Actualizado: 23/04/2024 20:43
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Un son para algunos presos

¿Por qué se permite a Fidel Castro jugar con los 'huéspedes' de sus cárceles?

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Hay bastantes dictadores en el planeta, pero ninguno tan sagaz y tan próximo a nosotros como el decano Fidel Castro. Hace ya muchos años que el contenido ideológico de su caudillaje quedó difuminado por un manejo pluscuamperfecto del populismo. Atrás quedó el tiempo de las esperanzas y de las lecturas inofensivas de sus decisiones políticas (las económicas, a la vista de sus resultados, no precisan rigurosos análisis).

Incuestionable campeón en el manejo del argumento de que la culpa es del enemigo exterior, su discurso antiestadounidense le viene sirviendo para distraer la atención interna desde 1959.

Lo que resulta insólito es que, casi cincuenta años después, haya conseguido en Salamanca y en Mar del Plata, sin ni siquiera comparecer, que en las Cumbres que en dichas ciudades se han celebrado se haya hablado sin cesar de su persona, y además, se haya condenado la política exterior norteamericana con una no menor variación semántica (bloqueo por embargo), sin una sola mención a la situación de los derechos humanos, los prisioneros políticos y las libertades públicas en el archipiélago cubano.

En lo que a España respecta, ni siquiera cabría invocar que plegarse a las presiones diplomáticas de Castro y Chávez tenga como justificación una sibilina defensa de los intereses económicos de las empresas españolas en Cuba, puesto que es un hecho que una gran parte de las firmas instaladas en La Habana en los últimos quince años están optando, de unos meses acá, por el cierre de sus oficinas e instalaciones.

Convertido en depositario de la voluntad de su pueblo, Castro interpreta la única verdad cubana y fija el camino a seguir por su país sin reparar en límites ni precisar intermediarios. Por supuesto, la libertad de expresión es su principal enemigo interno. Quienes critican son desprestigiados, callados y finalmente repudiados en "acciones espontáneas" protagonizadas, cómo no, por el "pueblo", que para hostigar a sus enemigos no precisa explicitar su voluntad en una suma de notas individuales destinadas a conformar un Parlamento.

Así ha sido durante muchos años. La prensa libre fue una de las primeras víctimas del comandante, y pronto quienes se dedicaban a escribir se alojaron en la cultura de la sospecha, las condenas mutuas y la falsa condescendencia.

Sin ninguna inmunidad y carentes de un poder judicial que les ampare, los encarcelados por motivos de opinión tras la gran redada de marzo de 2003 vienen contando con unos abogados imprevistos y especialmente incómodos para Castro: el correo electrónico e Internet, medios que permiten un seguimiento puntual de la suerte que van corriendo los represaliados.


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