Actualizado: 18/04/2024 23:36
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Entre bueyes no hay cornadas

Castro, Videla y una tarja por las víctimas de los crímenes de Estado.

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El 24 de marzo se cumplieron treinta años del golpe militar que depuso a la presidenta María Estela Martínez de Perón e impuso el terror en la Argentina hasta 1983. La vesania con que la Junta Militar surgida de aquel cuartelazo reprimió todo intento de resistencia popular originó un número sobrecogedor de torturados, asesinados y desaparecidos.

En la Argentina, un país que en el siglo XIX sufrió la diabólica tiranía de Juan Manuel de Rosas, no se duda en afirmar que en la historia de la nación no hay nada comparable a la tragedia colectiva desatada por los golpistas en 1976.
Hace unos días, en presencia de funcionarios del gobierno cubano y miembros del cuerpo diplomático, el embajador argentino en Cuba desveló en La Habana una tarja conmemorativa de la tenebrosa efeméride. Una leyenda en dicha tarja clama por que nunca más se cometan crímenes de Estado.

La asistencia de funcionarios castristas a ese acto es un ejercicio de cinismo abyectamente aceptado por el gobierno de Kirchner, que de nuevo se propone abstenerse de votar contra Castro en la Comisión de Derechos Humanos de la ONU. Y digo esto porque hace tiempo que no son un secreto las magníficas relaciones que hubo entre la dictadura cubana y la argentina, o sea, entre Fidel Castro y el general Jorge Rafael Videla, principal cabecilla de la Junta Militar.

A quienes deseen conocer los detalles de la complicidad entre ambas dictaduras les recomiendo darse un paseo por Internet. Si siguen mi consejo, verán cómo, a cambio de créditos comerciales concedidos a Cuba por la Junta Militar (357 millones de dólares sólo entre 1976 y 1978), Castro invitó a Videla a la Cumbre de Países No Alineados celebrada en La Habana en 1979 (el comodoro Carlos Cavándoli representó a la Junta) y, siguiendo los pasos de sus protectores soviéticos, también socios comerciales de los espadones argentinos, empleó su influencia internacional, entonces muy notable en el Tercer Mundo, para impedir que la Junta fuese condenada en la ONU por pisotear los derechos humanos.

Cuando los delegados soviéticos y cubanos votaron en Ginebra contra la condena a la Junta, en la Argentina proliferaban los campos de concentración y los antros de tortura, y se practicaba el lanzamiento al mar, desde aviones, de prisioneros.

Asimismo se practicaba —estaba en el menú de tormentos— la violación de las mujeres detenidas. Los hijos causados por las violaciones, nacidos en enfermerías secretas, eran distribuidos como mascotas entre los personeros del régimen. Son éstos los niños "perdidos" que las abuelas de la Plaza de Mayo siguen buscando. (Humor negro de la historia: Hebe de Bonafini, dirigenta de las abuelas, adora el castrismo).

Como ha dicho el escritor argentino Juan José Sebreli, "esta relación idílica entre Cuba y la dictadura militar culmina en la Guerra de las Malvinas, cuando recorrió el mundo la foto de nuestro canciller [el de la Junta, claro] abrazado con Fidel Castro".