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Cómo Cuba Decidía (I)

Las elecciones generales de 1948 en Cuba siguieron más o menos la moda norteamericana de elección indirecta

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Al filo del fracaso de Otro18, anticastristas verticales tergiversan el planteo de que los opositores tienen que “jugársela intercambiando con la gente [y] ganarse a la gente por sí mismos” para las elecciones con “hacer trabajo de calle [NO, de casa en casa o dondequiera que se forme tertulia informal, sin gritería ni poses para los medios de afuera], darse a conocer [NO, en las circunscripciones de barrio todo el mundo se conoce] y dar a conocer los que se postularían” [NO, los candidatos opositores tiene que darse a conocer ya sólo en el momento mismo de la asamblea de nominación].

Tal como no queda nada por hacer con una oposición repudiada hasta por sus vecinos, nada queda por hacer con quienes, además de tergiversarlo todo, alegan que postularse está “penado con cárcel” y a la pauta de trabajar en silencio —que todo el mundo sabe que es sin darse bombo y platillo— agregan otra inventada: “sin que nadie lo sospechara” para urdir la intriga de la opción electoral como medida activa del G-2 y de este modo seguir en el babiney de que ni revuelta ni elecciones: a desfogarse en Internet.

Al final de la batalla y muerto el combatiente parece mejor repasar la historia. Pedro Campos, exfuncionario de la administración Castro y actual militante del Socialismo Participativo y Democrático, dio un buen punto de partida: “El pueblo de Cuba, desde las últimas elecciones democráticas de 1948, no ha tenido la oportunidad de decidir en plenas condiciones de libertad y democracia, con presencia de todas las tendencias políticas, sin ser reprimidas” [1]. Al ceñirse a los comicios presidenciales de 1948 y dejar fuera las elecciones parciales 1950, Campos anima a indagar la plenitud de condiciones en ambos casos.

1950

Para las elecciones parciales, el Tribunal Superior Electoral (TSE) procedió a reorganizar los partidos. Por la exigencia legal de tener al menos 2 % del electorado afiliado para concurrir al juego democrático, estos quedaron reducidos (con sus líderes) a: Partido Revolucionario Cubano o Auténtico (Carlos Prío), Partido del Pueblo Cubano u Ortodoxo (Eddy Chibás), Partido Liberal (Eduardo Suárez Rivas), Partido Demócrata (José Raimundo Andréu), Partido Republicano (Guillermo Alonso Pujol), Partido Acción Unitaria (Fulgencio Batista), Partido Socialista Popular o Comunista (Juan Marinello). Los demás se desestimaron —ayer como hoy— por ser grupúsculos [2].

El presidente Prio largó discurso por radio en cadena sobre la absoluta imparcialidad del Gobierno y concluyó: “Que hablen por mí los hechos.” Así fue. La subasta de puestos tomó tanto vuelo que muchos candidatos se retiraron por falta de fondos o continuaron la política por otros medios, como asaltar un banco en Güines para llevarse 30 mil pesos. Los siete grupos legalizados como partidos nacionales campearon por sus respetos incluso a escala local. Se llevaron 125 de las 126 alcaldías en disputa. Sólo perdieron en Bejucal frente a un tal Partido Cívico.

Para la alcaldía de La Habana se postuló el hermano del presidente. Así se ganó el motete de “Hermanísimo”, pero Antonio Prío no pudo ganar las elecciones ni siquiera con los cinco millones de pesos que esparció entre los habaneros para que votaran por él o dejaran de votar por su rival, Nicolás Castellanos, amén de emplear al lunático Chicho Pan de Gloria para que repartiera miles de estampas de santos católicos con propaganda electorera al dorso.

Una riña a palos y puñaladas entre partidarios de Prío y Castellanos dejaría cuatro heridos en Habana Vieja. En el interior, la policía tuvo que patrullar hasta pueblitos como Herradura (Pinar del Río) para evitar choques entre auténticos y batistianos. Enrique Kike Masferrer, hermano de El Tigre, fue·baleado en Holguín por su pugna con el senador Baire Llópiz. La nota más espectacular fue protagonizada por Eugenio Rodríguez Carta —más espectacular aún por ser enterrado de pie en el Cementerio de Colón— al matar a tiros al congresista Carlos Frayle y escapar en avión a Cayo Hueso.

Para las elecciones generales del 1ro de junio de 1952 se registraron 2 794 757 electores, de los cuales 2 097 960 se afiliaron a determinado partido. La diferencia se apodó “espiral del silencio”, pero no cabían sorpresas por recuperación repentina de la voz electoral. La correlación de fuerzas era: auténticos, 28,80 %; ortodoxos, 14,96 %; batistianos, 9,46 %; demócratas, 8,99 %, liberales, 8,72 %; nacionalistas, 8,15 %; grausitas, 3,77 %; comunistas, 2,54 % y republicanos, 2,06 % [3].

Unas encuestas amañadas forjaron el mito de la ortodoxia triunfante, a pesar de que los auténticos formaron la Séxtuple Alianza con demócratas, liberales, nacionalistas, grausitas y republicanos, que sumó 1 448 484 electores: 51,83 % de los registrados y cuatro veces el número de afiliados ortodoxos, que ya no tenían con quien pactar. Por mucha vergüenza contra dinero que predicaran, su candidato Roberto Masa Boba Agramonte no era El Loco Chibás. Tampoco el dinero de la administración Prío iba a dejar de contar para que el sucesor auténtico fuera Carlos Hevia, el expresidente relámpago del 15-18 de enero de 1934. Sólo que en eso sobrevino el madrugonazo de Mulato Lindo.

1948

Las elecciones generales de 1948 seguían más o menos la moda norteamericana de elección indirecta, fijada en el artículo 140 de la Constitución de 1940: “El Presidente de la República será elegido por sufragio universal, igual, directo y secreto en un solo día (…) El cómputo de la votación se hará por provincias. Al candidato que mayor número de sufragios obtenga en cada una de ellas se le contará un número de votos provinciales igual al total de senadores y representantes que, conforme a la ley, corresponda elegir al electorado de la provincia respectiva y se considerará electo el que mayor número de votos provinciales acumule en toda la república” [4].

Pinar del Río daba 15 votos; La Habana, 27; Matanzas, 14; Las Villas, 23; Camagüey, 16; y Oriente, 29. Así que, tal como sucede en USA, no había que ganar la mayoría del voto popular, sino ajustar las campañas geográficamente, tal y como hizo Trump para desconsuelo de Hilaria. Había que ganar en dos de las tres provincias grandes (Habana, Las Villas y Oriente) más otra chiquita, o en las tres provincias chiquitas (Pinar del Río, Matanzas, Camagüey) más una grande.

La alianza de auténticos y republicanos ganó en todas las provincias con la candidatura de Carlos Prío, quien llevó de vice a Alonso Pujol y sucedió en la presidencia a Ramón Grau San Martín. El Viejo dejaba el Palacio Presidencial tras malversar nada más que 174 241 840 pesos y 14 centavos, según la cuenta que el senador Pelayo Cuervo presentaría al Tribunal Supremo en la Causa 82/1949. De paso dejó sin castigo 61 de 69 atentados perpetrados durante su administración.

Los candidatos de tal o cual partido a determinado puesto se nominaban en las asambleas del propio partido [5]. El autenticismo estaba dividido en tres facciones: el BAGA [6], que controlaba las asambleas provinciales de La Habana y Oriente; la bandería del presidente del Senado, Miguel Suárez, quien con Dieguito Tejera campeaba por sus respetos en Matanzas, Las Villas y Camagüey; más el senador Carlos Prío,·que sólo contaba con su provincia natal (Pinar del Río), pero tenía el visto bueno de El Viejo y supo arreglárselas para ser nominado ilegalmente.

La asamblea nacional auténtica se armó de corre-corre sin la mayoría que exigía la ley, al no asistir los partidarios de Suárez. No obstante, se alegó que hubo quorum funcional para postular a Prío. Suárez impugnó la maraña ante el TSE y Prío respondió con otra. Escogió como vice a una tal Herminia Suárez, funcionaria del Palacio Presidencial, y aquí mismo recibió simbólicamente de El Viejo el batón de la cubanidad. Enseguida Herminia renunció, Prío postuló a Alonso Pujol para sellar la alianza con los republicanos y El Viejo llamó a los jueces del TSE para rogarles que la impugnación del quorum funcional no entorpeciera las elecciones.

Suárez mismo daría la solución definitiva tras viajar a Miami, ver al rector del BAGA y desistir al regreso de la impugnación. Aceptó la decisión de El Viejo y se conformó con ser nominado senador por Las Villas, además de resarcido por todos los gastos pasados, presentes y futuros de la lidia electoral, que revivió las mejores tradiciones de la primera etapa republicana (1902-33).

En Oriente, el representante Arturo Vinent denunció los manejos del senador Luis Caiñas y este pasó por su oficina para pegarle un tiro en la cara. El Senado procedió a retirarle la inmunidad parlamentaria para enjuiciarlo, pero Caiñas marchó al extranjero y regresaría tras recuperar la inmunidad al ser electo representante. Dieguito Tejera mandó a tirotear a la gente de Carlos Maristany [7] en Matanzas y a secuestrar al alcalde de Nuevitas y a otros en Camagüey, quienes vinieron a aparecer tres meses después de las elecciones sin que la policía se hubiera dignado a buscarlos.

El bloque gubernamental auténtico-republicano consiguió 905,198 votos, menos que la oposición, que se había fragmentado sin remedio en la coalición liberal-demócrata (599,364) de Ricardo Núñez y Gustavo Cuervo, los ortodoxos (324.634) de El Loco y Masa Boba, más los comunistas (142.972) de Juan Marinello y Lázaro Peña [8]. El Gobierno fue pródigo en dinero e insultos para desacreditarlos, tal como el tardocastrismo hace hoy y hará siempre con los llamados candidatos opositores. Sobre el Partido Liberal se volcaron todos los crímenes del machadato, mientras los ortodoxos fueron acusados de confabularse con los comunistas y estos últimos, de ser quinta columna de Moscú.

Nada alarmante pasó en La Habana. Un agente del BAGA atacó al presidente del Colegio Electoral 27 y un nostálgico de Guiteras baleó a un ordenanza de Panchín Batista —electo gobernador— mientras otro nostálgico recibía un escopetazo en San Lázaro. En el interior hubo tan sólo riñas a cuchillo y puñetazos, sobre todo entre partidarios del BAGA y de Miguel Suárez.

El presidente entrante no perdió la sintonía auténtica. Aunque se apartaría de El Viejo acusándolo de clavar tres cruces en el monte del autenticismo: corrupción administrativa, bolsa negra y gansterismo, cuando Prío proclamó sus nuevos rumbos todo el mundo sabía que eran nuevas rumbas.

Coda

Una semana antes de las elecciones generales de 1948, Fidel Castro aprovechó su turno de arenga en un rally ortodoxo de Santiago de Cuba para insistir ante Chibás en la suprema responsabilidad de mantener ardiendo las esperanzas que el pueblo cubano había depositado en la ortodoxia. La respuesta de El Loco resultó profética: “El día que Chibás crea advertir una extinción o una merma en el amor ciudadano, se parte de un balazo el corazón, no por cobardía ante el fracaso y sí para que su inmolación conduzca a la victoria a sus discípulos”. Hoy en día cunden la extinción y la merma del amor ciudadano sin que nadie se dé un tiro por ello ni en el gobierno real ni en la oposición virtual.

Notas

[1] “Restablecer la soberanía popular, ¿concesión al imperialismo o deuda con el pueblo?”, Diario de Cuba, 29 de diciembre de 2015. Para la indagación histórica consúltense las voluminosas Historia de la nación cubana (1952), de Ramiro Guerra et al., e Historiología cubana (1974), de José Duarte Oropesa, antes que cualquier historia mínima circulante por ahí.

[2] Ningún grupo de la oposición pacífica ha logrado movilizar a más del 0,2 % del electorado cubiche

[3] Vid.: Hugh Thomas: Cuba, or The Pursuit of Freedom, Da Capo Press, 1988, 774; Mario Riera: Cuba política, 1899-1955, Impresora Modelo S.A., 1955, 593 s; Charles D. Ameringer: The Cuban Democratic Experience: the Auténtico Years, 1944-1952, University Press of Florida, 2000, 162.

[4] Los llamados opositores pacíficos entran en cortocircuito ideológico al abogar por elección directa del Presidente del Consejo de Estado —y de Ministros— en Cuba, al tiempo que alaban la Constitución de 1940 y el mecanismo electoral de USA.

[5] Así, Castro mismo fue nominado por Millo Ochoa en 1948 para ser uno de los 21 delegados de Oriente a la asamblea nacional del Partido Ortodoxo, pero prefirió postularse por La Habana y perdió en las elecciones primarias. En 1950 Adolfo Otero nominó a Castro para delegado de la asamblea municipal por el distrito de Cayo Hueso y la dirección del partido rechazó la nominación. Al filo de las elecciones de 1952, Castro sería nominado en asamblea municipal por Manuel Bisbé para representante por La Habana, pero Carlos Márquez Sterling alegaría que los jerarcas provinciales habían acordado ya nominar a otro la víspera del marzazo.

[6] El bloque Alemán-Grau-Alsina (BAGA) era la unión electorera José Manuel Alemán, presidente de la asamblea provincial del partido auténtico en La Habana y ex ministro de Educación, con Francisco Grau Alsina, sobrino mayor de El Viejo. Después de llevarse a Miami unos 65 millones de pesos del erario público, Alemán prostituiría la política en Cuba como nadie antes jamás.

[7] Maristany, exministro de Comunicaciones de Prío, fue quien esperó a Fidel Castro —el 1ro de septiembre de 1956— en el vestíbulo del hotel Royal Palm (McAllen, Tejas) para llevarlo a la habitación donde Prío se comprometió a dar 50 mil dólares a la expedición del Granma. Maristany sería embajador de la administración Castro, pero en historia mínima circulante por ahí aparece junto a Teté Casuso como “los diplomáticos” que enlazaron a Castro con el exilio de filiación política auténtica.

[8] Estos números muestran tanto que los ortodoxos se habían empinado desde la nada como que Cuba tenía, al principiar la Guerra Fría, la mayor fuerza electoral comunista en Hispanoamérica.


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