Actualizado: 18/04/2024 23:36
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Preguntas del intelectual cubano

¿Puede haber un verdadero debate de ideas allí donde no existe la libertad de expresión?

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Cuando hace algunos años Rafael Rojas se atrevió a colocar la pregunta por el intelectual cubano frente al bivio "comprometido" o "disidente" varios escritores de la Isla se revolvieron, incómodos, ante lo que consideraron una perspectiva demasiado politizada. El tiempo y el "affaire" Rivero acabaron por darle la razón a Rojas: quien en Cuba pretenda defender hoy la tradición del intelectual público se arriesga a pasar una buena temporada en la cárcel.

Sobreviven, entonces, el espacio de la literatura pero también las suspicacias del exilio ante la estatura intelectual de quienes todavía escriben y publican "allá", salen y entran, de una forma u otra. Queda también la pregunta por los "espacios alternativos" más o menos permitidos: un lugar de reunión, una editorial decorativa, algunas páginas en Internet; tres o cuatro excepciones que mal disimulan la miseria de una cultura cuya necesidad de rituales está garantizada con una efectiva política de censura interna y la ausencia de conexión con el resto del mundo.

Cuba es un caso curioso pero no exclusivo. En casi todos los países totalitarios la censura y sus derivados han ido acompañados de una permanente simulación de vida intelectual. De hecho, el ejercicio sistemático de la censura sólo puede tener lugar allí donde aún no ha desaparecido del todo el andamiaje, donde siguen existiendo libros, revistas y premios, en esa "tierra de nadie" donde los amagos de polémica ocultan el meollo de eso que Czeslaw Milosz llamaba un "pensamiento cautivo".

El título de Milosz alude a las vicisitudes del intelectual comprometido, a esas pequeñas tragedias del pensamiento acorralado entre la utopía y el oportunismo. Recordemos que en su ensayo, Milosz clasifica a sus colegas en cuatro categorías: el Trovador, simple apologeta del cual los cubanos padecemos una encarnación demasiado literal; el Moralista, aquél que, movido por razones éticas y exonerado de escrúpulos, sostiene la supremacía del colectivo sobre el individuo y defiende que el fin justifica los medios; el Amante desdichado, categoría que abarca a los colaboradores arrepentidos, un rubro en permanente expansión; y por último, el Esclavo de la historia, ese ser bonachón que, astutamente, se deja acunar por las circunstancias y permite que la política lo use a su libre arbitrio mientras le conserve ciertos privilegios.

No afirmo que todo el panorama intelectual de la Isla se reduzca hoy a estas cuatro figuras. Resultaría demasiado simple. Pero en El pensamiento cautivo se menciona un concepto, el "ketman", que tiene especial interés para analizar la situación cubana. Ketman sería la dinámica de esta puesta en escena, el montaje de unos intelectuales que, por razones políticas, no consiguen serlo. Una ilusión de rol que subsiste en dos frentes: allí donde la voluntad de pureza y de utopía ya han sido sustituidas por el descreimiento y el franco oportunismo, pero también entre escritores y pensadores con preocupaciones legítimas y con una necesidad, cada vez más imperiosa, de reconocimiento.

Más allá de las becas

El cambio más importante en la cultura cubana de los últimos diez años es que sus mecanismos de legitimación intelectual cada vez están más organizados desde y para el exilio. Nadie duda de que escapar de la Isla se ha convertido el sueño semisecreto de las últimas generaciones de escritores cubanos. Pero no siempre se trata de una salida sin regreso. Porque afuera, ya se sabe, es difícil vivir. Más allá de las becas, de los tupidos cortinajes de las subvenciones oficiales y las prebendas académicas se abre el espacio angustioso de la vida real, de la supervivencia pura y dura: la ruda disyuntiva entre el Dinero y el Tiempo. Una vez afuera es muy probable que el Intelectual habanero de última generación sienta nostalgia de aquella vida amputada en la que podía dedicarse a escribir sin preocuparse por el pan cotidiano. Su viaje a Citerea suele ser una mera exploración que se interrumpe abruptamente con la pregunta "¿qué voy a hacer yo aquí?". Y entonces regresa. La sobrevivencia dentro de esa campana de cristal, los pensamientos que lo asaltan dentro de su reducto doblemente insular acaban marcando, de manera más o menos sutil, toda su obra. Que muchas veces, por una curiosa paradoja, está obligada a hacerse sitio en editoriales extranjeras.

Casi por inercia sigo asistiendo a estos encuentros con mis "colegas": escritores cubanos que vienen "de visita", que han conseguido salir pero prefieren regresar a Cuba porque allí disponen de tiempo para escribir. Nadie excluye que en tales condiciones puedan terminar alguna obra maestra. Está el archicitado ejemplo de Lezama, que los inspira a todos. Lezama: el genio altivo que, abroquelado en Trocadero 162, confía ciegamente en la Posteridad. Pero no hay que olvidar un dato: Lezama (y Piñera) vivieron la mitad de su vida intelectual fuera de la Revolución; tenían una reserva ante la devastación espiritual que los corroía. Un intelectual nacido con la Revolución carece de tales reservas; está amenazado por riesgos que deforman, no sólo su comportamiento público sino también su coartada privada: esa eventual defensa de lo libresco como la única justificación de una vida dilapidada en un ambiente mediocre.


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