Actualizado: 27/03/2024 22:30
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Literatura, Relatos, Cuentos

«Gabinete de dragones»

Alejandro Robles entrega un sumario de microrrelatos sobre la maravilla de lo monstruoso; relatos que encarnan nuestros temores más profundos desde el gozo de la ficción

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El narrador de origen cubano Alejandro Robles (Halle, Alemania, 1962), Premio de Cuento de La Gaceta de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) 1994, reaparece después de algunos años de silencio editorial con Gabinete de dragones (Eolas ediciones, 2023): cuaderno de microrrelatos calificado por el destacado escritor peruano Fernando Iwasaki como “un prodigio de erudición, humorismo y originalidad avalado por una solvencia literaria abrumadora”.

El dragón, esa criatura fantástica de presencia imperante en el imaginario de los seres humanos, protagoniza el despliegue de Robles por rutas azarosas que van de las manchas de las nubes, la humedad de las paredes, una huella en el lodo, la forma de la rama de un árbol, una salpicadura sobre un mantel o en el contorno de una sombra. Bestia alada que arroja fuego por su boca, que al decir de Borges tiene “algo en su imagen que concuerda con la imaginación de los hombres. Un monstruo necesario, no un monstruo efímero y casual”.

“Siempre he tenido fascinación por los dragones; hubo una época en la que comencé a verlos en todas partes, se me presentaban en los sueños y en el entorno de circunstancias cotidianas. Empecé a escribir pequeños relatos sobre esas bestias aladas que arrojaban fuego por las fauces. Acumulé un centenar de historias, ocurrencias y aforismos y conformé Gabinete de dragones: envié el manuscrito a una amiga, ella lo compartió con el escritor peruano Fernando Iwasaki. Sucedió entonces algo increíble e inesperado, a Iwasaki le impresionó tanto el libro que decidió enviarlo al sello español Eolas Ediciones, que lo publicó de inmediato”, comentó en entrevista con CUBAENCUENTRO, Alejandro Robles.

¿Por qué tantos años sin publicar?

En mi paso por México en los años 90, después que salí de Cuba, publiqué cuentos y ensayos en revistas literarias universitarias mexicanas; después me fui a Miami y el trabajo como guionista en la televisión me absorbió. He sido un tanto moroso y esquivo a la hora de publicar. Escribir y publicar no son sinónimos, y siempre he preferido el silencio. Se debe pensar, crear, escribir y eventualmente publicar, no al revés.

¿La televisión, paréntesis literario?

El trabajo en televisión es exigente, desgastante y absorbe demasiado tiempo. Sin embargo, tanto la televisión como la publicidad me obligaron a ser extremadamente veloz y conciso. No es bueno que la prisa de la televisión se traslade a la literatura, que tiene un tiempo que se parece más a la inmovilidad: hay que escribir y reescribir, convertirse en una suerte de Sísifo que recorre una y otra vez la misma oración, el mismo párrafo, la misma página.

¿Dragones que no engendrar horror y se sitúan en lo asombroso?

Todo aquello que subvierte las clasificaciones y escapa de la uniformidad es considerado monstruoso, todo aquello que perturba el orden natural tiende a ser expulsado, ocultado y perseguido como emblema de lo impuro. Lo monstruoso condensa en su figura lo grotesco y suele convertirse en la encarnación de nuestros temores más profundos. Mis dragones no son monstruos que provocan el repudio o la alteración, sino criaturas que fascinan y deslumbran. El dragón, como figura, atraviesa las edades y las geografías, es un monstruo hecho para perdurar.

¿Por qué un ‘gabinete’?

En alusión a esos objetos que exponían objetos exóticos y curiosos. Estos relatos exhiben criaturas vivientes, no me limito a la figura del dragón clásico, también hay dragones que son autómatas mecánicos o tan delgados y flexibles como cabellos, dragones invisibles o tan diminutos como insectos, dragones cuya piel cambia o un dragón que no es otra cosa que una nariz superlativa.

¿Incursión en el microrrelato?

El microrrelato es un género que me cautiva, pero escribo también cuentos más extensos. Me interesan asimismo la novela, los cuentos infantiles y el ensayo. El ensayo es un género elástico y de infinitas posibilidades, un género lleno de tanteos y aproximaciones, pero no me atraen los grandes temas, sino los minúsculos, esos en los que nadie repara y que no les parecen dignos de reflexión.

¿Qué es el microrrelato para usted?

Creo que el microrrelato es el bonsái de la literatura. Es un árbol convertido en palillo de dientes, aunque si el microrrelato trata de un dragón conviene más la imagen de un fósforo, y si está encendido tanto mejor. El microrrelato es un universo del tamaño de una escama, una hoja con todas sus nervaduras, un rizoma perfecto. Cuando digo escama, hoja o rizoma induzco a pensar de que se trata de pequeños fragmentos, pero no es así, el microrrelato es un todo en sí mismo. Como expresión literaria exige ingenio, tensión y máxima economía de recursos, es como crear una trampa para un insecto, o mejor, es el acto de vestir y engalanar a un simple gesto.

¿Lo ficticio en peculiar empalme con gestos humanos?

Sí, dragones variados e insólitos como la zoología de los sueños. Sin abandonar su condición de monstruos, están dotados de rasgos casi humanos. En esa leve oscilación entre lo fabuloso y lo humano radica el sabor de este libro.

¿Ecos de Borges, Arreola, Calvino, las mitologías, las enciclopedias, la Biblia...?

Me arrogo esos retumbos. Agrego a Mario Levrero, Rodolfo Wilcock y a Julio Ramón Ribeyro. Tales influencias no son menos evidentes que el propósito de ‘especulación inventiva’. Defino las fábulas de este libro centradas el empeño de la búsqueda absoluta de la libertad creativa.

¿Qué novedad va a encontrar el lector en Gabinete de dragones?

Los textos no se reducen a la descripción anatómica de las bestias, típica de los bestiarios. Hay cartas, poemas, microrrelatos, aforismos, ocurrencias, apuntes apócrifos e incluso parodias de otros autores. Es un libro lúdico con tanta variedad en sus páginas como escamas en el cuerpo de un dragón.

Tomado de GABINETE DE DRAGONES

El dragón vive oculto en lo más profundo y oscuro de la cueva. Es extremadamente silencioso y se camufla a la perfección con las rocas mohosas de su entorno. Lame con suavidad las paredes, pues solo se alimenta de las gruesas capas de musgo que recubren los ásperos muros de piedra. Apenas se mueve y respira con suma lentitud. Ni el ojo más aguzado sería capaz de advertir su figura. Está convencido de que si nadie se entera de su existencia será eterno.


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