Actualizado: 18/04/2024 23:36
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Chiste de curros

El castrismo: un hueco negro de la razón, la pesadilla goyesca de La Moncloa.

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La visita a una cárcel cubana es ya un gesto de apoyo al régimen, porque "la cárcel visitada" es otro de los nombres del castrismo, como la salsa, los niños bien-comidos, la escuelita feliz o los enfermos sanados. Cada una de esas encantadoras creencias pertenece al catálogo de prodigios de nuestra cancillería, por lo que no debe extrañar que, al caer en la órbita del Máximo Líder, las cabezas de los representantes del gobierno español, de visita en La Habana, hayan girado como la de un mochuelo, dando volteretas exorcísticas.

La agudeza crítica que la izquierda española no escatimaría si se tratara de Condoleezza o de Ratzinger, se mella en presencia de Felipe Pérez Roque. La luz natural se apaga frente a Carlos Lage; las garantías constitucionales se suspenden cuando aparece el pequeño Gran Hermano: el castrismo es un hueco negro de la razón, la pesadilla goyesca de La Moncloa.

Los representantes libremente elegidos de un partido y de un gobierno democrático, gente que conoce al dedillo lo que es una larga tiraníaespañola, parecen peleles hipnotizados, inocentes de las sandeces y de los gestos ridículos que un titiritero malvado les hace decir y hacer en el foro de otra tiraníaespañola.

Porque si la propaganda castrista encierra un grano de verdad, entonces esa verdad debe ser que "el pueblo nunca se equivoca". Y como el niño que vio pasar a un rey en cueros, la vox pópuli ha destapado la dictadura cubana en todo lo que tiene de español, y en todo lo que conserva, además, de "presidio" español.

Por eso la visita del director general de Política Exterior de España a las prisiones Toledo I y II no es noticia para los cubanos, sino más bien el pan diario de los que deben regresar en aviones fletados para dar un paseo por su propia cárcel. Condoleezza Rice ha dicho, con tino, que "algunos españoles han pasado de una dictadura a otra". Con respecto a los exiliados que regresan de visita a Cuba suele omitirse que pasan de una cárcel a otra.

Vueltas en círculo

Para inspeccionar una auténtica prisión castrista, los españoles sólo tendrían que venir a Miami. O, simplemente, no moverse de Madrid. Esos dos campos de concentración albergan el 10% de la población de la Isla. Cualquier discusión sobre derechos humanos ha de iniciarse en "nuestro" presidio, en estas granjas modelo que se llaman Union City, Chueca y Hialeah.

Fidel ha inventado un ingenioso sistema de autoabastecimiento por el que los prisioneros de Toledo I proveen de rancho y vestido a los prisioneros de Toledo II. Si hemos perdido el sentido de "adentro" y "afuera" es porque, como en los grabados de Escher, nuestras cárceles comunicantes crean la ilusión de que estamos dando vueltas en círculo. ¿Será por eso que Moratinos y Trinidad Jiménez lucen tan desorientados?

La cárcel visitada abulta la cartera de los cancilleres y desfonda el bolsillo del exiliado. Últimamente, los trámites de habilitación y renovación del pasaporte para regresar a la granja de castigo —previa autorización— cuesta al cubano un ojo de la cara (y hay que pagar por adelantado, pues un policía cobra en el torniquete).

Los carceleros han impuesto un arbitrario gravamen del 10 y el 20% a la moneda extranjera, y, mientras tanto, los españoles buscan delincuentes comunes en San Francisco de Paula. Ese dinerito, si solamente el director general de Política Exterior de España quisiera verlo, sale de los lomos de un batallón de viejas dobladas sobre máquinas de hacer dobladillos, en las enormes factorías castristas de ultramar. No hay que ir tan lejos para atestiguar los atropellos del castrismo.

Si en el archipiélago de Meliá, situado en los Jardines de la Reina, los esclavos son despojados automáticamente de sus derechos sindicales y ciudadanos —en una palabra, de sus derechos humanos—, ¿cómo pueden los españoles reunirse a puertas cerradas para discutir un asunto que ningunean a puertas abiertas?

Esta ridícula situación me recuerda el chiste de los curros que salieron de excursión. Creyendo haber perdido uno, los curros se contaron y recontaron varias veces, pero la cuenta siempre daba de menos. Hasta que al curro contador se le ocurrió contarse a sí mismo.