Actualizado: 28/03/2024 20:07
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Roa, Mañach, Alfredo Guevara

Los íconos difusos (con afectos para Guanche)

Dúplica de Haroldo Dilla a una respuesta de Julio César Guanche sobre un artículo suyo

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Hace unos días escribí un artículo en Havana Times y Cubaencuentro en que analizaba las implicaciones de una entrevista a Alfredo Guevara publicada en Letras Libres. En mi artículo dedico el 9 % de las palabras a un estimado intelectual cubano, Julio César Guanche, quien me ha hecho el honor de replicar lo que considera son ideas improcedentes de mi parte. Guanche tuvo la gentileza de enviarme su artículo e inicialmente decidí no contestar.

Pero según aprecio, la réplica de Guanche ha despertado interés entre muchas personas. Unas, auténticamente interesadas en los debates de ideas, nos honran con sus lecturas. Otras, figuras patéticas que, como los hombres tímidos ante las películas pornográficas, disfrutan viendo hacer lo que son incapaces de hacer. Y que en este caso han actuado como diligentes cheerladies animando a Guanche en lo que perciben como un combate conmigo. Por todos ellos he decidido responder a Guanche.

Guanche comienza su réplica con una advertencia: el peligro político de lo difuso en Cuba. Lamento mucho si el uso del adjetivo difuso en mi articulo puede traer alguna molestia política a Guanche. Hace tiempo que, viviendo en regímenes de democracias liberales —muy imperfectas pero de alguna manera democracias— dejé atrás el asunto de los comisarios y los alegatos de quintacolumnismos. Con todo lo cual, de paso, rompí definitivamente estando en Cuba, lo cual me obligó a pagar un precio que me hizo más pleno. Pero no he podido olvidar esos tiempos y creo, junto con Berger, que el miedo es derecho de los desposeídos.

De todas maneras, cuando hablaba de difuso no me refería a la ideología de Guanche, sino a un campo político e intelectual (aquí sigo a Bordieu) que he denominado de los Acompañantes Críticos (AC) del sistema, para diferenciarlo tanto de la oposición como del oficialismo. Sobre ello he escrito varias veces por lo que me excuso de explicaciones mayores. Solo deseo puntualizar que se trata de un campo heterogéneo y difuso que reúne desde los economistas promercado del Centro de Estudios de la Economía Cubana hasta los anarquistas del Observatorio Crítico, pasando por los contertulios de los jueves de Temas. Y por supuesto, incluyendo a Guanche, quien es uno de los representantes más lúcidos de este campo.

Lo que nunca he dicho es que las personas que (como Guanche) piensan que es posible reformar al sistema político cubano a partir de la actual élite, y conducirlo hacia alguna forma superior de socialismo sean ingenuos, peleles u oportunistas. Por supuesto que en el campo del AC hay de todo eso, además de truhanes y bribones, pero eso también los hay en mi familia y sería injusto calificarla como tal. Creo que en lo fundamental son personas que piensan la sociedad cubana de cierta manera, de esa misma manera ven sus posibilidades y que entre ellos figuran importantes intelectuales insulares.

Quiero ahora detenerme en los dos o tres puntos que constituyeron la argumentación de Guanche.

1. En ningún momento yo empequeñezco o degrado a la figura o al legado intelectual de Raúl Roa. La lamentable afirmación de Guanche de que “Quizás Dilla piense que debemos pasarnos la vida explicando por qué Roa participó del curso político revolucionario, aun cuando este contradijera algunas de sus anteriores convicciones”, es solo una sospecha infundada y de muy bajo calibre polémico que marca todo su alegato.

Roa fue un hombre de su tiempo y lo vivió —intelectual y políticamente— con una intensidad muy por encima de la media. Lo que digo es que resulta exagerado afirmar que Roa nos aporta las claves para entender la relación socialismo/democracia en el siglo XXI. Eso es subir a Roa al podio y hacerlo hablar, y de paso simplificar el asunto. Mi problema no es con Roa, sino con Guanche.

Los problemas que tiene la relación democracia/socialismo son sólo primariamente los que menciona Guanche (invocando a Roa). Pues lo que Guanche lista son estrictamente los problemas de la relación liberalismo/democracia: los problemas de la libertad del individuo ante el estado/comunidad. Los problemas de la relación socialismo/democracia son diferentes, solo que rebasan el marco normativista en el que Guanche se mueve con envidiable soltura: la cuestión de la reproducción ampliada en contextos internacionales adversos y bajo la presión de la distribución social; el lugar del mercado y de las diferentes formas de propiedad en la autonomía social; la relación entre la gobernabilidad de sociedades complejas y la participación de base; la relación entre igualdad, diversidad y pluralismo político; la relación entre lo particular y lo universal en un contexto de interculturalidad; etc.

De cualquier manera, hago una propuesta a Guanche: conseguir que alguna revista cubana esté dispuesta a recoger un debate sobre los problemas del socialismo y la democracia, en que él y yo comenzaríamos con sendos artículos de no mas de 5 mil palabras, y se abriría para todos los que quisieran participar. Al final nos quedaría a ambos un derecho a réplica de la misma extensión. Creo que ello ayudaría a elevar el nivel de este debate y que el lector cubano lo agradecería. Y para mi siempre sería un placer y un honor compartir este espacio con Guanche y con cuantos otros académicos cubanos, insulares y emigrados, quieran participar.

2. Guanche dice que vale la pena rescatar a las figuras intelectuales del pasado, y en eso tiene toda la razón. Pero creo que no se puede hacer de cualquier manera:

2.1. Ante todo, soy absolutamente contrario a la bajeza de mezclar las vidas íntimas de las personas con sus obras. Hacerlo para demeritar la obra de un intelectual me parece abominable, probablemente porque el chisme nunca ha sido uno de mis muchos pecados. Yo no cultivo el género biográfico, y por eso no me interesa –para los fines de mi discusión teórica— si Rousseau pagaba o no la mesada de sus hijos. Por eso mismo yo nunca digo, ni sugiero que Guevara haya sido un “gánster erótico” como dijo Guanche. No sé, ni me interesa, con quienes, con cuan frecuencia y donde fornicaba. Siempre que lo hiciera con su dinero. Llevar el debate a ese campo es inaceptable y creo que es el más penoso resbalón que da Guanche.

2.2. Meter en un mismo saco a Baquero, Mañach, Roa y Guevara es un despropósito. Los tres primeros fueron intelectuales, el último un funcionario letrado. Baquero, por ejemplo, no solo fue pluma tarifada de Batista, sino también de Trujillo, al lado del cual Batista era un demócrata jeffersoniano. Y escribió un libro bochornoso contra el controvertido y luego asesinado Jesús de Galíndez. Pero no es posible escribir la historia cultural cubana sin aludir a sus ensayos, poemas y fabulaciones. A Guevara solo se le puede recordar por los espacios culturales que protegió —los que menciona Guanche, dizque para rebatirme— y olvidarlo por sus implicaciones en otros actos represivos. Directamente, como ocurrió en ese momento de inflexión política en que todo se decidía —PM y Lunes de Revolución— o indirectamente, callando ante la represión de que eran víctimas intelectuales, disidentes, emigrados y homosexuales, desde una estructura de poder de la que era una suerte de cortesano sui generis y desde la que se deleitaba en posar.

No creo que Guevara haya sido un partidario del libre pensamiento intelectual, ni abogó seriamente por ello en Cuba, pues ello le hubiera costado muy caro. Solamente construyó nichos que regía como un mecenas donde consentía algunos retozos liberales. Y en este punto una breve aclaración: yo no demerito lo que se pudo hacer en esos espacios, como sugiere Guanche. No comento nada sobre eso. No creo posible obviar los aportes culturales y el peso de las figuras que protagonizaron esos espacios. Fueron y son gigantes. Creo que cuando Guanche sugiere que lo hago no solo hizo una mala lectura de mi artículo, sino que sucumbió a la tentación de convocar apoyos externos y extraños a la discusión. Creo que se colocó por debajo de su leyenda.

Guanche tiene razón en afirmar que no he leído extensamente a Guevara. Solo he leído algunas entrevistas y unas cartas, y creo que una vez escribí sobre ello. Pero no creo que sea necesario para opinar sobre una entrevista que es solo la punta del iceberg de un posicionamiento elitista y peyorativo hacia la sociedad cubana de buena parte de los componentes de lo que alguna vez se concibió a si misma como una vanguardia. Y que hoy todos vemos —o al menos presentimos— como una elite en bancarrota. Admiro la erudición de Guanche cuando lee prolijamente a Guevara, pero no creo que haya en ello un mérito especial, ni que sea condición para opinar sobre un texto específico.

2.3. El elitismo es una enfermedad profesional de los intelectuales. Aunque Guevara no era exactamente un intelectual, se movía en ese mundo y se enfermó gravemente. Un lector, cuyos artículos en Havana Times siempre disfruto, Vicente Morín, me dejó un post que agradezco, recordándome que Mañach también lo era. Y tiene razón. Solo que Mañach era un liberal, engreído y de mal carácter, que escribió una obra memorable. Para hacerlo nunca pidió al “pueblo” que lo llevara en andas. Terminó sus días exiliado en Puerto Rico, gravemente enfermo, viviendo de su salario como profesor y tecleando de madrugada sobre un libro fabuloso, Teoría de las Fronteras, que nunca vio publicado.

Guevara nunca hizo nada parecido —no fue en sentido alguno un creador— y fue parte de una élite que exigía al pueblo sacrificios al mismo tiempo que lo fragmentaba, lo encuadraba, lo adoctrinaba y le expropiaba sus derechos y sus energías. Guevara siempre estuvo en la parte superior de ese sistema y gozó espléndidamente de sus privilegios cortesanos. Barruntar desde esta posición sobre la inferioridad de la sociedad me parece una felonía presuntuosa, inaceptable y de pésimo gusto. Hacerlo alegando culos y licras me parece desfachatado. Agradecerlo tiene un toque masoquista.

Y hasta aquí llego, en lo que considero una respuesta afectuosa a Julio César Guanche. Quizás Guanche diga ahora que yo soy tan difuso como los AC. En eso tienen razón. Lo soy y de paso lo disfruto, pues hay dos cosas de las que desconfío. La primera es de los discursos seguros, los mismos que tuve que consumir en muchos años de mi vida. La segunda, de los íconos, que como Elegguá se gastan trampas aprovechando que son los únicos dueños de los caminos.


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