ejemplo de colaboración entre socialdemocracia y comunismo lo tenemos en las relaciones establecidas entre la República de Weimar y la URSS, durante el mandato y más allá, del socialdemócrata Friedrich Ebert, quien de 1919 a 1925 ocupó la presidencia de Alemania.

Así tenemos que en etapa tan temprana como mayo de 1922, y a consecuencia del “abuso” político que ejercían Estados Unidos, Inglaterra y Francia tanto contra Alemania como contra la URSS, estas dos últimas reunieron a sus delegados en el balneario de Rapallo, Italia con el objeto de establecer alianzas que implicarían: la renuncia a cualquier reclamación de guerra, recuperación de los créditos adeudados a Alemania por el régimen zarista, el monopolio de Alemania sobre suministros tecnológico a la industria soviética, e incluso la posibilidad de que el nuevo Ejército alemán se entrenara y probara armamento en territorio de la URSS, donde se sabe llegaron a tener una base aérea. En cambio, el ejército rojo actualizaba sus conocimientos militares con ayuda de Alemania. Así mismo la URSS facilitó a la República Alemana (todavía llamada Reino), el acceso al petróleo y materias primas a un precio menos que el que ofrecían las naciones anglosajonas. En junio de 1926, los bancos alemanes concedieron a la Unión Soviética créditos por un total de 300 millones de marcos. Lo más importante fue el Pacto de neutralidad y no agresión germano-soviético firmado en Berlín el 24 de abril de 1926, en virtud del cual Alemania y la Unión Soviética prometieron neutralidad en caso de un ataque al otro por un tercero durante los próximos cinco años y con el que se reafirmaba el tratado germano-soviético de Rapallo de 1922.

El tratado prorrogará el 24 de junio de 1931 y, en el mismo año, los bancos alemanes concedieran a la Unión Soviética 300 millones de marcos adicionales en créditos para la compra de productos industriales alemanes. No es de extrañar que el alemán como idioma fuera muy popular en las primeras generaciones de soviéticos, ni tampoco el buen nombre del que gozó en la prensa norteamericana e inglesa en el enterrador de aquella república alemana que tanto coqueteaba con Stalin, me refiero al presunto enemigo jurado del comunismo Adolfo Hitler. Sin embargo tras un alejamiento inicial pronto se revitalizan las relaciones alemana rusa alcanzando su culmen en tras su arribo al poder y a tenor de su declarado antisemitismo, sin embargo el nazismo echará un cubo de agua fría a quienes contaban con su enfrentamiento al estalinismo, al dar continuidad a la vieja política socialdemócrata con la firma de Tratado de no Agresión entre Alemania y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, conocido coloquialmente como Pacto Ribbentrop-Molotov, firmado el 23 de agosto de 1939, nueve días antes de iniciarse la Segunda Guerra Mundial.

La colaboración socialdemocracia-partidos comunistas se facilitará en la medida en que los últimos, aceptando la doctrina estalinista de la posibilidad de construir en comunismo en un solo país, dejan de abogar en la práctica y al margen de su retórica por la revolución mundial, lo que se hacía la fracción trotskista, convirtiéndose en meros servidores de los intereses nacionales de la URSS y buscando para esos fines la creación de frentes populares con los que hasta hacía poco denominaban social fascistas.

Los partidos social reformistas, por su parte, en sus diversas variantes desde el laborismo, pasando por el PSOE y hasta la propia socialdemocracia alemana, no solo se encargarán de silenciar las denuncias de los exiliados mencheviques, sus compañeros de ideología, sino que irán más allá convirtiéndose, en muchos casos, en valederos en occidente de la Unión Soviética, emulando en la tarea con los partidos estalinistas.

Esto no niega que se dieran ajustes de cuenta entre socialistas y comunistas en condiciones extraordinarias como por ejemplo durante guerra civil española (1936-39), pero en general se llevarán bien. Incluso en los tiempos de la guerra fría, cuando formalmente la Internacional Socialista se alinea con el bloque occidental, socialdemócratas y comunistas competirán, de manera más o menos leal, por el control del movimiento obrero. En esta carrera los socialdemócratas compiten bajo los términos de las democracias liberales como un comunismo cada vez más “posibilista”, sobre todo desde que surge el llamado Eurocomunismo, que no es otra cosa que la social democratización plena de comunismo europeo. De alguna manera se ponía en escena de Europa, pero de manera ampliada, con la acogida de nuevos movimientos como el feminista o el de liberación homosexual, más un cierto cuestionamiento de la URSS sobre todo por su tratamiento de la primavera de Praga, algo que tibiamente se había ensayado décadas atrás, específicamente durante la alianza anglosajón estalinista contra el nacional socialismo alemán. En el caso cubano esta desnaturalización del marxismo leninismo se evidencia claramente en 1944 cuando a los comunistas del patio en su afán de mimetismo con los socialistas democráticos, dejan de llamar a su partido Unión Revolucionaria Comunista, para rebautizarlo con el nombre mucho más aséptico de Partido Socialista Popular.

Las excepciones de esta convivencia entre comunistas y socialistas se darán en casos excepcionales: el de la revolución china en 1949 y 10 años después, en la cubana. Para el caso chino los miembros del El Partido Socialista Democrático de China fundado en Shanghái el 15 de agosto de 1946, se vieron obligados a escapar a las Islas Formosa tras la caída del gobierno del Kuomintang en China Continental. En Cuba las ideas socialistas democráticas, anarquistas, en incluso marxista leninistas pero que no encajaban en el concepto de socialismo que tenía el nuevo régimen fueron perseguidas y barridas de la Isla por décadas. No será hasta la implosión disidente de los años noventa que poco a poco comenzaran a florecer, siempre al margen de la legalidad establecida.

Esto no impedirá a la socialdemocracia sueca acercarse al castrismo desde fines de los años sesenta, e incluso convertirse en la década posterior en la protectora y amiga de los movimientos armados latinoamericanos que lo seguían en América Latina. Situación que se hace evidente con la protección ofrecida por el embajador sueco en Santiago de Chile, Harald Edelstam, a la Embajada de Cuba en esa capital y los refugiados que había dentro en abril del 1973, durante el golpe de Estado de Augusto Pinochet.

Edelstam, con el respaldo de su gobierno, entonces bajo la batuta del socialdemócrata Olof Palme se hizo cargo de los asuntos cubanos, la inviolabilidad de la embajada —que quedaba bajo la bandera sueca— y facilitó la salida del país sudamericano de los diplomáticos y agentes cubanos que hasta unos minutos antes tenían instrucciones de intervenir militarmente en respaldo de Allende.

Se dice además que el funcionario se valió de su inmunidad diplomática para ayudar a la resistencia izquierdista contra la dictadura chilena. El propio Fidel Castro le rendirá homenaje al embajador sueco invitándolo a participar en un gigantesco acto en solidaridad con los allendistas derrocados que tuvo lugar en La Habana en 1974.

El punto máximo de este acercamiento se dará con la controvertida visita de Olof Palme a la Cuba en 1975. Allí el socialdemócrata escandinavo será recibido con los honores propios de un jerarca comunista, de los varios que visitaron el país durante la existencia del “socialismo real”. Aunque hay que reconocer que la apología que hará Fidel Castro, en presencia de su invitado, del modelo sueco, podría ser calificada de cualquier cosa menos de marxista leninista.

Ya desde fines de los años sesenta y como iniciativa de los partidos comunistas y socialdemócratas suecos, y en una primera etapa con respaldo y participación del Partido Liberal, el régimen cubano había comenzado a recibir subsidios desde Suecia.

Este respaldo de ha mantenido con altibajos (bajos durante los gobiernos de coaliciones de los partidos llamados “burgueses”) hasta nuestros días. En estos momentos Sida (por sus iniciales suecas), la agencia del Estado sueco que ayuda en la lucha contra la miseria internacional sigue una estrategia de colaboración con Cuba aprobada por el parlamento y bajo el gobierno del primer ministro socialdemócrata Stefan Löfven, en 2016 y que se extenderá hasta 2020, durante este período. La asistencia sueca para el desarrollo deberá totalizar 90 millones de coronas suecas, que será distribuidas aproximadamente en 18 millones de coronas suecas por año. Sida asegura que no contribuye con ningún fondo al Estado cubano, algo muy difícil de concebir dado en control que tiene dicho aparato sobre la sociedad civil cubana.

Lo que sí reconocen abiertamente las autoridades suecas es que la cooperación con las autoridades cubanas se realiza mediante el intercambio de experiencias y esfuerzos de capacitación con el objetivo de aumentar la capacidad de la administración. Los fondos que se destinan a socios cubanos en los que participan actores estatales son principalmente compensaciones por viajes, vivienda y dietas.

Se espera que los esfuerzos de Sida en el marco de la estrategia contribuyan a:

  • Fortalecimiento de la capacidad de la sociedad civil y un clima social más favorable para las organizaciones de la sociedad civil.
  • Un desarrollo social sostenible en sus diferentes dimensiones.
  • Proteger y aumentar el conocimiento de los derechos humanos y la igualdad, incluidos los derechos LGBTQ y el estado de derecho por parte de las instituciones públicas y la sociedad civil.
  • Mejora de las condiciones para una economía y gobernanza sostenibles.

Ejemplos de esfuerzos:

ILAC (International Legal Asístanse Consortsium), en colaboración con la IBA (International Bar Association), imparte cursos de derecho comercial. El programa incluye capacitación de abogados, así como intercambios de expertos con el Colegio de Abogados de Suecia y abogados y jueces cubanos. Algo que no sorprende mucho cuando se conoce en profundidad el modo en que trabaja la justicia, en Suecia una vez que se han guardado las formalidades del “Estado de derecho”.

Los municipios suecos y el Consejo del Condado (SKL) ejecutan un proyecto sobre la descentralización y el papel de los municipios en la sociedad. En Cuba, esto es algo completamente nuevo, ya que los municipios hasta ahora han tenido un autogobierno limitado.

El Consejo Internacional del Consejo Empresarial (NIR, por sus siglas en inglés) ejecuta un programa que, a través de intercambios y educación, contribuye a que los bancos cubanos aumenten su experiencia en, entre otros, el comercio internacional, la gestión de riesgos y la gestión y evaluación de riesgos crediticios.

Sida también brinda apoyo para la educación superior de los economistas en la Universidad de La Habana, así como para la educación de personas dentro de la administración estatal. El propósito es contribuir a la modernización de la economía cubana.

En el campo de la cultura, Sida está planificando el apoyo a través de la organización Selam para aumentar la cooperación y el intercambio entre actores culturales en Suecia y en Cuba.

Además, las organizaciones de la sociedad civil sueca, incluida Diakonia, financian a varias organizaciones cubanas en el marco de la estrategia de ayuda. La atención se centra en el fortalecimiento de la sociedad civil cubana. Cómo se puede hacer todo esto sin fortalecer, o legitimar indirectamente al comunismo cubano. Reconozco que no lo sé.

Por supuesto existen otros ejemplos de colaboración entre socialdemocracia y comunismo.

Durante otras experiencias, por ejemplo, la Unidad Popular Chilena, la unidad entre comunistas y socialistas fue casi orgánica, resultado las tendencias bolchevizantes más poderosas en seno de los socialistas que en el de los comunistas, algo similar a lo que ya había acontecido durante la conformación del frente popular en la segunda república española.

Al margen de estos amagues revolucionarios, para los que ha servido la socialdemocracia desde que se le separó el “comunismo” no ha sido precisamente para acabar con el capitalismo, sino para darle una cara “más humanas” que se expresa en el Estado de bienestar. Tampoco el comunismo ha ido mucho más allá, donde alcanzó el poder absoluto, se limitó a substituir la propiedad privada sobre la mayor parte de los medios de producción por la dominación oligárquica sobre los mismos, del aparato burocrático militar del partido. El Estado fue usado como instrumento de esta expropiación y al mismo tiempo para disciplinar a la clase obrera, la cual desde un punto de vista estrictamente marxista se mantendrá condiciones iguales o peores de alienación en relación con las que tenía antes del arribo al poder de “la nueva clase”. Ese fue el calificativo dado por Milovan Djilas exvicepresidente de Yugoslavia y presidente de su Asamblea Nacional, a los dirigentes del Partido Comunista de Yugoslavia. Yeso que aquella “élite política”, enfrentada al padrecito Stalin logró elaborar uno de los modelos más “liberales” y participativo dentro de los que construyeron los marxistas leninistas en Europa Oriental. Aun así, el disidente montenegrino consideraba que los privilegios de sus camaradas de partido contradecían la propia doctrina comunista.

Otro tema sería el análisis de como bajo las bondades Estado de bienestar asociado a la socialdemocracia se aplican ingenierías sociales que permiten la intromisión del Estado en la sociedad civil, en la familia, en las relaciones de pareja o simplemente en la vida del individuo que no tienen parangón en la historia, y que en ciertos sentidos llega a ser tan dañina como lo fueron las interferencias en estos mismos escenarios humanos de los totalitarismos clásicos del siglo XX.

La otra cosa que pierde el liberalismo de vista, en medio de su crítica ritual al socialismo democrático es que ambos son emanaciones de los intereses del Estado, no del votante, y que es a este poder más que al empresario o al obrero al que sirven los dos. Esto se observa fácilmente en el alto grado de continuidad de las políticas y legislaciones e ingenierías sociales establecidas por unos y que en esencia se mantienen impolutas, allí donde se dan alternancias en el poder más o menos predecibles de partido que lucen en sus programas, como señuelos programas basados en dichas opuestas ideologías, sabiendo que nunca serán materializadas, lo que justificaran con el pretexto de la necesidad de consenso, cuando en realidad el sistema político está construido precisamente para evitar que el político, sea del color que fuere, pueda cumplir con lo prometido al pueblo.


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