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Actualizado: 15/05/2024 1:03

LA COLUMNA DE RAMÓN

Carta a Carlos Puebla (I)

Si en algo llevaba razón su guarachita eufórica fue en el enunciado doloroso: 'Se acabó la diversión' y comenzó el diversionismo.

Cantoribio y guarachista Carlos Puebla:

Después de unos inicios muy boléricos y bohemios, le entró a usted como un virus de nacionalismo hepático, un sarampión de efervescencia que lo lanzó a las tribunas como a más revoluciones por minuto. Pasó de la Bohemia al Verde Olivo.

Se puso a componer guarachitas elásticas y conservadoras, crónicas de la vida abnegada. Cuando el pueblo comienza a llorar por una existencia abnegada llena de miserias, se convierte en vida anegada. En llanto. Así que dejan de hacer gracia las guarachas, que son, en el fondo, para divertir. No hay crónica de sufrimiento que a la larga se vea con mucha simpatía. Pero, como le dieron resultado y relevancia tribunalicia, usted siguió descomponiendo la vida cotidiana imaginando que el pueblo gozaba con eso.

Así, de guarapachanga croniquera a sonsito antiimperialista, fue haciéndose presente, sin darse cuenta de lo aburrido y tradicional que era con sus Tradicionales. También se dedicó a tocar guajiras a cualquier hora. Es el único caso de alguien que se pone a tocar guajiras sin ser acusado de inmoralidad, acoso sexual o intento de violación. Que por muy campestre que sea la mujer, está penalizada la sobadera.

Lo peor es que los músicos siempre tienen una coartada. Se paran en el escenario y dicen que van a tocar una guajira, y en vez de presentarnos en vivo a una hembra cerrera, como plátano pa'sinsonte, de blanca guayabera, pucha de mariposas en la negra caballera, ancha grupa y ardientes ojos, comienzan a fingir alegría musical con una tonada que les provocaría la expulsión inmediata de cualquier guateque respetable. Eso es frustración para los espíritus voyeuristas, como el mío, y una ofensa a la libido de tierra adentro.

No piense que si ahora le tiro un poco, y le regaño, y le disparo alguna puyita con curare, es por regionalismo o roña territorial. No se lo crea a pesar de que nací en Bayamo y usted en Manzanillo, que tendrá su glorieta y todo, y hasta la mar azul donde las mujeres de los marinos lloran viendo un barco pasar, pero que no han demostrado, como los bayameses, tener decisiones arquitectónicas tajantes. Ahí está, escrito para siempre en la historia, cómo se debe reconstruir un pueblo cuando a uno no le gusta: darle candela hasta los cimientos con un pretexto heroico.

A pesar de haber nacido en ese pueblo, litoralmente el 11 de septiembre, no tuvo nada que ver con lo que ha sucedido ese día en la historia. Lo suyo ocurrió en 1917, año en que ocurrieron otras cosas monstruosas. Dicen que aprendió solo a ejecutar la guitarra, y vaya talento autodidacta que tenía, que a pesar de ejecutarla, quedaba medio vivo el instrumento, como para permitirle otras maceraciones posteriores. Entonces hizo lo que todo oriental que se respete hace: irse a la capital. ¿Y cuál era el mejor lugar de la capital, con público cautivo, a quienes echarles a perder la digestión? La Bodeguita del Medio.

Todo hubiera quedado en una sobremesa. Todavía cantaba cosas soportables, como ese bolero hermoso donde dice que quiere hablar contigo antes que te vayas. Ahora la canción tiene una letra sospechosa si la analizamos con la carga del materialismo dialéctico, arma que me dieron a la fuerza y me sirve para distorsionar la realidad como ha de ser. A la luz de hoy —es un eufemismo, y la luz la brinda una bombilla de baja intensidad—, el verbo irse, sinónimo de fugarse, pirarse, perderse, vayarse, esfumarse, cobra nueva significación.

La distancia mínima calculada es 90 millas náuticas. A nadie se le ocurre hablar conmigo antes que me vaya, si mi viaje termina en Moa, Palma el Perro, Jiguaní o La Tinta. De ahí la sospecha: ¿Qué quiere este tipo que me lo pide a ritmo de bolero? ¿Una carta para la familia de Kendall? ¿Qué lo anote en el bombo? ¿Tallas de pantalones y camisas? ¿Frijoles Kelby? ¿Un guayo para Catalina? ¿Fotos de Leonor Zamora? Conversaciones que se hacen en voz baja, porque el enemigo nunca duerme por más guardia que uno haga.

Luego sobrevino el accidente, y usted quedó fijo en los almuerzos de aquella acogedora bodega donde había grabado un pasable disco en marzo de 1957, con temas realmente tradicionales. Su voz de bajo quedaba bien evocando amores y desamores. Después su voz cayó más bajo. Le dio por cantar a eventos políticos, a desaparecidos, sobre lo épico y sus epígonos, sobre héroes y tumbas; y otras, de antifaz combativo, haciendo chanzas que halagaban el enturbiado ingenio del cubano, impactado por todo un acontecer que se le iba yendo de las manos y de la comprensión más elemental.

Cómo no me iba a reír de la OEA, si lo pedía usted, que era como del pueblo sin ser de Puebla. Sus engendros pueblaban el éter. Para colmo de males, era usted lo que se dice en medicina forense un compositor prolífico, dándole en la venia a aquel ser entre mítico y fatídico que se apeó de un tanque para que se acabara la musicanga, el goce, la ciudad repleta de bombillitas, los hermosos meones de los establecimientos, los mismos establecimientos, al son de lo establecido, para que La Habana fuera todo el tiempo AM, porque vivir PM era inmoral.

Eran cantos elementales a pesar de todo, gracejos directos, nacionalistas, de los que divierten a pesar de estar anunciando que "se acabó la diversión". Y así, sucesivo, imparable, loco porque siguieran pasando cosas para fabricar otras supuestas guarachas eventuales, mediante la discreta fórmula de estrofa-estribillo, hasta el desvanecimiento de cualquier duda y de la concurrencia.

Analizaré, con mi lupa de lupanar, la letra de esa significativa creación suya donde inventaría —¿quién los inventaría?— los males que asolaban nuestra flacucha, anémica y poco endémica República, y en la que anunciaba que bajaba Dios a extirparlos, a detenerlos —¿a posponerlos o intercambiarlos?— como Deus ex machina, de fly por el center, y paraba en seco, con su manaza protectora, toda algarabía y relajo.

Se quedó en la epidermis, no se me ofenda. Dijo lo que hizo el Comandante cuando mandó a parar, pero no le pasó por la tripa del tropo enunciar —que no denunciar— el modo, la metodología, la manera en que detuvió el torrente de alegría sana —y en verdad un poco dispareja— de aquella capital que se abría al mundo sin necesidad de Papas o Boniatos.

Saco bisturí y martillo neumático. Repito y pongo macarrones, aunque sean macarrones de proa, y completo el crucigrama a partir de esa estróbica suyita: "Se acabó la diversión/ llegó el comandante y mandó a parar". ¿Y qué hizo el genio de la lámpara? Veamos:

-La verde gramínea crecía como siglos atrás. ÉL viólo, reflexionolo, y no estuvo de acuerdo. Dijo: "Mezclad esta hierba con esta otra". Y así se hizo. A partir de ahí la caña dio una leche espesa y lenta, muy sana, pero poca.

-Las vacas pastaban, saltaban sobre el pasto, pastoril, varonil y alegremente. ÉL viólo, pensólo, y le pareció mal. Dijo: "Rebobinad el bovino". Y surgieron espléndidos ejemplares de F-1, F-2 y F-3, mezclas de Holsteines con Mástines, Cebuses cebáceos con vacas del Rhin. Y entonces dieron un café levemente turbio, de aceptable calidad, pero poco.

-Vio ÉL que usábanse el playwood y el hormigón, probólo, y le pareció mal. Dijo: "Desconcertad el concreto. Escarbad las canteras". Y así se hizo. Las fábricas de cemento, a partir de ese día, produjeron una melcocha agradecida, pero poca.

-Cuando vio ÉL los cafetos serenos que parían en su tiempo, y maduraban en la sombra, como era tradicional, estudiólo, y se enfadó. "Ensamblad esta especie con la otra. Injertad, cambiad la tierra y el sustento". Y así se hizo. Entonces el cafeto produjo una arenilla parecida al cemento. Pero poca.

Y cambió la noche por el día, la luz por la sombra, las carrozas del carnaval por tractores rusos, los Beatles por Pello el Afrocán. Nada escapaba de su visión renovadora. Y he de decirle que si en algo llevaba razón su guarachita eufórica fue en el enunciado doloroso: "Se acabó la diversión" y comenzó el diversionismo. Todo lo cambiólo por cambolos. Todo lo anterior analizólo, reflexionólo, batiólo, rebatiólo, argumentólo, destrozólo, trastocólo, pensólo, virólo con vitriolo, y terminó llamando a los bolos.

Y usted, más pancho que Los Panchos, violo y cantólo. Se atrevió, incluso, a culpar —en un intento de homenaje fallido— a una pobre mujer, Emiliana, de la escasez de café. Tal vez estaba echándola palante, chivateando a la humilde señora, que nadie sabe cómo conseguía aprovisionarse del néctar, cantando aquello tan desfachatado de "Si no fuera por Emiliana nos quedaríamos con las ganas… de tomar café, de tomar café, de toooomaaaar café". Qué horror.

Se me acaba el espacio, que no el tiempo. Me gustaría hablar también de ciertos aciertos suyos, para que esto no quede en empujadera o pleito municipal. Reconoceré en la próxima su veta de vate, y algunos reflejos de su ojo dorado, aunque quisiera haber dicho lo contrario. Me viene a la mente aquel temita, tan difundido —¿o difuminado?— que le hizo al argentino que ahora usan los muchachos en los pulóveres. Tuvo cierta razón en un verso específico, cuando, hablando sin mucho permiso desde el pueblo cubano, le dijo: "aquí se queda la clara…".

Tenía razón. Quedó la clara. La yema escapó desaforada.

Esperando la recurva,
Ramón

© cubaencuentro

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