Una visa cubana para Ana Frank
Tras la llegada de Fidel Castro al poder, los cubanos pasaron de vivir en una nación que admitía y negaba la entrada a refugiados a un pueblo en marcha
Buscó quizá la isla en algún libro de geografía o un mapa. No cabe duda de que se conversó sobre el asunto en el hogar. No una, sino en varias ocasiones. Luego de la cena o en cualquier momento de aquellos días en que la desesperación iba creciendo. Cuba fue más que una esperanza para Ana Frank y su familia. Nunca, sin embargo, llegó a concretarse. La guerra avanzó más rápido. Mucho más rápido.
Otto, el padre, fue el único beneficiado con una visa cubana. El documento no le sirvió por mucho tiempo. En realidad, no le sirvió nunca. Ni siquiera se sabe si alguna vez le llegó.
La visa fue otorgada y enviada a Otto Frank el 1 de diciembre de 1941. Diez días más tarde, Alemania e Italia le declararon la guerra a Estados Unidos. La Habana canceló el documento.
Para un judío europeo de la época, obtener una visa cubana era un procedimiento riesgoso, caro y con frecuencia lleno de obstáculos que sólo podía ser resuelto cumpliendo con las exigencias de funcionarios corruptos.
Frank lo reconoce en una carta, que escribe el 8 de septiembre: “Sé que nos resultará imposible irnos, incluso si podemos recuperar la mayor parte del dinero [de los depósitos para el otorgamiento de las visas], pero Edith [la madre de Ana] me insta a marcharme solo o con las niñas”.
Luego, el 12 de octubre, escribe con mayor pesimismo: “Es más, mucho más difícil de lo que cualquiera pueda imaginar y se complica por días”.
El resultado final es conocido. Para el verano de 1942, la familia Frank había perdido toda esperanza de poder abandonar Holanda y se vio obligada a esconderse. En un refugio anexo a una vivienda —que hemos visto torpemente reproducido en cine, obras teatrales y programas de televisión— estuvieron dos años, hasta que finalmente fueron denunciados. Ana, que para entonces tenía 15 años, murió en un campo de concentración, al igual que su madre y su hermana Margot. Su diario fue publicado posteriormente y hoy se considera una obra literaria y una denuncia vigente de la barbarie nazi.
El destino de los Frank es en parte un caso de mala suerte. No bastaron las conexiones y el dinero para salvarlos. Pero es sobre todo un ejemplo de la realidad del Holocausto, la intolerancia, el racismo y la falta de humanidad que siempre acecha al hombre y su historia.
Ante la amenaza de una denuncia por un miembro de la Gestapo, el 30 de abril de 1941 Otto Frank inicia una angustiosa correspondencia con su amigo y excompañero de estudios Nathan Straus Jr., con el objetivo de que éste le ayude a abandonar Ámsterdam y marchar a Estados Unidos.
Straus era una figura importante en este país. Director nacional del Departamento de Viviendas, amigo de Eleanor Roosevelt e hijo del copropietario de la tienda por departamentos Macy's. Parecía que con tal relación los Frank no tendrían dificultades. Pero las trabas burocráticas resultaron más poderosas.
“Eres la única persona a la cual puedo pedirle esto”, escribió Otto a Straus. Sin embargo, aunque éste depositó los $5.000 necesarios para el otorgamiento de las visas, realizó las declaraciones juradas correspondientes e hizo las gestiones pertinentes, los obstáculos se multiplicaron y de ahí la idea de recurrir a una nación neutral como país de tránsito. Es en este momento que el nombre de Cuba se hace familiar en el hogar de los Frank.
El soñar con un refugio cubano no era entonces algo singular para un judío europeo. El filósofo Theodor W. Adorno, residente en EEUU, intentó sin éxito que el ensayista y también filósofo Walter Benjamin fuera invitado para dar conferencias en la Universidad de La Habana. Cumpliendo con la tradición de rechazar el talento extranjero, imperante en esos momentos en la Isla, una negativa fue la respuesta.
El caso más célebre es el del vapor St. Louis, detenido por varios días frente a la bahía de La Habana, lleno de inmigrantes que aguardaban por un permiso para desembarcar, para finalmente girar en redondo y volver a Europa. En este viaje fatal sólo lograron salvarse unos pocos afortunados que lograron llegar a tierra cubana, pues la mayoría de los refugiados terminaron en campos de concentración tras el regreso.
En el caso de la familia Frank, la correspondencia del padre de Ana permaneció olvidada y desconocida por casi 30 años, propiedad del Instituto de Investigación Judía YIVO, en Nueva York, hasta ser descubierta casualmente por un error de oficina. Un artículo de The New York Times da cuenta del hallazgo.
Tras la llegada de Fidel Castro al poder, los cubanos nos vimos obligados a cambiar nuestro destino. Pasamos de vivir en una nación que admitía y negaba la entrada a refugiados a un pueblo en marcha. La palabra diáspora nos es tan familiar como a los judíos. Más allá de las causas políticas e históricas, hay una lección que no debe olvidar ningún país. Nunca se sabe cuándo puede llegar el momento en que quienes tradicionalmente han recibido refugiados tienen que empezar a buscar refugio.
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