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Actualizado: 15/05/2024 1:03

Humor: La columna de Ramón

Carta a Daniel Santos (II)

Reyertista, gardeniosero y anacobio ecobio Daniel Doroteo Santos, segunda:

Durante todo el verano de 1981, un tipo me tuvo al borde del desaguacate mental pidiendo el mismo tema de tu cosecha. Luego descubrí que no era precisamente de tu cosecha, y me vi obligado a complacer a aquel raro ejemplar de admirador, que se gastaba un dineral mandando postales a la emisora de radio donde yo escribía y dirigía aquel programa sabatino, así que sospecho haber cometido cohecho de mi cosecha.

Era como martes tirando a jueves, pero con cierta cara de viernes. Yo era, sin embargo, un tipo de domingo. Tenía una vida ligeramente desordenada —cosa que, sin saberlo, me asemejaba mucho a ti, y me ponía filosóficamente en tu línea—, donde cada almuerzo era una sorpresa. De modo que aquellas postales recibidas el lunes, donde un hombre del Diezmero, nostálgico de ti, pedía insistentemente que programara cada sábado aquella guaracha titulada Pa' fricasé los pollos, me revolvía la curiosidad y los jugos gástricos. Así te fui descubriendo. Dicen que el amor entra por la cocina. Al menos, antes era así en la Isla. Ahora se sabe por donde sale.

Luego, la Oficoda, el Consejo de Ministros, el Juceplan, y más tarde el Poder Popular —esesiespoder—, se mezclaron con tu sustrato ideológico, resultando un nitrato que me enseñó a nitratar de entender la babaza que nos envolvía con su envolvencia cada día, que es como se le dice a amanecer cotidianamente en babia, y aplaudir sin entender nada. Era el Tíbiri tábara, la neblina del ayer confundiéndose con el hielo seco del futuro promisorio, consigna con nombre de jarabe para la tos —un jingle escrito por un uruguayo dice: "Somos mucho mas que tos"— o una pomada contra la urticaria.

Así encontré el hilo que me llevó a conocer tu agitada vida. Y como era el único hilo que había entonces, me sirvió para zurcir la década anterior con la posterior, hilvanando sucesos, dando puntadas largas al acontecer de otra memoria, y me alumbró sorpresivamente con la idea infeliz de que aquel proceso era un parche en la historia patria.

A partir de entonces, imperceptiblemente, me fui convirtiendo en mujeriego, bebedor, juerguista —para juergo es tarde o hagan juergo, señores—, investigador vaginal —la valginación social se supera— y, para que no me marcaran como indecente e indeseable con el cuño de los problemas ideologógicos, me hice anticolonialista, porque desde niño siempre había ejercido de independentista gracias a un amigo que trabajaba como independiente de una tienda.

Supe que habías llegado a Cuba por primera vez en 1946. Entonces no te pude ver porque de seguro estaba yo en algo relacionado con las ganas de nacer, y el trámite de que mis padres se conocieran, se enamoraran, bajaran noviazgo reglamentario con chaperona confiable, y se casaran con todos los visos de seriedad posible, me demoró en el visado. Tardaste igualmente en llegar porque te había agarrado el Ejército Norteamericano para que le prestaras grandes servicios al país.

Imagino que algún coronel...

Imagino que algún coronel de la reserva, o un general en activo, tras cuatro whiskys bien digeridos y un par de canciones de Pedro Flores, se te acercara en algún bar de Nueva York a decirte: "Mister Doroteo, sería bueno que estuvieras unos añitos con nosotros, entreteniciendo a la tropa. Así abandonas el tropelaje y el mujerío. Te haces un hombre de bien levantándote a la hora que ahora te acuestas, y cambiando de arma, porque lo uterino te va a llevar al pozo. Una guardia siempre es mejor que un cunilingus. Vente con nosotros, muchacho, y correrás mundo. Hazte centinela, sal de la cantina, y en lugar de preñar, podrás pergeñar, y alguna que otra vez, pernoctar". Como título musical pudo haberse llamado "Fusil contra fusil".

Como era lógico, te tocó calabozo. Tenías sed de vivir, así que estaba cantado que un uniforme no te deformaría, y mucho menos podía reformarte. Eras carne de reformatorio, que es condición sin acualón para llegar a enarbolar la onda anti colonialista, en lo referido al pajarraco con dos alas del que hablaba Lolita Rodríguez de Tío. La otra alita, la que no era borinquen, ni de pollo, y si mi perla antillana, cubita, se fue volviendo, sin que nadie se haya dado cuenta todavía, desde la punta de la pluma —e incluso utilizando muchas plumas de plumíferos conversos a los que no dejan conversar— hasta la pechuga y el muslo, en colonia particular.

Cuba es una colonia, si señor. Antes lo fue con dueños diversos. Siempre hemos sido poseídos, y, Poseidón aparte, parece que nos encanta. Sé que muchos se alterarán de los nervios con esta osada afirmación mía. Pero aguanten la mula y razonen con razonancia. ¿Cuáles son las características de una colonia? La ligereza, la claridad, la falta de densidad —que no hay que confundir con ligereza—, el color incoloro, y, lo más importante: no lleva fijador. Por eso me provocaban risa todas aquellas tabarras sobre "nuestro pasado colonial", cuando la esencia misma de lo pronunciado era pura guachipupa.

Una colonia es volátil y baratil. La Isla es el único sitio de este mundo donde lo barato no sale caro, sino carísimo y casi imposible de tener, por el resultado de una química extraña con lo gramatical: el pasado es casi futuro ansiado; el hoy se vuelve inolvidable, pues al día siguiente todo se convierte en lo contrario. Y así nadie duerme una buena siesta.

Usted se echa un perfume, y diez duchas más tarde algún rincón le sigue hediendo entodavía. Una colonia no. Untada la colonia en mejilla y sobaco, y que se le pierda el aroma en la esquina, es lo mismo. Por eso afirmo sin anuencia o renuencia: Cuba no solamente es una colonia, sino que es de las más baratas. El perfumista nos ha mantenido todo el tiempo en Jaque haciéndonos pensar que era una Fiesta.

Sabiendo eso, no es muy complicado volverse anticolonialista. Apuesto firmemente por los perfumes que se pegan a la pituitaria con amorosa persistencia. Sintiendo esos Aromas en nuestro interior es que podemos ser verdaderamente Populares, sin mucho filtro. Además, y a eso me enseñaste, con tus firmes posturas —posiblemente aprendidas por vender huevos en tu infancia—: se puede ser chulo, vividor, borracho, marihuanero… pero nunca, nunca nunquita sin desnuncarse, traidor a su país.

Eso me pone a mí...

Eso me pone a mí con el ala deprimida. Los tendones de esta ala cobardita, que me hicieron alejarme del pollo al que supuestamente pertenece, se engarrotan ante la disyuntiva cuando deje de ser yunta: he sido traidor según versiones taquigráficas del Consejo de Estado, solamente por no estar de acuerdo con la taquigrafía que me provocaba taquicardia, aunque antes yo la llamaba taquicurdia.

Si a ti, por ser independentista y anticolonial, te perdonan todos los defecticos adquiridos, y pudiste ejercer como "El Jefe" antes de que llegara el otro a cambiar los aromas, bien puedo yo seguir en lo mío. Total, no me traiciono a mi mismo, que soy tropa, batallón, ejército oriental occidentalizado e impedimenta. Aunque tengo muy clara la diferencia entre lo que dicen que soy, allá en las cavernas ideológicas e idiomáticas del atolón, y lo que creo ser. Al menos soy un poco lo que seré y no lo que he sido.

El Rey Sol largó un día el petate de que el Estado era él. Se me parece mucho a lo que emana corporalmente el caporal de mi tierra, y hay que ver en que estado me ha dejado para ser lo que soy yo. O de seguro yo no he estado en ese estado. En fin, que la colonia marea y te disturbia el turbio mondongo cerebral del yo, y hasta el Benny queda en ridículo con su Hoy como ayer, pues el ayer es malo y el hoy no tiene futuro o anda cerrado por reformas, y vuelvo a caer en tu estado reformatorio.

No puedo tampoco, y eso duele, cantar como tú, aquello de "Vengo a decirle adiós a los muchachos". El Tíbiri tábara dispersó a los muchachos que ya no lo son tanto. Y si me pongo a pensar a donde voy a ir a decirles adiós, si ya soy, en todas las versiones taquigráficas, un traidor, por mi anticolonialismo e independentismo, el sitio me está vedado, incluyendo El Vedado que para mi persona non grata se ha ensanchado geográficamente desde La Tinta, allá en Baracoa, hasta Guane y sus remates.

Sólo me queda, en la búsqueda utópica de ese perfume que dure, morirme alguna vez varias veces, como hiciste tú en la leyenda que te armaron o que fuiste agrandando con el cemento del desparpajo emocional. Hubo tantas versiones de tu muerte que hasta llegué a pensar, tras tanto pollo para fricasé, que habían muchísimos Danieles muy poco Santos.

Una decía que siete pistoleros del Cartel de Medellín te habían lanzado al otro barrio, según una nota dejada en una cabina telefónica. Se nota que era falsa la nota, pues no te dejabas introducir en cabina ni en nota; y siete, aunque es buen número para cualquier tipo de charada, no valía contigo, que eras más que sastrecillo y más que valiente. Otros dijeron que habías colgado el guante cantando Bigote e' gato,en un tugurio de la calle 8 de Miami. Y varios te mataron oralmente con diversos chulos irritados que te acusaban de un delito hermoso: levantamiento de hembras. Así, con merecida ubicuidad, te estaban salcochando, a la misma hora y el mismo día, en la calle 116 y Lexington, en el club Tíbiri Tábara de Colombia, y cantando un tango frente a la tumba de Gardel; todas de puñaladas traperas, bazookas dirigidas al cuerpo pecador, pistola, arcabuz o trabuco. Además de reírme, la diversidad del ñampie me hace pensar que mucha gente te quería ver morir.

Pero, sabio y filosófico, estabas muriendo a tu hora y en tu día, o haciendo como que lo hacías, con el corazón desparramado tras tanto cuerpo de mujer. Fue la vida, con su disparo silencioso, quien acabó contigo una noche, el 27 de noviembre de 1992 en Ocala, La Florida, a pesar, o tal vez precisamente por haberle encontrado el meollo al Tíbiri, que tiene, como en el ying y el yang, su Tábara oculto. Lo proclamaste en otro ensayo musical que reza: "Yo no sé nada/ yo llegué ahora mismo/ si algo paso/ yo no estaba ahí".

Por eso no estoy donde querían que estuviera, oliendo a lo que quiero ser, sin echarme colonias, o siendo colonial entre los brazos amorosos de la noche que elija. Y el perfume recogido en aquel país que pude llevarme en la mochila de mi cuerpo, no me lo quita ni Dios. Menos esos perfumistas indecentes que no saben que los discípulos de Daniel Santos no cabemos en sus cubículos particulares, por mucho calabozo que inventen, y mucho pollo con dos alas con el que solemente puede hacerse un plato: el fracasé.

Con dos gardenias en la sopapa,

Ramón

© cubaencuentro

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