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Fraude electoral, Cuba, Elecciones

Cómo Cuba Decidía (II)

Existe una curiosa especie de anticastristas que todavía viven engañados y hasta nostálgicos tanto con Castro como con la república que le dio origen y gracias a la cual llegó y se mantuvo en el poder por décadas

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El anticastrismo tardío sin balas ni votos no tiene más remedio que buscar consuelo con alardes en Internet. Al hacerlo, sus combatientes verticales se vuelven hasta nostálgicos de la república (1902-58) que parió a Fidel Castro, al extremo de tragarse, como si fuera fiel descripción de aquella república, la imagen falsa que Castro urdió en el juicio del Moncada como simple ardid retórico para desacreditar al gobierno de facto del general Batista. Así tenemos la curiosa especie de anticastristas que todavía viven engañados tanto con Castro como con su república matrona. Vamos a refrescar qué república era aquella, sólo que por arribita y en la misma cuerda de la cultura electoral cubiche [1].

Don Tomás

Sin estar afiliado a ningún partido ni tener que hacer campaña, el expresidente (1876-77) de la república en armas [2], Tomás Estrada Palma, alias Don Tomás, regresó a Cuba después de ser electo primer presidente de la república poscolonial en virtud de que el Gran Elector [3], General en Jefe Máximo Gómez, había pedido a los cubanos que votaran por él.

Don Tomás era tan sencillo que llamaba hijitos a sus colaboradores y a veces recibía en pantuflas a sus ministros. Sin lujo ni exceso de tracatanes, su esposa manejaba la sede del poder ejecutivo —Palacio de los Capitanes Generales— como casa de familia. Sólo por culpa de los americanos, Don Tomás fue a parar al Partido Moderado. El presidente reelecto de USA, Teddy Roosevelt, alabó “la cordura y firmeza con que iba guiando los destinos de Cuba” y Don Tomás se mareó con su propia reelección en 1906.

Las elecciones parciales de 1904 habían afianzado la cultura democrática [4] y desde principios de 1905 corrió este ruego del Gobierno al pueblo: ¡A moderarse a las buenas o a las malas! Para tranquilidad pública, el secretario de Gobernación (Ministro del Interior), Fernando Freyre de Andrade, llenó las cárceles de opositores y cesanteó a los empleados de la administración del Estado contrarios a la reelección. Así la sociedad civil pudo parir hasta el grupo “Carneros de Don Tomás”, pero la oposición alocada se inclinó a la guerra civil y dejó de ir a las urnas. Don Tomás ganaba entonces de calle y aun así hubo colegios que reportaron más votantes moderados que residentes en la circunscripción electoral.

Al estallar la guerrita civil, EEUU no invocó la Enmienda Platt, sino que recurrió a ella por exigirlo Don Tomás en clara interpretación del sentir popular. Roosevelt mandó a su secretario de Guerra, William Taft, y al subsecretario de Estado Robert Bacon, a entrevistarse con líderes tanto del Gobierno como de la oposición. Ambos aprendieron una lección ejemplar con Freyre de Andrade: “Cuando le preguntamos si en las listas electorales no había 150.000 electores de más de los que tenían derecho a votar en toda la Isla, nos dijo que esto quizás fuera cierto; ´pero que era imposible celebrar elecciones en Cuba sin fraude´, y que los funcionarios que fueron elegidos para la inscripción, al saber que los liberales no iban a inscribirse, impulsados ´por espíritu de travesura´, habían aumentado las listas” [5].

Tiburón y Mayoral

La guerrita civil dio paso a la segunda intervención americana, pero al cabo se restableció la república cubiche tras las elecciones democráticas de 1908. El general liberal José Miguel Gómez, alias Tiburón, superó al general conservador Mario García Menocal, alias Mayoral, y ocupó la presidencia con la obsesión de no terminar como Don Tomás: ni derrocado ni en la miseria.

Al compás de La Chambelona, Gómez daría la cara en las elecciones de 1912 por el líder histórico del bando liberal, Alfredo Zayas, alias El Chino de la Peseta, pero su corazón estaba con el gobernador de La Habana, Ernesto Asbert, quien se había librado de tener un chino atrás. Se gestionó soldar esta fractura del liberalismo cubiche y Asbert mostró su disposición, pero El Chino no pactó para desquitarse con El Tiburón, quien a su vez iría más allá del método clásico de sacar a los zayistas de sus empleos en la administración del Estado. El Tiburón se encumbró como innovador y racionalizador de la política electoral alentando a su rival conservador de la anterior elección para que se postulara contra El Chino. El Mayoral ganó y, al estilo de Don Tomás, se embulló con la reelección.

Los comicios arrancaron el 1ro de noviembre de 1916. A medida que iban llegando, los resultados se daban en una pizarra lumínica montada sobre la azotea del edificio (en la calle Tacón, ya demolido) sede de la Secretaría de Gobernación. Para la madrugada del 2, había mayoría liberal en las seis provincias y así se mantuvo hasta el mediodía con más de la mitad de los colegios electorales computados.

Aurelio Hevia, secretario de Gobernación, confesó al Mayoral ante periodistas: “Hice cuanto pude, pero al fin los liberales nos vencieron con votos.” El secretario de la Legación Americana cablegrafió a Washington: “Zayas parece electo.” En eso el general Emilio Núñez, quien había sido secretario de Agricultura y venía ahora como vice del Mayoral, tuvo la ocurrencia de imprimir mayor transparencia al proceso electoral. Se encerró en la Dirección General de Comunicaciones con su director, Charles Hernández, y cortó toda comunicación telefónica y telegráfica con el interior.

La Junta Central Electoral (JCE) dejó de recibir los partes de la Secretaria de Comunicaciones. Al día siguiente comenzaron a llegar de nuevo, pero de la Secretaria de Gobernación, donde por espíritu de travesura se abrían los sobres que venían de los colegios electorales para agregar votos a partidos de bolsillo pro Mayoral, como Liberales Independientes, Federal Obrero y Amigos del Pueblo, que en algunos casos obtuvieron más votos que conservadores y liberales juntos. Rafael Montoro, secretario de la Presidencia, explicó a la prensa el cambiazo en la votación con que telegrafistas liberales habían estado enviando partes falsos.

La JCE dictaminó que los conservadores habían ganado en Pinar del Río y Matanzas, mientras La Habana y Camagüey eran de los liberales. No hubo decisión en Las Villas ni Oriente por anularse votaciones fraudulentas y se convocaron elecciones especiales para el 14 de febrero de 1917, con los colegios electorales bajo custodia de militantes de ambos partidos y las comisiones de escrutinio bajo supervisión directa de la JCE.

En Oriente, la mayoría menocalista se quedó en 83 votos tras la depuración y faltaban por votar los electores de 22 colegios en Las Tunas, donde los conservadores habían pegado candela a la Junta Electoral Municipal porque, a pesar de que Menocal había sido allí héroe mambí en la guerra [6], en la paz ganaban siempre los liberales. Estos últimos gozaban también de mayoría de 1.164 electores en Las Villas y como en los colegios anulados debían votar 2.443, el sentido común indicaba que Zayas no podía perder. La ciencia electoral cubiche destruiría semejante presunción.

Por orden de Hevia, la sede de la JCE quedó sin protección policial. Toda la plantilla de correos y telégrafos se reemplazó con militantes menocalistas y se distribuyeron armas entre paladines de la democracia que el pueblo llamaba cariñosamente “matasietes”. Así pudieron espantarse votantes en contra y poner indiferentes a favor. Los liberales acordaron entonces ir de nuevo a la guerrita civil [7] para forzar otra vez la intervención americana, pero El Mayoral sabía de buena tinta en Washington que no habría ocupación, sino apoyo para sofocar cualquier revuelta que pusiera la zafra en peligro. Hevia mandó a prender a todos los jefes liberales y El Mayoral suspendió las elecciones en Las Tunas. En Las Villas, 2.427 electores de 2.460 inscritos —tan sólo 17 más que el registro inicial— auparon al Mayoral.

Las elecciones parciales de 1918 glorificarían estas tradiciones [8], pero al ver que se avecinaba la peor crisis económica, el Mayoral estimó que no debía caer sobre un presidente conservador, sino liberal, y allanó el camino de Zayas hacia la sucesión con un ajiaco popular-conservador que trajo de vice al general mambí Francisco Carrillo y prendió con el eslogan “Zayas-Carrillo, el triunfo en el bolsillo”.

Coda

Una observación aguda del lector obliga a rectificar la idea de “una oposición repudiada hasta por sus vecinos” que se dio en el trabajo anterior. Tiene razón el lector con que “la apatía, desinterés e indiferencia general de la población” determina que los electores ni “aman a los candidatos pro Gobierno, ni rechazan a los contrarios”. De ahí que se complique todavía más este problema de investigación: ¿Qué ímpetu democrático pueden dar la historia y cultura políticas de la república pre-castrista al anticastrismo tardío en contra de la dictadura tardocastrista?

Notas

[1] Antes que cualquier historia mínima circulante, consúltense las voluminosas Historia de la nación cubana (1952), de Ramiro Guerra et al., e Historiología cubana (1974), de José Duarte Oropesa.

[2] Carlos Manuel de Céspedes, a.k.a. el Padre de la Patria, anotó en su diario: “Debo consignar para lo que puede importar en adelante que Tomás Estrada Palma, antes de la revolución, estaba cargado de deudas y era tan inmoral en sus costumbres privadas como hipócrita en sus manifestaciones públicas. Después de ecsijir (sic) en las mujeres una pureza ideal, seducía y hacía madres a las hijas de sus mayorales. Y por último lo hizo con una joven de buena familia que vivía en casa de él en compañía de su anciana madre. Al estallar la revolución fue tan opuesta a ella que se comisionó para hacer desistir a los jefes principales”. Cf.: Céspedes, Carlos Manuel: El diario perdido, Ciencias Sociales, 1994, 293.

[3] En el sentido de Gaetano Mosca: el verdadero foco del poder, “porque el simple elector, de cuyo voto dispone por necesidades económicas y sociales, está completamente en sus manos”. Cf.: Sulla teorica dei governi e sul governo parlamentare, Loescher, 1884, p. 298.

[4] Por simples alegaciones de robo de urnas, asalto a mesas electorales, compra de votos y coacción de electores, la mayoría de las actas de los 31 representantes electos fueron impugnadas. Para aprobarlas se requería quorum y mayoría de dos tercios en la Cámara de Representantes. El 13 de junio de 1904, unos cuantos republicanos secuestraron al presidente de la Cámara, el sabio naturalista Carlos de la Torre (Partido Liberal Nacional), para que el vicepresidente José Malberty certificara con los secretarios un quorum falso y todas las actas se aprobaron en menos de una hora.

[5] Los lectores de este sitio debieron quedar azorados con que el registro electoral de 2013, en vez de inflarse, se desinfló de la noche a la mañana en más de 200 mil electores. Semejante estadística sería útil para golpear al tardocastrismo en la Comisión Interamericana de Derechos Humanos.

[6] Resultó herido en la toma de Las Tunas (28-30 de agosto de 1897), de la cual su primo Armando García Menocal dejó constancia en un fresco del Palacio Presidencial (hoy Museo de la Revolución).

[7] El 8 de febrero de 1916, mientras recorrían Las Villas, Zayas y su compañero de boleta, Carlos Mendieta, fueron atropellados por la fuerza pública. Los jefes liberales se reunieron y acordaron alzarse. Tiburón embarcó por Batabanó hacia el sur de Camagüey, mientras el general Gerardo Machado partía por tierra hacia Santa Clara. Zayas tomó el tren para La Habana, pero se apeó en Cambute (Guanabacoa) y acabó escondiéndose en la finca de Rosalía Abreu (Reparto Palatino, El Cerro).

[8] Tal como Taft y Bacon en 1906, Enoch Crowder se asombraría en 1919 al comprobar, entre otros casos, que Candelaria (Pinar del Río) tenía 9.234 habitantes, pero 28.820 votantes inscritos.


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