Actualizado: 23/04/2024 20:43
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Oswaldo Payá

Un movilizador de conciencias

Oswaldo Payá y su cátedra de la libertad y los derechos

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“La Cátedra de la libertad y de los derechos humanos, la fuente de la virtudes cívicas y la base del gran edificio de nuestra felicidad”
 Félix Varela

Acaba de morir en Bayamo, al este de Cuba, Oswaldo Payá, coordinador del Movimiento Cristino Liberación (MCL), premio Sajarov del Parlamento Europeo a los Derechos Humanos y la Libertad de Pensamiento, dos veces nominado para el premio Nobel de la paz, y creador de una de las iniciativas más conocidas del movimiento disidente cubano: el Proyecto Varela. Con él viajaba Harold Cepero Escalante, activista del MCL y nativo de Ciego de Ávila, quien también falleció. En el vehículo había, además, dos pasajeros que sufrieron heridas leves: Ángel Carromero, consejero técnico de la Junta de Moratalaz, distrito de Madrid, y Aron Modig, presidente de la Liga de la Juventud Demócrata Cristiana Sueca (KDU) asociada a la Democracia Cristiana.

Según el diario Granma, “Un lamentable accidente de tránsito en el que fallecieron dos personas y dos resultaron heridas, se produjo este domingo 22 de julio a las 13:50 horas en la localidad conocida como La Gavina, a 22 km de la ciudad de Bayamo, provincia de Granma. (…) Según testigos presenciales, el hecho ocurrió cuando el conductor de un auto turístico rentado, perdió el control y se impactó contra un árbol”. La nota consigna el nombre de los fallecidos, pero omite su condición de disidentes.

En cambio, la hija de Oswaldo Payá, Rosa María, declaró este lunes en la web del opositor que “Las informaciones que nos llegaron de los muchachos que iban en el carro con él es que había otro auto intentando sacarlos de la carretera y que los embistieron en todo momento. Así que pensamos que esto no fue un accidente, que les querían hacer daño y terminaron matando a mi padre”.

Iroel Sánchez, tan diligente como de costumbre, se apresura a desacreditar, con carácter preventivo, a los acompañantes de los fallecidos, para minar de antemano su credibilidad en caso de que éstos hagan declaraciones que contradigan la versión oficial. De Ángel Carromero dice que mientras aplaude los recortes que el Partido Popular impone en España, hace en Cuba “turismo injerencista”. Y a Aron Modig lo califica como el defensor de que se instaure en Suecia un equivalente del Tea Party.

Se trate de un accidente, de un intento de intimidación que se “extralimitó” en sus objetivos, o de un verdadero asesinato, algo que solo podrían esclarecer los supervivientes, lo cierto es que en el Comité Central la sensación será de alivio por haberse librado de una incómoda y pertinaz piedra en el zapato. Y se felicitarán de que en el accidente hayan muerto, justamente, los más incómodos, mientras los dos extranjeros solo han recibido heridas leves, lo cual despeja el horizonte de incómodas reacciones internacionales.

Oswaldo Payá abogaba por un cambio pacífico y desde dentro. “Porque si el cambio es violento, el gobierno que venga será un gobierno de fuerza y si esperamos que el cambio llegue desde afuera, entonces el pueblo no será protagonista del cambio”. Fue el promotor del único proyecto que ha hecho uso de uno de los escasísimos resquicios que ofrece la primera ley de la República para manifestar legalmente el descontento popular.

El Artículo 86 de la Constitución de la República de Cuba, en su inciso G, asegura que la iniciativa de las leyes compete a los ciudadanos. En este caso será requisito indispensable que ejerciten la iniciativa 10.000 ciudadanos, por lo menos, que tengan condición de electores. Basándose en este derecho, el MCL de Oswaldo Payá consiguió y entregó a la Asamblea Nacional del Poder Popular 11.000 firmas de ciudadanos con derecho al voto apoyando un referéndum para llevar a consulta popular cinco puntos esenciales:

- Derecho a asociarse libremente
 - Derecho a la libertad de expresión y de prensa
 - Amnistía
 - Derechos de los cubanos a formar empresas
 - Una nueva ley electoral.

Cada firmante sabía que su acto de soberanía podía acarrearle la pérdida del empleo, de sus estudios universitarios e incluso de su libertad (cosa que le sucedió a más de cuarenta activistas del MCL durante la Primavera Negra de 2004), y que desde entonces sería hostigado y marginado. Solo por ello, no es arriesgado afirmar que cada una de esas firmas equivale a miles de firmas. Si consideramos que los promotores del proyecto no dispusieron de ningún medio de difusión, y que antes de que el ex presidente norteamericano Jimmy Carter lo mencionara públicamente, la frase “Proyecto Varela” no significaba nada para la inmensa mayoría de los cubanos, cabría preguntarse cuántos millones de firmantes potenciales no existirán en la Isla.

En cualquier país del mundo, esto sería un trámite normal. En Cuba, a pesar de ser constitucional, la recogida de firmas tuvo que superar serios obstáculos. Y una vez entregadas, la reacción del Gobierno fue tan desproporcionada como su miedo. Una “Propuesta de Modificación Constitucional” según la cual “El régimen económico, político y social consagrado en la Constitución es intocable”. Una caricatura de referendo que otorgó a los cubanos el “derecho obligatorio” a decidir entre el socialismo irrevocable y el socialismo irrevocable. Este simulacro ha sido una de las más ridículas pataletas de Fidel Castro en medio siglo, y la mayor evidencia de su miedo al pueblo en cuyo nombre pretendía gobernar.

Como bien dijo O’Brien a Winston en la novela 1984, de George Orwell, “el Partido quiere tener el poder por amor al poder mismo. No nos interesa el bienestar de los demás; sólo nos interesa el poder (…) Sabemos que nadie se apodera del mando con la intención de dejarlo. El poder no es un medio, sino un fin en si mismo. No se establece una dictadura para salvaguardar una revolución, se hace la revolución para establecer una dictadura”.

El hecho de que 11.000 cubanos se hubiesen atrevido a desafiar al régimen, merecía la movilización de todo el país para aplastarlos, sin importar el grado de coacción, o los recursos necesarios; ni siquiera la credibilidad de los resultados. Más importante que la unanimidad es la apariencia de unanimidad. Que el peso de la muchedumbre desanime a los próximos 11.000, o 20.000 o 50.000 que se atrevan a retar al poder absoluto. Crear en el súbdito la noción de que nada de lo que haga lo convertirá en ciudadano, nada de lo que opine o piense cambiará el statu quo, y que solo tiene tres alternativas: el aplauso, el silencio o el exilio.

Según datos de las autoridades cubanas, 9.664.685 ciudadanos apostaron “espontáneamente” por el castrismo perpetuo. Y uno de los mejores indicios del pánico que desató el MCL de Oswaldo Payá con su proyecto Varela fue el hecho de que, por primera vez en más de cuatro décadas, el Gobierno permitió firmar (que sí, desde luego) a los cubanos que estaban en trámites para salir del país, un derecho que se hizo extensivo, en sus respectivos consulados, a los exiliados que apoyaran el régimen actual como única opción (para quienes residen en la Isla, por supuesto). Aunque previendo falta de quórum, consignaron que “estos casos serán contabilizados o no, según determine la Asamblea Nacional del Poder Popular”. Una vez estampada su firma, exiliados y aspirantes recuperarían su condición de no-ciudadanos.

El Proyecto Varela despertó en su día un masivo apoyo del exilio, pero también oposición. Se le acusaba de aceptar la Constitución vigente, y de marginar al exilio al apelar al voto de quienes cuentan con ese derecho. Pero confío en que incluso sus opositores habrán comprendido el poder de este documento, algo que entendió desde el primer momento el Gobierno cubano. Por primera vez una iniciativa disidente contó con una verdadera base social. Por primera vez miles de cubanos perdieron el miedo. Por primera vez numerosos países atisbaron el embrión de una sociedad civil nacida “dentro” de la Isla a la que apoyar. Por primera vez una propuesta de la disidencia rebasó el veto de silencio, se difundió por Radio Bemba, y en las sobremesas, los pasillos, guaguas y parques de Cuba, la gente comentó no tanto el contenido del Proyecto Varela, sino los cojones de esos 11.000 cubanos que se han puesto de pie frente al poder con su firma como única arma. Y en el imaginario de la Isla, tener cojones suele ser más respetado que tener la razón.

Oswaldo Payá ha muerto a causa de un lamentable accidente, de una operación premeditada o de un error de cálculo, ya se sabrá. Pero su vida no fue ni un accidente ni un error, sino una larga y paciente movilización de las conciencias. Y creo que por ello, más allá de acuerdos o disonancias con sus opiniones políticas, todos los cubanos, sin excepción, incluso sus acosadores y verdugos durante tantos años, le debemos tributo.


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