Actualizado: 18/04/2024 23:36
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Oposición, Disidencia, Fariñas

Del anticastrismo perdido al recobrado

Por desespero muchos exiliados se tragan cualquier peripecia de la oposición interna y por embullo se hacen de la vista gorda frente a las pruebas en contra

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La verdad nunca sueña ni suena bien
Un filósofo oriental

Sesionó en hotel cerquita —no faltaba más— del aeropuerto de Miami, el convite del anticastrismo perdido “Todos por Cuba libre”, que se convocó para forjar “el compromiso total [con] la salida irreversible de la dinastía Castro”, como si esto no fuera a ocurrir por mero paso del tiempo y el castrismo no pudiera seguir dando leña histórica sin el apellido Castro en las jefaturas de Estado y Gobierno primero y del Partido único después.

Perdido ya el temor al ridículo y a la desvergüenza, el Observatorio Cubano de Derechos Humanos (OCDH) coló ese mismo martes al mitómano Guillermo “El Coco” Fariñas en otro convite del anticastrismo perdido al otro lado del Atlántico, con ánimo de meterle miedo al Parlamento Europeo sobre el derrumbe de la desvencijada Posición Común.

Tras su enésimo suicido de reputación —con absurda huelga de “hambre y sed” que interrumpió descaradamente sin haber conseguido nada— el cadáver político de Fariñas sigue muriendo por Estrasburgo y Bruselas, en compañía de su madre, para ilustrar cómo la inversión extranjera orientada a la democracia en Cuba se derrocha sobre todo en viajes y reuniones afuera tan infructuosos como aquella huelga dentro. Para esos viajes y reuniones, el OCDH recibió el año pasado partidas de $83.687 y $115.000.

Caída en el tiempo

El anticastrismo perdedor —de la guerra— anduvo sin ambages. El 11 de diciembre de 1959, el jefe de la CIA para el hemisferio occidental, coronel Joseph Caldwell King (1900–77), planteó que ya se había establecido en Cuba “una dictadura de extrema izquierda”. Sin abundar en críticas, pues todo el mundo sabía bien de qué patas cojeaba tal dictadura, King recomendó qué hacer: “Solo mediante la violencia podrá quebrantarse su inminente opresión”. Y precisó la tarea con su plazo: “El derrocamiento de Castro en un año”.

Así mismo predijo con tino que si Castro “permanecía en el poder por dos años más, sobrevendrían daños perdurables”. El rigor lógico de King no podía menos que desembocar en la propuesta de eliminar a Castro.

El anticastrismo perdido —en medio de la paz— anda por el contrario en rodeos como el plebiscito o en sonseras autocomplacientes como firmar llamados por Internet. Castro entreabrió el juego político a los votos hacia 1976 y en 1992 ensanchó la abertura con la elección directa de los diputados a la Asamblea Nacional. Los disidentes no entienden bien que, a falta de balas, votos.

Pusieron una muy buena: colar denuncias al exterior por la fisura interna de las violaciones a los derechos humanos, pero también otra mala: armar castillos en el aire [empezaron por el plebiscito; ya van por la constitución] y arrastrarse ante el poder revuelto y brutal que los desprecia, para pedir leyes e incluso entrevistas; como solicitaron desde el finado Oswaldo Payá, el 10 de mayo de 2002, hasta el vivaz “Coco” Fariñas el 20 de julio pasado.

Ese delirio de entrar por arriba entraña despreciar al pueblo que predican, pero no practican como masa crítica en contra del tardocastrismo, a pesar de que a este último solo puede entrársele desde abajo. En su delirio de grandeza, los líderes opositores sin pueblo y su claque de contra-inteligencia se especializan en el error político, como eventos afuera para el jet set opositor, y en florituras mediáticas tales como que Tania Bruguera dio un “golpe de Estado poético”.

Entretanto los órganos represivos hacen y deshacen dentro a sabiendas de que ni el pueblo se revirará dentro ni servirán para nada las alharacas afuera. Así, el plazo histórico se alarga sin columbrarse el fin del castrismo más allá de los espacios mediáticos interesados, mientras el anticastrismo perdido propicia el hastío, al despojar al futuro de su razón de ser por medrar no solo en la espera, sino en lo que no es ni podrá ser políticamente racional.

La ficción de iniciativas anticastristas como el Proyecto Varela y la mitología de que la dictadura tiembla frente a tales ademanes opositores acaban por abrumar. Paso por entre los estrechos intereses del establishment opositor vienen abriéndose hasta zombis políticos como Fariñas. Y el remordimiento del exilio se dinamiza al extremo de querer forzar hasta el pasado, ante la evidencia de que ha pasado ya demasiado tiempo histórico sin que las razones del anticastrismo perdido hayan podido prevalecer entre el pueblo dizque amante de la libertad.

Por desespero muchos exiliados se tragan cualquier peripecia de la oposición interna y por embullo se hacen de la vista gorda frente a las pruebas en contra. Al quedar clavados en sí mismos, esos exiliados no se apartan del desespero ni del embullo inanes para seguir divagando entre tinieblas que, desde luego, son mucho más saludables que las claridades del dolor y la tristeza.

El vacío de la patria doliente se rellena entonces con estupideces, como la campaña en Internet “Un cubano, un voto”, que apoya no sé qué reforma legal, además de con engañosas convicciones, como esa oposición interna tan sólida que la dictadura “ya no la puede derrocar”, al decir del Dr. Oscar Elías Bi(s)cet, quien sigue la rima de suplir las acciones políticas con aberraciones que —como su Proyecto Emilia— transforman la lucha por la democracia en locura, esto es: repetir los mismos errores a la espera de resultados diferentes.

Al pasar el tiempo, los fracasos continuos inducen el parto de gente pícara y sagaz entre el pueblo agobiado por los sufrimientos. La conciencia crepuscular y cansada del exilio sigue encariñada con anticastristas perdidos del país natal sin advertir que su anticastrismo radica ya solo en cubrir, con efímero barniz mediático, la madera carcomida de una existencia tan insulsa como fútil entre eso que llaman pueblo. Hasta ahora, ningún líder opositor concita, ninguna iniciativa perdura y ningún recuerdo fortalece.

Coda

Solo la voluntad de poder sacaría a la oposición de su monótona existencia, pero tras acabarse las balas quedan nada más que los votos y no se atisba disposición alguna para asediar al poder con ellos sin papeleo ni ampulosidad. La mansa estupidez es la clave del ser anticastrista perdido, que amén de vagar siembra insensateces en conucos donde, para colmo, también germinan las cizañas.


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