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Intelectuales, Iglesia católica

Una trayectoria valiosa

Recordando a María Cristina Herrera

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Hace seis meses falleció María Cristina Herrera. Si bien nunca he dejado de pensar en ella, ha estado muy especialmente presente en mis reuniones familiares estas Navidades y este fin de año. Su casa en Cora Gables —refugio de sus incontables amigos— no fue nunca tan acogedora, ni María Cristina estuvo tan radiante en su fiesta de aniversario.

En su homilía durante la misa en su funeral, el arzobispo Thomas Wenski expresó “Hoy cumplimos con un triste deber —el de encomendar al Señor que es siempre rico en misericordia el alma de María Cristina Herrera. Y al encomendarla, le damos a Él las gracias por la vida y la entrega de esta mujer que siempre fue una cubana patriota y también católica comprometida. Y que nadie diga lo contrario”.

María Cristina nació en Santiago de Cuba. Su padre, Gustavo Herrera, fue un colono, hacendado del azúcar; y su madre, María Fernández, ama de casa. El cumpleaños de su hija en 1934 vino a teñirse de tristeza: padecía de parálisis cerebral, y los médicos le daban pocas esperanzas a su niña de apenas año y medio. Se equivocaron.

La implacable determinación de su madre de salvarla y los años de estricta rehabilitación le permitieron a María Cristina desafiar toda adversidad. Cuando se sumó a la alineación de compañeros de clase en su graduación de secundaria, las lágrimas de su padre solo manifestaban alegría. Durante su juventud utilizó un andador, codo a codo, con un amigo al lado. Y más tarde usó un bastón y una silla motorizada hasta que ya no pudo moverse.

Durante la década de los cincuenta el catolicismo cubano floreció, y con él, ella. Al principio, la revolución —con su promesa de dignidad y libertad— le dio grandes oportunidades para unirse a ella con el patriotismo y la fe que le rebosaban. En 1959 se unió a una campaña de alfabetización patrocinada por la Iglesia. Pero poco después María Cristina y otros cubanos de buena voluntad rechazarían el giro hacia el comunismo que experimentaba la revolución, y escaparon al exilio.

La historia de María Cristina no se diferencia de otros cubanos que llegaron a EEUU en la década de los sesenta: tiempos difíciles al principio, luego éxitos y reconocimiento. En 1970 pasó a formar parte del profesorado del Miami-Dade Community College, donde varias generaciones de estudiantes, sobre todo inmigrantes, la estimaron— hasta su retiro en 2003.

Su logro más importante fue el Instituto de Estudios Cubanos (Institute of Cuban Studies —ICS), el Instituto. Tras su fundación en 1969, el ICS ha reunido a tres generaciones de cubanos —la mayoría de la diáspora, pero también de la Isla— en la búsqueda del conocimiento, el diálogo y el pluralismo. Los eventos del el Instituto han brindado un fórum para todo un espectro de ideas y opiniones, para toda una plataforma de urbanidad y democracia.

La mayoría de los especialistas cubanoamericanos que tratan temas de Cuba y la comunidad cubanoamericana son o han sido miembros del ICS. “Buscamos y continuamos procurando un diálogo honesto e inteligente sobre los temas cubanos”, repetía María Cristina.

Su trabajo vanguardista le atrajo la cólera de la derecha militante del Miami cubano. El 26 de mayo de 1988 una bomba estalló en su casa, con lo que pretendían hacer explotar un simposio del ICS sobre las relaciones Cuba-EEUU. Y después de que el hotel de Miami, donde la actividad debía celebrarse, cancelara las inscripciones, la Universidad de Miami abrió sus puertas al Instituto y a su público, compuesto sobre todo de cubanoamericanos. Algún tiempo después ese mismo año la organización American Civil Liberties Union la honró con un Act of Courage Award.

Para la Cuba oficial, María Cristina siempre ha resultado difícil. Se ha opuesto al embargo, pero no ha cejado en la defensa de una Cuba democrática, ni en la liberación de los prisioneros políticos. Y si bien las autoridades cubanas continuaron impidiéndole viajar a la Isla desde principios de los noventa, ha continuado tendiendo puentes a cubanos de todas las esferas allí y, por supuesto, de la Iglesia católica en todos sus niveles, que ahora se manifiestan de una manera más vibrante que en cualquier otro momento de las últimas cinco décadas. Para María Cristina la reconciliación nacional constituía un imperativo ético.

“El amor, la fe, el conocimiento y la libertad son los cuatro pilares de mi vida”, me comentó a principios de año, mientras recordaba las décadas de amistad, en tiempos malos y buenos. María Cristina no ha llegado a ver una Cuba donde todos los cubanos hayan conseguido finalmente disfrutar de dignidad y libertad. Pero cuando llegue ese momento, bailará toda la noche en el cielo (o quizás, entre nosotros sin ser vista), algo que no hubiera podido hacer, si todavía viviera.


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