¡Todos no, General, todos no!
Las palabras de Raúl Castro no aclararon por qué aún continúa la carencia de políticas efectivas para producir un despegue de la economía agropecuaria
En el pasado acto del 26 de julio en Guantánamo pasó algo que no entendí bien. La programación establecía que iba a hablar Machado Ventura pero luego también habló el General/Presidente. Al parecer alguien lo pidió y la gente siguió la rima. Y es que después de un discurso de Machado Ventura —su oratoria es inconfundible por decir lo que todo el mundo imagina y de la manera más aburrida posible— cualquier cosa viene bien. Y Raúl, cuando improvisa discursos, tiene la virtud de decir dicharachos y ocurrencias fútiles que relajan. Y después de una filípica de Machado, hay que relajarse.
Y Raúl soltó algunas cápsulas interesantes. Una de ellas estuvo referida al asunto de los salarios. Ante una población que se pasa el mes —como dice mi amigo Henry— fumando debajo del agua, el General/Presidente aclaró que no hay aumentos salariales hasta que no se incremente la producción, sobre todo de alimentos. Lo cual resulta muy confuso de muchas maneras, pero particularmente en el hecho de que la reforma anda parada en la frontera del meollo: la inmensa y destartalada economía estatal. Y en la carencia de políticas efectivas para producir un despegue de la economía agropecuaria. Y todo eso es responsabilidad, ante todo, del orador que lleva seis años en el poder jugando con la periferia, hurgando en los bolsillos de otros y con una economía que no crece más allá de las estadísticas oficiales. Es que, irremediablemente, al General Presidente hay que decirle como decía Sor Juana Inés a los hombres de su época: pagan por los pecados que condenan.
Y luego advirtió que los médicos ganan poco, pero así, dijo, “estamos todos”. Otra ramplonería, pues ocurre y todo el mundo sabe, que todos, lo que se dice todos, obviamente, no tienen que contar centavos en la segunda quincena. La abrumadora mayoría sí, pero no todos. Y lo que pone a unos en un lado donde se gana poco y a otros en el que se gana mucho, no es el albur ni la mala suerte, sino el propio resultado de las políticas y las prácticas que animan el sistema que comanda el General.
Y es interesante esto por lo siguiente. Los funcionarios, los intelectuales y académicos tributarios del sistema e incluso los adormilados periodistas y blogueros oficialistas-mal-pagados mencionan con frecuencia a “los perdedores”, es decir a las personas que inevitablemente van a perder con el ajuste económico, necesario, dicen, para que la economía despegue. En esto no hay muchos recovecos oscuros, porque son los mismos que han sido las víctimas predilectas de los ajustes de cinturones: maestros, empleados estatales, jubilados, habitantes de zonas desfavorecidas, mujeres, jóvenes que llegan al mercado laboral, etc., etc. Solo que nuestros economistas —que celebran en el modelo chino lo mismo que condenaban en el chileno— nunca aclaran que estas personas son sacrificadas sin posibilidades de defensa y negociación, pues en un régimen autoritario como el cubano —como sucedió en Chile y como sucede en China— no hay organizaciones sindicales y sociales autónomas que representen los intereses de estos “perdedores” sin remedio.
Pero nadie habla —tampoco el atribulado General/Presidente— de los ganadores. Es decir de la minoría exigua de personas que mejoran sus situaciones económicas y sociales y eventualmente devienen clase dominante en el capitalismo emergente. Ya esa élite es visible, y hay lugares en las principales ciudades cubanas, y sobre todo en La Habana, que sirven de asiento a un tipo de consumo y comportamiento que no tiene nada que ver con el discurso de Machado Ventura. Pero sí mucho que ver con los descendientes de personas como Machado Ventura.
Pues si bien es cierto que en esa élite consumista hay muchas personas que han llegado por la combinación de talentos y oportunidades de mercado —artistas, escritores, pequeños empresarios— estas razones han tenido muy poco que ver con el reclutamiento de otros elegidos del nuevo capitalismo cubano. El bulto más importante de la nueva élite se compone de quienes se apropiaron de las mejores casas en los mejores lugares para alquilar habitaciones (hasta llegar a hacer pequeños hoteles con servicios muy sofisticados) o para poner restaurantes; o de quienes tenían los mejores contactos para arribar a las firmas mixtas, o de quienes administraban las mejores empresas para asociarse al capital extranjero. En fin, de quienes tenían relaciones, protección política, información, capacidad coactiva y mucha astucia para deslizarse por los vericuetos de un sistema infernalmente corrupto, jurando lealtad al socialismo.
Esa gente, huelga anotar, no padecen los bajos ingresos que, según el General/Presidente, sufren todos los cubanos. Pues son los ganadores de un botín levantado sobre el trabajo, las expectativas frustradas y el peligroso resentimiento de millones de personas de varias generaciones.
A quienes nuestros economistas llaman sencillamente los perdedores.
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