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Cuba, Batista, Machado

Un sargentón llamado Batista

El Secretario de Estado, Cordel Hull, anotaba en el memo de su conversación telefónica con Summer Welles “que un sargento llamado Batista había sido instalado como Jefe del Estado Mayor”

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No hay que atorarse con Kant para discernir entre la razón pura de que, a falta de balas, sólo quedan los votos como opción racional del anticastrismo tardío y la razón práctica de que por sí solos no garantizan la caída del tardocastrismo. Al señalarse la racionalidad pura de la guerra electoral —por su conexión inmediata con el pueblo y validez política directa, a diferencia de los usuales performances opositores— no se promueve nada. Si gusta, bien; y si no, pues que siga andando la comparsa de proyectos que sí promueven —con subvenciones y todo— esos líderes opositores que “hasta el Bobo de la Yuca puede darse cuenta de que no van a resolver nada”.

Al exponerse los votos como única opción racional de oposición pacífica, tampoco se presupone que el Gobierno deje de machucar a los opositores en la vía electoral, pero el segundo episodio de A Mano Limpia con Díaz-Canel se esgrime para alegar que esta opción no sirve, como si alguna otra hubiera servido alguna vez en la vida del castrismo casi sexagenario.

Y en eso una forista insufló realismo con “que primero se congela el infierno antes que se caiga el régimen”, pero como el Bar Esperanza es el último que cierra, se dio el traguito de que podría caerse en virtud de algo “que estaría por manifestarse”. Comoquiera que ese algo pueda manifestarse, tendrá que ajustarse a la exigencia formulada por Fidel Castro: “Para revocar el carácter socialista hay que hacer una revolución” [1]. Y entonces viene al cuento “un sargento [que] el destino de Cuba cambió [2].

El hombre y sus circunstancias

Belisario Batista, exsargento del Ejército Libertador que malvivía como campesino aparcero, no reconoció a un hijo que tuvo con Carmela Zaldívar en la finca La Güira, a unos 20 km de Banes, hacia 1899, 1900 o 1901. Así, el niño dizque inscrito como Rubén Fulgencio Zaldívar nació con casi todo en su contra: sin reconocimiento del padre, pobre, mulato y donde el diablo dio las tres voces.

A los siete años se trasladó a Banes, donde su madre trabajaría como sirvienta para la familia Díaz-Balart y él obtendría una beca para clases nocturnas en el colegio Los Amigos, fundado por cuáqueros y subsidiado por United Fruit Company. Sin dejar de trabajar en el campo terminó la escuela primaria y aprendió inglés. Para 1916 dejaba Banes e iría y vendría dando tumbos hasta ingresar en el ejército en abril de 1921. Al año siguiente un documento oficial del Estado Mayor refería que su nombre correcto era Fulgencio Batista y Zaldívar.

Este alistado tomó clases de taquigrafía por correspondencia y anda en coplas que, asignado a la guarnición de Finca María (Wajay), residencia campestre del Chino de la Peseta, Alfredo Zayas, se ganó el apodo de “soldado polilla” por ser el único que iba a la biblioteca. Ya en la administración Machado ocuparía por oposición la plaza de sargento taquígrafo en el Estado Mayor.

Tomar notas en consejos de guerra a conspiradores anti-machadistas contribuiría a que percibiera cómo proceder mejor y se embulló tanto que se afilió al ABC. A poco de caer Machado despidió el duelo del sargento Miguel Ángel Hernández, conspirador abecedario asesinado por policía machadista en el Castillo de Atarés. Así principió, el 18 de agosto de 1933, su metamorfosis en el político más hábil de la revolución del 30 —hasta el punto de llevársela a bolina en 1934—, pues tachó de inconsecuente haber derrocado a Machado sin acabar con el Machadato.

Enseguida integró una junta revolucionaria, denominada Junta de los Ocho (J-8), que atizada por la fake news de que se recortarían la plantilla y los sueldos, así como las posibilidades de ascenso, se formó en el Campamento Militar de Columbia bajo el liderazgo del presidente del Club de Alistados, sargento cuartel maestre Pablo Rodríguez [3].

Revolución en la revolución

Sobre el tapete estaba la depuración de los oficiales de las fuerzas armadas y Carlos Manuel de Céspedes y Quesada, presidente resultante del cambalache del mediador americano Summer Welles al caer Machado, tuvo la ocurrencia de llamar al general retirado Armando Montes para sustituir al Jefe del Estado Mayor, General Julio Sanguily, rebajado de servicio por una úlcera estomacal perforada. Montes se había ganado la animadversión de clases y soldados al recortar plazas y salarios siendo Secretario de Guerra y Marina durante la administración Zayas.

Para ocupar ahora esta secretaría y depurar los mandos castrenses, Céspedes llamó a otro militar retirado, el Coronel Horacio Ferrer, exjefe de Sanidad del Ejército, quien a pesar de ser oculista no vio que delante de sus narices tomaba cuerpo la sublevación de los sargentos mientras los oficiales de menor graduación armaban a su vez el Grupo de Renovación del Ejército (GRE) para ocupar los mandos que quedarían vacantes.

El domingo 3 de septiembre de 1933, Pablo Rodríguez salió para Matanzas en busca de apoyo de los alistados del Regimiento Plácido. Esa noche la tropa congregada en el Hospital Militar de Columbia fue apremiada por los sargentos a presentar reclamaciones. Al día siguiente llegó al Club de Alistado el líder del GRE y jefe del cuerpo de aviación, capitán Mario Torres Mernier, encargado por el general Sanguily de explorar bien la situación. Batista había entrado a Columbia a echar gasolina a su trespatás Ford y se presentó ante Torres Mernier delante de un montón de soldados y sargentos.

Al principio comenzó a divagar, pero el soldado de la J-8 Mario Hernández voceó: “Batista, no hables más mierda y di la verdad de lo que hay” [4]. Entonces reclamó vestuario y rancho, amén de quejarse de maltratos y de que los oficiales se habían cogido para ellos la caída de Machado. La multitud rompió en gritos de ¡Viva el sargento Batista! Al caer la noche, los sargentos tomaban Columbia. En el cine del campamento, Batista soltó: “De ahora en adelante no obedezcan más órdenes que las mías”.

Ya corría por La Habana que Columbia estaba ardiendo y acudieron enseguida líderes del Directorio Estudiantil Revolucionario (DEU) y otras organizaciones. Batista mandó a buscar a Sergio Carbó, quien al reiniciar el 26 de agosto la tirada de su periódico La Semana había largado este titular en primera plana: “¿A qué se espera para empezar la revolución?” Al escuchar que Batista pensaba devolver el mando a los oficiales tras satisfacerse las demandas de clases y soldados, Carbó propuso dejar fuera a los oficiales y sumar las demandas al programa revolucionario del DEU. Mientras Summer Welles dormía a pierna suelta, Batista comenzó a llamar a los demás distritos militares para que los sargentos asumieran el mando. El cabo de la J-8, Ángel Echevarría, dirigió la ocupación de las estaciones de radio para noticiar la toma del poder militar por clases y soldados y la alianza con el DEU.

En Columbia se constituyó la Agrupación Revolucionaria de Cuba, que proclamó hacerse “cargo de las riendas del poder como Gobierno Provisional Revolucionario”. El último de los 19 firmantes al pie era Fulgencio Batista, sargento jefe de todas las Fuerzas Armadas de la República, quien había declinado su inclusión en el gobierno colegiado —pentarquía— con el argumento de que su lugar no estaba allí, sino en el ejército [5]. A la mañana siguiente, el Secretario de Estado, Cordel Hull, anotaba en el memo de su conversación telefónica con Summer Welles, “que un sargento llamado Batista había sido instalado como Jefe del Estado Mayor” [6].

Coda

Batista marcó la inflexión desde el caudillismo politiquero del mambisado —los generales Gómez, Menocal y Machado— al caudillismo militarista que allanaría el camino al caudillismo político-militar del fenómeno histórico denominado revolución cubana.


Notas

[1] Biografía a dos voces, Debate, 2006, 555.

[2] Himno del Cuatro de Septiembre.

[3] Los demás integrantes eran Batista, el sargento primero de infantería José Eleuterio Pedraza, el sargento cuartel maestre Manuel López, el sargento sanitario Juan Estévez, el cabo de infantería Ángel Echevarría, el soldado de infantería Mario Hernández y el soldado sanitario Ramón Cruz.

[4] Adam Silva, Ricardo: La gran mentira, Editorial Lex, 1947, 139.

[5] La primera Orden General del Ejército informó a la tropa que el jefe era Fulgencio Batista y su ayudante, Ignacio Galíndez, así como que el Jefe de Columbia era Pablo Rodríguez y su ayudante, Manuel López.

[6] En uno de los más deliciosos manjares de la cubanología pro castrista, el Doctor en Estudios Ibéricos y Latinoamericanos Salim Lamrani (Universidad París Sorbona-París IV) refirió en su libro digital El lobby cubano en EE.UU. de 1959 hasta nuestros días (2003): “El 5 de septiembre de 1933, los sargentos Batista y Zaldívar derrocaron al presidente impuesto por Estados Unidos” (página 19).


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