Actualizado: 28/03/2024 20:07
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Caos, Violencia, Cambios

Cuba, el caos y la violencia

A consecuencia del empobrecimiento económico y social, se ha extendido una actitud donde el delito se acepta e incluso se justifica

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Cuba continúa atravesando una situación difícil y el impulso bajo el cual el mandato de Raúl Castro inició una serie de reformas limitadas ha desaparecido. Aferrarse a la ilusión de que el régimen pueda sucumbir en un futuro cercano es apostar por la fantasía. No es así. El proyecto revolucionario está agotado, pero los mecanismos de supervivencia siguen intactos.

Sin embargo, este afán de sobrevivir está generando un caos y una violencia que atenta no sólo contra la población en la Isla, sino hace dudar sobre un mejor destino para la nación

Cuba sigue siendo una excepción. Se mantiene como ejemplo de lo que no se termina. Su esencia es la indefinición, que ha mantenido a lo largo de la historia: ese llegar último o primero para no estar nunca a tiempo. No es siquiera la negación de la negación. Es una afirmación a medias. No se cae, no se levanta.

Cualquier estudioso del marxismo, que trate de analizar el proceso revolucionario cubano, descubre que se enfrenta a una cronología de vaivenes, donde los conceptos de ortodoxia, revisionismo, fidelidad a los principios del internacionalismo proletario, centralismo democrático, desarrollo económico y otros se mezclan en un ajiaco condimentado según la astucia, primero de Fidel Castro y ahora de su hermano.

No se puede negar que en la Isla existiera por años una estructura social y económica —copiada con mayor o menor atención de acuerdo al momento— similar al modelo socialista soviético. Tampoco se puede desconocer la adopción de una ideología marxista-leninista y el establecimiento del Partido Comunista de Cuba (PCC) como órgano rector del país.

Todo esto posibilita el análisis y la discusión de lo que podría llamarse el “socialismo cubano”. Aunque esta argumentación es solo una fracción necesaria a la hora de comprender una realidad simple y compleja a la vez.

Como en la música popular cubana: la melodía es pegajosa y fácil de repetir, pero el problema es con el ritmo, que por momentos se construye a partir de sucesiones de notas a contratiempo: síncopa en la música y el habla, pero también en la política: la Guantanamera como nuestra definición mejor.

En los últimos años se han producido demostraciones que evidencian que una parte de la población cubana está dispuesta a realizar actos violentos —o no sabe controlar sus pasiones e instintos— y reaccionar ante los estímulos más simples.

Ese es el sector de la población que se presta a participar en actos de repudio, donde son guiados y controlados por un grupo de agentes represivos. Es decir, no alcanzan siquiera el grado de profesionales de la violencia: son simplemente matones de ocasión.

En un futuro más o menos inmediato, tras la desaparición de los Castro, de este estrato de la población cubana saldrán los pandilleros, extorsionistas, abusadores y hasta asesinos que muy probablemente sirvan para suplir la demanda de delincuentes e individuos sin escrúpulos a ser empleados por los diversos grupos dedicados a las actividades ilegales que ya florecen en la Isla.

No es esta oleada de hechos delictivos el único peligro que acecha respecto a estos personajes de naturaleza marginal, pero integrados dentro de un aparato represivo que los usa a su conveniencia, y que en la actualidad encuentran satisfacción y provecho en participar en los actos de represión.

Tampoco hay que buscar en el hostigamiento y el acoso a los activistas y disidentes la única forma de marginalidad que progresa en el país.

A consecuencia del empobrecimiento económico y social surgido a partir del llamado “Período Especial”, pero con un origen mucho más remoto dentro del proceso iniciado en 1959, se ha extendido una actitud donde el delito se acepta e incluso se justifica de acuerdo a conveniencias y excusas de todo tipo, que van desde la necesidad de recurrir al mercado negro, para adquirir los bienes más elementales, hasta la prostitución, el robo y la venta y compra de drogas.

El problema principal es la existencia de un grupo poblacional acostumbrado a vivir bajo un régimen totalitario, que en un futuro más o menos cercano de pronto va a encontrarse incapaz de vivir en libertad, con las responsabilidades que este hecho atañe. Esos que golpean hoy serán los inadaptados de mañana. Aquellos que han llegado al “trapicheo” como forma de vida o practican y aceptan la prostitución como un complemento a los ingresos familiares —casi un don o un regalo de la naturaleza— pasarán a formar parte de la lacra social del país. Actividades que en la actualidad se justifican por la carencia y censura, como la adquisición de artículos hurtados o de contrabando, el pequeño fraude a la empresa estatal, el tráfico de influencias, el robo de la señal de televisión o el uso fraudulento del servicio de internet perderán su condición de “activismo político”, medio obligado de supervivencia, forma de rebelión o desacato al sistema y serán catalogados de simples delitos, como en cualquier sociedad.

Por supuesto que la mayoría de quienes hoy se ven obligados a violar las ataduras de un régimen totalitario, obligados por la necesidad momentánea, no tendrán problema alguno en comprar mañana en un supermercado lo que hoy solo pueden adquirir en la bolsa negra. La mayoría, pero no todos. Una sociedad libre implica derechos pero también deberes elementales. Por demasiado tiempo los cubanos han vivido encerrados en el engaño, la mansedumbre y el “resolver” sin remedio. Por décadas han aprendido a darle la vuelta a los problemas, y asistir hoy al desfile y recibir mañana al pariente que viene de Miami; levantar la mano en la asamblea y esperar llegar a la casa para ver si finalmente le dejaron el “paquete”, con películas extranjeras, programas “de afuera” o anuncios comerciales de productos con los que sueña pero no encuentra en las tiendas.

Enfrentar la necesidad urgente de crear los medios que posibiliten los cambios, para que el cubano devenga en un individuo capaz de enfrentar los retos y beneficios de un Estado democrático y una sociedad civil, es tan apremiante como discutir las bases económicas y políticas de la nación del futuro.

Conocer cómo piensan y actúan las personas que por demasiado tiempo han sobrevivido en un país en ruinas abarca un universo más amplio que las discusiones políticas.

Lo que se ha estado fraguando durante los últimos años en Cuba es un escenario extremadamente volátil, que hasta ahora el gobierno de la Isla ha logrado controlar con represión y promesas.

Todo ello lleva a un aumento de las posibilidades de un estallido social. De producirse esta fragmentación violenta —y con independencia del resultado de la misma— el uso del caos y la fuerza como solución de los problemas se convertiría en un patrón de conducta adoptado por una parte de la población de la Isla, que limitaría o impediría el avance social.


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