Actualizado: 23/04/2024 20:43
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¿Un paraíso perfecto?

Es doloroso y triste para los cubanos tener que añorar las libertades alcanzadas hace más de un siglo.

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Aunque la contienda iniciada en 1868 no logró la independencia de España ni la abolición de la esclavitud, no todo se perdió. Mediante el primer artículo del Pacto del Zanjón se concedió a Cuba las mismas condiciones políticas, orgánicas y administrativas que regían en Puerto Rico. De esa forma, las libertades de prensa, asociación y reunión se concretaron en publicaciones, asociaciones políticas y culturales, que generaron un debate público acerca de los problemas de la Isla, sentando los cimientos para el reinicio de la lucha por la independencia en 1895.

En ese contexto, Juan Gualberto Gómez inició y ganó un proceso jurídico contra las autoridades coloniales, gracias al cual los cubanos podían sostener y discutir públicamente las ideas independentistas con la condición de que no se incitara a la rebelión.

Baste mencionar los artículos aparecidos en Fraternidad, Igualdad y en Revista Cubana. En esta última, dirigida por Enrique José Varona, Gómez, desde la sección "Crónica política", sostuvo durante dos años una viva discusión acerca de los sucesos de actualidad.

Posteriormente, durante la República, se fundaron nuevas asociaciones y se multiplicaron los medios de comunicación. En 1930, las emisoras radiales alcanzaban la cifra de 61, una cantidad proporcionalmente superior a las de Nueva York. Mientras los radioaficionados construyeron infinidad de pequeñas emisoras para trasmitir programas alternos. Esos datos ubicaron a Cuba en el cuarto lugar en estaciones de radio, después de Estados Unidos, Canadá y Rusia. Y en octubre de 1950, casi inmediatamente después de Estados Unidos, se inauguró en Cuba Unión Radio Televisión Canal 4 —la tercera planta televisiva de América Latina—, a la que siguió ese mismo año el Canal 6.

Así, de forma intermitente, desde la Colonia hasta la República, el debate de ideas en tertulias, asociaciones, instituciones y en la prensa —escrita, radial y televisiva—, alcanzó una magnitud tal, que hace imposible explicar ningún acontecimiento de nuestra historia política sin tener presente el papel del debate de ideas y de la libertad de prensa. Prueba de ello fue el alegato La historia me absolverá, en el que Fidel Castro expresó:

"Os voy a referir una historia. Había una vez una república. Tenía su constitución, sus leyes, sus libertades; Presidente, Congreso, tribunales; todo el mundo podía reunirse, asociarse, hablar y escribir con entera libertad. El gobierno no satisfacía al pueblo, pero el pueblo podía cambiarlo… Existía una opinión pública respetada y acatada y todos los problemas de interés colectivo eran discutidos libremente. Había partidos políticos, horas doctrinales de radio, programas polémicos de televisión, actos públicos…".

Aguas estancadas

Si se acepta que el debate público de ideas diversas ha sido y es un factor ineludible para el desarrollo social y que el cambio social es un proceso ininterrumpido, debido al carácter perfectible de toda sociedad, entonces hay que aceptar que cualquier acción — venga de donde venga— encaminada a eliminar el debate público es un acto contra el desarrollo del país y la dignidad de sus ciudadanos. Todos los cubanos, intelectuales o no, revolucionarios o no, tienen derecho a pensar, expresar y difundir libremente sus ideas. Es decir, participar como sujetos activos en los problemas que atañen a su nación. Lo contrario es inadmisible.

Ninguna razón coyuntural ni ningún conflicto exterior, como es el caso del diferendo entre los gobiernos de Cuba y Estados Unidos, puede usarse como argumento para descalificar la institución del debate público. Por la sencilla razón de que ninguna sociedad puede hacerlo sin paralizar, a la vez, las fuerzas internas imprescindibles para el cambio.

Si los cubanos recibieron con grandes esperanzas el reconocimiento de Raúl Castro, acerca de que del intercambio profundo de opiniones divergentes salen las mejores soluciones, reciben ahora como un cubo de agua fría el intento de deslegitimar el debate, impedir el acceso de los cubanos a sitios web donde se emiten criterios diferentes a los del gobierno y calificar cualquier pensamiento diverso como intento del imperialismo "para mover las aguas de su molino". Cuando en realidad son manifestaciones dirigidas a mover las aguas frescas que, por ausencia del debate de ideas, están estancadas. Es doloroso y triste para un pueblo tener que añorar las menguadas libertades —hoy desaparecidas— que se alcanzaron hace más de un siglo.

Tratar de hacer creer que toda idea nueva o diferente proviene del imperialismo, es un acto de ofensa a la inteligencia de los cubanos. Se trata, sencillamente, de un intento infructuoso y extremadamente perjudicial de "construir un paraíso perfecto con una sola verdad y un único pensamiento", parafraseando a Pedro Luis Ferrer.


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