Actualizado: 28/03/2024 20:07
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Un trío incompatible

De cómo Bolívar se convierte en socialista y Marx, su crítico más acérrimo, puede transformarse en un adepto bolivariano.

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La política es el arte de mezclar el agua con el aceite. Así lo prueba el discurso rocambolesco de Hugo Chávez, quien se encarama sobre la estatua de Bolívar y enarbola la bandera de Carlos Marx, en un acto circense digno de cualquier improvisado trapecista.

En el afán de fundamentar sus ambiciones, el coronel golpista manipula la figura de El Libertador, calificando su churro populista como revolución "bolivariana" y añadiéndole, como pegoste de última hora, la consigna de "Patria, Socialismo o Muerte", un calco más de la verborrea castrista. Acaso lo suelta, como se dice en México, a ver si es chicle y pega.

Pero ni con cola ni con colina, según aquellos versos de burla popular. La herencia de Bolívar se encuentra, entre otros documentos, en su famoso discurso ante el Congreso de Angostura, de 1819, cuando sentenció claramente: "…nada es tan peligroso como dejar permanecer largo tiempo en un mismo ciudadano el poder del pueblo, se acostumbra a obedecerle y él se acostumbra a mandarlo, de donde se origina la usurpación y la tiranía".

Chávez debe haber borrado esas palabras de su agenda personal, ya que aspira a una presidencia vitalicia. También parece que suprimió lo siguiente: "En el régimen absoluto, el poder autoritario no admite límites. La voluntad del déspota es la ley suprema, ejecutada arbitrariamente por los subalternos que participan de la opresión organizada…". Así lo acabamos de ver con la usurpación de la cadena Radio Caracas Televisión.

Lo que no ha quedado claro es la formulación de Chávez acerca de un "socialismo del siglo XXI", algo similar a reetiquetar un frasco de medicina vencida. No sabemos cuáles son los ingredientes de ese placebo, pero es evidente que lleva una fuerte carga de autocracia, capitalismo de Estado, corrupción y la yerba rancia del castrismo.

Para salvar las apariencias, Chávez tendría que añadirle alguna dosis de marxismo, en su versión tropical. No se puede ignorar al fundador del llamado socialismo científico, cuya teoría sigue fascinando a un sector de la izquierda radical. Pero ahí está el detalle, nos advertiría Cantinflas.

Manipulación y disparate

Resulta que Carlos Marx fue un crítico despiadado de Bolívar, a quien calificó como "el canalla más cobarde, brutal y miserable", un tipo de dictador bonapartista. En un artículo escrito en 1857 y publicado en enero de 1858 en el Tomo III de The New American Cyclopedia, Marx lo presenta como un mito creado por la fantasía popular, mientras lo describe duramente, minimizando la magnitud de sus hazañas.

Charles Dana, editor de aquella enciclopedia, puso reparos a la mordacidad del artículo, considerándolo prejuiciado y hasta exigiéndole a Marx que le diera las fuentes de sus datos. Pero éste mantuvo su opinión, basada como siempre en una minuciosa consulta de otras enciclopedias y testimonios disponibles en su época y, particularmente, en su propia interpretación de la sociedad y el papel de los individuos en la historia.

No es de extrañar que el texto de Marx fuera prácticamente desconocido para los lectores en lengua española hasta que, en 1936, lo publicara Aníbal Ponce en la revista Dialéctica, de Buenos Aires. Dos años antes había sido incluido en la edición en ruso de las obras de Marx y Engels, y no fue hasta 1959 que los editores soviéticos se atrevieron a criticar severamente lo escrito por el autor de El Capital, aunque tratando de justificar sus opiniones sobre la base de una supuesta desinformación.

Aceptando, sin conceder, que si Marx hubiera tenido un mejor conocimiento de los hechos y de la biografía de El Libertador tal vez su valoración hubiese sido menos negativa, lo cierto es que no hay manera de meterlos en el mismo saco y sacar de ahí, como mago de pacotilla, la flamante idea de un socialismo bolivariano.

El intento de convertir al marxismo a los próceres nacionales parece ser un rasgo más del pensamiento subdesarrollado que, en otro contexto, el ruso Lenin describió como la enfermedad infantil del izquierdismo. Así ha ocurrido también en Cuba, donde entre otros muchos se puede encontrar un largo ensayo publicado en 2004 por Armando Hart, figura histórica de la nomenclatura fidelista, titulado justamente Martí y Marx, raíces de la Revolución Socialista de Cuba.

Son parte de lo que, aplicando un concepto de Lezama, el ensayista Rafael Rojas denomina la teleología insular de una cultura, es decir, la suposición arbitraria de que un pensador, o una figura relevante, anticipa o realiza la idea o el proyecto de otra que le precedió o sucedió, y hasta el destino ineludible de una nación. Así, por arte de birlibirloque, Bolívar se puede convertir en socialista y Marx, su crítico más acérrimo, puede transformarse en un adepto bolivariano.

De ahí no hay más que un paso para imputarle ideas o endilgarle frases lapidarias a las figuras que van a ser manipuladas, a fin de justificar cualquier dislate. Sin rubor alguno, Hugo Chávez no ha vacilado en decir que la frase "socialismo o muerte" pertenece nada menos que a Carlos Marx y a Rosa Luxemburgo. Así lo afirmó el pasado 27 de enero de 2006, ante el Foro Mundial Social en Caracas, sin que hasta ahora se haya podido encontrar una referencia puntual a tal aserto.

Una mentira repetida muchas veces, aconsejaba Goebbels, ideólogo nazi, termina por parecer una verdad. Falsear la historia, manipular a los héroes, inventar declaraciones, finalmente engañar conscientemente, tal es la técnica de políticos como Chávez o Castro, cuyos nombres serán, en todo caso, tristes accidentes de la historia latinoamericana.