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Actualizado: 17/05/2024 12:58

Humor

Carta a Consuelito Vidal (I)

Simpaticiosa, graciolítica y campechanísima Consuelo Vidal, Consuelito:

Estoy por pensar que lo de dejarnos no lo has hecho a propósito. Es más, estoy casi absolutamente inseguro que no lo previste, que no fue culpa tuya, que no mediste el alcance de esa pérdida tan grande que nos dejarías marchándote. Eras toda llena de gracia, sin llamarte María, así que eso confirma que toda regla tiene su deserción. Ahora, más que un bombo, mamita, siento un dolor muy grande, no localizable en mi breve geografía personal, y reconozco que esa punzada —que en tu caso, por la entrega ideológica, es punzada punzo— viene a ser una segunda orfandad. Hay mucha simetría entre tu —o ti, titi— y mi señora mamá, en lo campechano, en lo simpático, en lo ocurrente, y en haber estado cerca de mi toda la vida, como en el bolero de Farrés.

El tiempo pasa. Es lo único que no puede ser detenido, ni por la policía. Ni siquiera lo pueden interrogar. Es, al decir de un cantante, implacable. El tiempo, el cantante no.

Y cuando se dice que el tiempo es implacable es que no lleva placa. Y lo que no lleva placa puede ser, o un policía de paisano o una fractura de peroné que se detecte a simple Buena Vista Social Club. Y hay muchos tipos de fracturas: la fractura de malanga, la de bacalao, y la fractura de maíz. Porque, donde hay hambre, no hay fantasmas. Y como sólo los cristales se rajan, desde que me enteré que "un fantasma recorre Europa", decidí caerle atrás y dejar la campechanía isleña para gente tan campechana como tú. Total —como decía Ñico Membiela— es más fácil ser campechano que ir a Campechuela.

Digo toda esta sarta de amebas reflexivas porque son como conversaciones que no pude tener con mi vieja, que se apeó pronto del potro. Por suerte quedaste tú, hasta que el tiempo, el implacable, te cortó el cable y me ratificó este carné de huérfano que muestro en las aduanas mundiales. Como no te conocí en esos comienzos campechanos tuyos, allí en la emisora Mil Diez, prefiero emitir en el Dos mil Cinco, que es casi doblar la parada en otra charada, y quiero que aguantes a pie firme otras ideas que he reflexionado.

Ahora que nos has dejado, que te esfumaste como ser de carne y hueso —que resulta casi un eufemismo, porque en lo de "carne" había muy poca; sin proponértelo te convertiste en la imagen del cubano futuro, como encarnando (valga la redundancia) el estribillo del Trío Matamoros: "Hueso, hueso na' má'—, sabemos lo que es realmente estar sin Consuelo. Ese es nuestro actual desconsuelo.

Ahora, ya digo, los habituales carroñeros se han apresurado a clavarte en el terciopelo como mariposa autóctona, y se han puesto a grabar sobre el mármol esos adjetivos con que nos embarcan hacia la muerte como cuños de aduana. Que si gracia natural, que si sencilla, que si imagen de la cubana, que si ejemplo de fidelidad, y todas esas cosas que, al ver la hecatombe que ha armado el Gran Líder, suenan más a defectos.

Sé que todo ser humano tiene derecho a defectar, lo mismo sentado que parado. Uno defecta como le venga en ganas, de acuerdo a su constitución y a la Constitución, lo que no constituye un defecto en sí mismo. Por encima de todo está tu altura como artista, y tu humanidad compleja, llena de complexión, aunque yo sepa que tu voz me acompañará en mis minutos postreros con aquella cosa horrible del gatico avinagrado que estaba hecho de algodón, cuando ya faltaba el producto para que las mujeres menstruaran alegremente a gatas.

Lo cierto —que es como decir lo innegable, lo exacto, lo irrebatible, lo literal— es que le alegraste la existencia al cubano durante miles de años. Y qué digo miles, cientos de años. Lo mismo al cubano de a pie que al mutilado que había perdido la loconoción del tiempo. Lo mismo al del interior que al cubano que ha aguantado a pie firme a lo largo del literal isleño. Nada más entrar en pantalla, ya eras como un remanso de alegría, como un salto de dicha, como un bálsamo para el esófago. Eso te salva, nos salva, y resultaba el mejor consuelo para esta Vidal tan complicadita que hemos llevadol.

Y eso nos pasó con la televisión, la radio y el cine. Y no importaba que te escondieras detrás de aquel muñeco aborrecible y tieso que quería ser "amigo" con sus amiguitos. Al fin y al cabo, y sin intención previa, nos enseñaste que detrás de cualquier muñeco hay una mano que la maneja y una voz que le dicta lo que dice, con lo cual éramos "amigos" del otro "amiguito". Y luego, durante mucho más tiempo, haciendo que el miércoles no fuese ese día atravesado en la semana, haciendo un dúo más dinámico que el Dúo Dinámico, con Cerero Brito en "Detrás de la fachada", que pasará a la historia como el guante más ‡gil, divertido, bien llevado, agradable, divertido y ágil de nuestra historia televisiva, un duodeno en toda la silla de extensión de la palabra.

Creo que de allí, de esa fachada, salieron muchas ideas fijas que se colaron, como perlas preciosas que se agolpan unas con otras y por eso no me matan, en la mentalidad del cubano de a pie —e incluso del que ya no poesía pieses, como afirmé— que te han puesto en el pedestal nacional como ejemplo imperedecero de excepcional ser nacional. A mí me sueltan eso de ejemplo imperecedero y saco turno en el médico corriendo, aunque sea por siempre un cubano de a pie.

Sumando todos los atributos que te atribuyeron, se hizo un mejunje gentil de cómo debía ser la mujer de nuestra tierra: vivaracha, campechana, sencilla, graciosa, esbelta, esbértida, transgénica, delgada, dicharachera, curiosa, habladora, conversadora, discreta, pasional, elegante, lista, preparada, maternal, pedernal, amorosa, guajira, amorosa guajira, sensual, firme, que firme sensual cualquier cosa censual y puntual, aguerrida, marcial, zalamera, marcialmente zalamera, decidida, locuaz, discreta, confiable, desprendida, protectora, coqueta sin llegar a ser carretilla, profunda, tierna, violenta y tierna, de tiernas largas y fuertes, generosa, participativa sin llegar tampoco a ser carretilla, iluminada, inmaculada, inmarcesible, sumergible, manuable sin llegar a ser carretillón, invicta, inmortal, misteriosa, clara y una pila de nombres y nombretes más.

Cuando se logra tener a una cubana con todos esos adornos, ya es un ejemplar de museo, o vienen aparejados con dolencias graves, porque no se puede ser discreta, manejable, sensual y aguerrida. O si se pasa en lo locuaz ya deja de ser confiable. O de tan campechana parece carretilla si lleva leve coquetería. Y si de pronto le da por ser firme, aguerrida, marcial, esbértida, violenta y tierna, inmarcesible e invicta, ya no es una mujer, sino la tintorera que mencionaba Ñico Saquito, y la gente comienza a sospechar que algo tiene de "pan con pan" y de Cabo Pepe, y que oculta a un abnegado apagador de incendios en su interior.

Lo que más me jeringa es que todos, y cuando digo todos, estoy hablando de la inmensa minoría que mayorea, pensaban, piensan y tienen la fijación de que marcabas para cubana de muestra, cosa que apoyaste tú declarando que no te irías nunca del país porque eras muy cubana, muy insular, muy entregada al proceso, como si la geografía tuviera relación directa con el Gran Líder.

Yo quisiera ver si un día el Gran Líder se acaba de tostar —¿más?— y decide mudarse para Corea o para Carabobo —que le pega cantidad— qué van a decir sus seguidores cuando se muden con él. ¿Seguirán afirmando que son cubanos hasta la muerte o aceptarán ser coreanos por fidelidad al padrecito? ¿Carabobearán en Carabobo? De manera que esas cosas absurdas, esos dislates de que uno se muere si no ve la calle G, antigua Avenida de los Presidentes, o que si se aleja mucho de Manacas le falta el aire, es, cuando menos un dislate digno de terapia con sueros, para no decir que es una guanajada mezclada con abyección intravenosa y letal.

Pero volvamos de vuelta —y media— a aquel programa nocturno en que, miércoles tras miércoles, te hacías invisible y fantasma —sin recorrer Europa— durante media hora risueña, y entrabas en los hogares ficticios que inventaba Carballido Rey para que se divirtieran los hogares verdaderos que ya comenzaban a volverse ficticios. La fórmula era clara y el esquema inamovible. Cerero Brito y tú comentaban las vidas de aquellos habitantes ficticios que la gente sentía como reales. Tú invitabas a que te acompañara y él se quedaba en su puesto. Entonces lo urgías a mirar "para allá" hacia donde te dirigías para entrometerte, no tan silenciosamente, en las situaciones.

En el fondo de todo, el éxito de "Detrás de la fachada" se debía mucho a tu gracejo, a tu chispa personal, pero no dejo de pensar y analizar, en esta distancia física y muy química que he interpuesto, que aquello alebrestaba al gran vouyeurista que todos llevamos por dentro, que en esa Cuba en la que decidiste ser más cubana que nadie, es como el gigantesco cederista de nuestras débiles y miserables entrañas. El inmenso chismoso que no aprendió nunca a ser discreto, educado, tolerante, y que confunde ser sociable con ser chanchullero, entrometido, envidioso y cochinancio. Esa es mi tisis sociológica y mi tesis sociológica.

Hay tantas contradicciones en ese modelo de cubanidad que han querido ver en ti que siento una incontrolable locuacidad. Voy a ordeñar mejor mis ideas. Asentarlas junto a mí —en el sofá, por ejemplo— y priorizarlas —que no es hacerlas admiradoras del ex presidente Prío—. Te adelanto que hay otros modelos de federadas, que es como decir de cubanitas. Y van de extremo a extremo, entre Tania la Guerrillera —que era un bunker alemán— y Mariana Grajales —que le tenía tirria al fogón y se deshizo de la prole mandándolos a la guerra.

Por eso repetiré y pondré cormoranes. O macarrones. Espero que me aguantes otra dosis analítica. Lo hago porque no pude hacerlo con mi señora mamá, que era una compañera madre. Regresaré en siete días, cantando esa pachanga que ahora mismo es bastante luctuosa, y absolutamente inútil, y que dice: "Consuélame, Consuelito,/ dame un abrazo, dame un besito".

Muy atrás y sin fachada,

Ramón

© cubaencuentro

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