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Una tarea pendiente: despolitizar la presencia cubana en las Grandes Ligas

El béisbol, y el deporte en general, han sufrido por la politización de todos los contactos entre Cuba y EEUU

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En los años ochenta, los seguidores del equipo Villa Clara sufrimos una racha en la que junto a estelares como Rolando Arrojo, José Riveira, y José R. Riscart teníamos días sin un mínimo picheo. Cuenta una historia como después de una tanda adversa de batazos, el director Eduardo Martin le pidió la pelota a un lanzador frustrado, quien insistió en seguir en el juego: “Yo no estoy cansado”. A lo que el laureado director de varios equipos centrales contestó, “No, tú no, el que está cansado es Víctor”. Se refería a Víctor Mesa, jardinero central que había tenido que correr tras los batazos del equipo rival.

La anécdota viene a cuento de las dificultades por las que atraviesa el béisbol cubano para insertarse en las Grandes Ligas. Los políticos que en Cuba y EEUU han hecho de la hostilidad un modus vivendi no están cansados. Somos los admiradores del béisbol cubano y de las Grandes Ligas los cansados con sus políticas anacrónicas. Aunque el presidente Barack Obama ha sobrepasado muchas expectativas positivas con los recién anunciados cambios, una ausencia notable de las medidas propuestas es la autorización para que peloteros cubanos residentes en la Isla jueguen y puedan cobrar sus salarios en las Grandes Ligas.

El momento ha llegado para que Cuba y EEUU normalicen los contactos beisboleros entre los dos países. Un problema que crece es el reclutamiento ilegal de talentos en la Isla, alentando su emigración desorganizada e irregular, para así obtener comisiones a partir de los contratos multimillonarios de las Grandes Ligas. En ese accionar inescrupuloso, varios jugadores y sus familiares han sido presa fácil para delincuentes, incluso vinculados a carteles de la droga mexicanos y sectores del crimen organizado en Miami. Las autoridades tienen constancia de varios delitos graves como tráfico de personas, extorsión y falsificación de documentos.

Es antidemocrático que un deportista cubano, para jugar en el mejor béisbol del mundo tenga que renunciar a la residencia en su país. ¿A quién sino al pueblo cubano y a ese jugador en concreto castiga EEUU al impedir que el mismo sea contratado? ¿Qué sentido tiene impedir que un jugador de béisbol envié su dinero bien ganado a Cuba, para invertirlo con su familia o en su localidad, cuando ya las remesas enviadas por cubanoamericanos han sido liberadas por el presidente Obama y el gobierno cubano está permitiendo un creciente sector no estatal? ¿Por qué no existen reglas claras en Cuba, según estándares internacionales, por las que cualquier pelotero sirva a la liga de desarrollo en la que participa y según su parecer suba a jugar en las ligas mayores?

El mero concepto de “desertor” aplicado fuera de lo militar no tiene sentido. El béisbol, y el deporte en general, han sufrido por la politización de todos los contactos entre Cuba y EEUU. Es lógico que el gobierno cubano tenga una política para promover la serie nacional cubana y hacer sostenible el sistema de escuelas y áreas deportivas desarrollado tras la revolución de 1959. El deporte de espectáculo tiene un importante efecto social, alentando el ejercicio físico y proponiendo valores como la constancia, el espíritu de equipo, la camaradería, el respeto por el juego leal y legal. No es casual que tanto en Cuba como EEUU políticos responsables han tratado el pasatiempo nacional como un tema muy serio como para dejarlo solo en las manos de jugadores, managers o empresarios.

El legado más difícil de los conflictos civiles asociados a las revoluciones y contrarrevoluciones es la destrucción de muchos lazos de confianza, amistades, relaciones profesionales y hasta familiares, que constituyen un capital social del país. Una autentica promoción de la democracia conlleva aceptar espacios no partidistas. En ellos, lo político se compartimenta de modo tal que se resaltan los valores e intereses generales sobre el espíritu parroquial. Las ideologizaciones comunista y anticomunista son dos caras de una misma moneda: el desborde totalitario de la ideología y la política a todos los ámbitos. Lo contrario del deporte comunista no es el deporte anticomunista, es el deporte a secas.

El pueblo cubano adora el béisbol, que es un juego creado en EEUU. La fanaticada cubana admira a sus peloteros, jueguen donde jueguen. El propio Antonio Muñoz, paradigma del deporte revolucionario (Lo reiteró en Miami, rodeado de respeto) expresó sentirse orgulloso de José Daniel Abreu, “Pito”. Muñoz explicó cómo conoció a aquel muchacho en Cienfuegos cuando con muy pocos recursos organizaba los campeonatos de la liga infantil y juvenil. Abreu no es solo el resultado de su propio talento. Gracias a instructores y jugadores comprometidos como Antonio Muñoz, Abreu llenó de gloria a los cubanos al ser seleccionado el novato de la liga Americana.

Les corresponde a esos jóvenes abrir el camino de los peloteros cubanos al futuro, no politizando más el deporte sino deshaciendo los entuertos que heredaron. Un ejemplo fue el pitcher José Ariel Contreras. El gigante pinareño regresó a Cuba con el mayor espíritu reconciliador. Sin rumiar agravios, Contreras incluso explicó como había aclarado en su contrato con los Yankees que “Contra Cuba no jugaba”, dando una muestra de que la realización personal no está reñida con el patriotismo. Los grandes deportistas no son solo dinero, son también carácter. Está el caso de Preston Gómez, cubano y primer manager latino en Grandes Ligas, que de conjunto con gestionar la liberación de su hermano en Cuba, encarcelado por su oposición armada al castrismo, reclamó con ahínco por normalizar las relaciones entre Cuba y EEUU y la participación de los peloteros cubanos en las ligas estadounidenses.

El gobierno cubano debe también hacer lo suyo por el bien del béisbol cubano. Ningún principio patriótico-nacionalista, impide que Cuba convoque a estrellas residentes en el exterior, que se comporten con la dignidad que lo hizo José Ariel Contreras para la selección nacional. Segundo, veteranos que viven en el exterior como Antonio Pacheco, Agustín Marquetti o Rolando Arrojo deberían ser incluidos en las celebraciones y aniversarios de los triunfos locales. Los juegos de veteranos en Miami demuestra el disgusto causado a los sectores pro-aislamiento al ver peloteros que ellos usaron para sus manipulaciones abrazados con sus coequiperos y mentores. Crear esa frustración en el adversario es importante porque debilita su esperanza de vencer y se desmoviliza.

La reciente presencia de un scout japonés en el estado Augusto Cesar Sandino de Santa Clara y la entrevista a la familia de Frederich Cepeda al regresar de Tokio son imágenes que hablan más que mil discursos. Muestran una vía ordenada, noble y predecible para que aquellos jugadores que deseen jugar en EEUU u otra liga puedan hacerlo, sin traumas ni delincuentes como intermediarios. Una cosa es exigir a personas desarrolladas por el sistema cubano de talento deportivo que jueguen un mínimo de años en la serie nacional y otra es demandar lealtad a los ejecutivos del INDER.

Seria encomiable que los jugadores cubanos en Grandes Ligas que tienen una plataforma pública se declararan a favor de que se levanten las restricciones que limitan a sus colegas en la Isla para jugar en todas las competencias de las ligas estadounidenses (No solo las mayores, sino también la triple A, la serie del Caribe, la Liga Mexicana, etc.). Eliminar todas las restricciones implica desmontar las estructuras de hostilidad en ambos lados del Estrecho. Además de un buen legado cívico a la superación de hostilidades innecesarias entre Cuba y EEUU tal gesto contribuirá al futuro del béisbol cubano y el debate interno en la Isla al respecto.


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