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Actualizado: 15/05/2024 1:03

LA COLUMNA DE RAMÓN

Carta a Joaquín de Agüero

¿A quién se le ocurre poner en peligro la historia posterior que dictan los manuales?

Lo normal, lo usual, lo casi pactado, es que la gente llegue tarde a las cosas. No sabe cuántos conocidos me han dicho que hubieran preferido vivir en el siglo XVIII, e incluso en el XIX, que fue una centuria bonita a pesar de que no había tostadoras de pan, ni nada parecido. Que no es lo mismo que vivir en el siglo XXI, tener tostadora y que no haya pan, y de contra, tenerla escondida porque es una aparato americano, aparatoso, enemigo de los que gastan mucha electricidad.

A usted se le ocurrió levantarse en armas contra España cuando todavía no se había inventado la palabra "mambí", de manera que la historia le pasó por encima con razón, y en el censo de mambises jamás apareció. Ni siquiera se le menciona como combatiente por la independencia patria. Tal vez fue porque hasta 1868 no hubo raseros para medirlo.

¿A quién se le ocurre, dígame usted, poner en peligro la historia posterior que dictan los manuales? Amén de que su acción fue descabellada, se le ocurrió hacerla cuando faltaban 17 años para que comenzara todo. Es difícil que a esta altura den marcha atrás y lo mencionen, cuando ha echado a perder el concepto ese tan bonito de los Cien Años de Lucha.

No sé qué locura le entró, o qué falta de calcio, o qué distorsión de la dialéctica, siendo usted, como he leído, un ciudadano ejemplar, un hombre con buena posición y un principal del Camagüey. Una mañana de 1842 le dio la libertad a los esclavos que le tocaron en herencia, sin campanadas ni nada. Debía saber usted que lo heroico debiera ser más solemne, y lo patriótico lleva cuidadosa puesta en escena.

Que usted se fajara con una tropa española en un potrero echa por tierra el minucioso entarimado de nuestras ingestas libertarias, y así no hay emoción. Cualquiera le puede caer a piñazos a un gallego en un descampado, aunque hay más comodidad en un potrero. Al menos reses y verdor, rocío aunque sea un rocío jurado para que reces si pierdes.

Hasta esa fatídica mañana del 13 de julio de 1851, todo andaba bien. Cierto que el turismo español molestaba un poco, aunque la misma moral de la época hacía discretas sus búsquedas de sexo fácil; y para controlar el orden ya estaban los voluntarios, que eran una especie de Brigada con las respuestas menos rápidas. Todo auguraba que los meses transcurrirían llenos de bonanza y tranquilidad. Y a pesar de que había muchísimos periódicos, la gente tampoco se enteraba mucho de cómo andaba el mundo. Usted no padecía de los agobios para llegar a fin de mes, que es el mal más extendido después del cáncer linfático y el vicio de ver Mesas Redondas. Hasta le sobraba para pagar, de su propio bolsillo, una escuela en Guáimaro.

Cuando se vive así, se anda relajado y se disfruta, y no se piensa que te esperará una vejez donde te lleven a hacer movimientos ridículos a un parque, y que puedes hasta dormir la mañana sin que los domingos sean para la defensa. En estados de felicidad —relativa, pero constante— importa menos la defensa que el resto del carro. El Camagüey era una región próspera, con muchas cabezas de ganado y otras de humanos. Y los tinajones se daban silvestres.

No me extraña que en esa abulia y falta de ocupaciones se llegara usted un día al notario para darle la libertad a esos esclavos heredados, diciéndole: "Epa, Don Cosme, saque un modelo de esos, que voy a adelantármele a Carlos Manuel. Ganas de joder que tiene uno hoy. Venga ese papel que traigo la sangre de broma esta mañana". Y con la misma pidió que de un plumazo le convirtieran en ciudadanos a toda una tropa de mandingas, sin aprovecharlos antes en algo útil, como un grupo folklórico que ganara festivales para lustre de la provincia.

Y en eso, plaf, a crear una sociedad independentista y secreta a la que bautizaron Sociedad Libertadora de Puerto Príncipe, con su centro de operaciones en una de sus propiedades, llamada El Palenque, un poco para despistar. Cualquier espía español se quedaba muy tranquilo viendo entrar notables a una gran casa en medio de la noche si le decían que había reunión de El Palenque. Le juro que no suena a conspiración. A lo más que se acerca es a sana orgía multirracial.

Mulaterío, jolgorio, velas, copas, un piano, risas discretas, bailoteo de pestañas, sexo oral, poesía —valga la redundancia—, relaciones extramatrimoniales, citas clásicas, lenguas desaforadas y lenguas muertas, levitas que levitan, senos y cosenos, melenas al aire, perillas a la mar, pezones y pescozones, pero nada conspirativo, sino fraternal, caliente y ordenado. Más sano que un consejo de ministros.

De esas lluvias salieron esos lobos. Quizá fuera la resaca de la juerga patriótica, o que ya la abundancia de zetas le hacía rechinar los dientes; o que los 13 de julios le resultaran incómodos por cábala, o por alguna más secreta y personal aversión. La aversión que nos ha llegado es simple: Agüero ensilló la bestia y se bestializó contra España, sin decirnos qué tamaño tenía la tropa enemiga, sin proclamar proclama, sin inflamar oriflamas. Así, normal, con rabia criolla, trepado en alazán trepidante, guiando a 60 hombres que se consideraron insurrectos, y le siguieron al potrero San Carlos, en las cercanías de Nuevitas, como en comparsa; de lo que se desprende la antigüedad de un módulo cultural de recia enjundia: La Comparsa del Alazán.

Ahí le falló la previsión. O le enturbió el razonamiento la premura, haciéndolo todo prematuro. Se lo dice un sietemesino. Me decanto por la hipófisis de que su olfato le avisaba que en Bayamo se estaba cocinando algo, y eso me dice que no siempre la pituitaria es buena para marcar nuestras razones. En Bayamo no pasaba nada de nada, y Perucho andaba aún por las Europas, tarareando La Marsellesa para darle musicalidad a lo que vendría en el 68. De manera que se lanzó a la reyerta y declaró la independencia de Cuba y la abolición de la esclavitud. Lo malo fue que lo hizo en San Francisco de Jucaral, rodeado de hombres libres, y eso le restó brillo al golpe de efecto.

Quizá en ese momento lamentara haber hecho ciudadanos a sus lucumíes aquella bromista mañana del 42. Hubiera sido una formidable tropa en ese instante trascendental, pero no era cosa de regresar a Puerto Príncipe, levantar, sin que se notara, al notario de su lecho y declarar nulo el documento libertario.

Estoy convencido que todo se le vino abajo no solamente por la impaciencia. Mi razonamiento apunta —y no banquea— hacia lo zoológico: andaba usted en cuadrúpedo. Recientes estudios de la Universidad de Oxford aseguran que el trote equino va aflojando la masa encefálica, al punto en que termina pareciéndose al puré de malanga o al batido de trigo. Escuche si no los reportes bélicos, cuando los cronistas mencionan aquello de "se batieron en buena lid". Montarse en un caballo no es lo más aconsejable para mantener la lucidez, la mirada prístina y el raciocinio. Once millones de compatriotas míos andan montados en uno y han perdido la ración. Ítem más que ya la bestia —que cada día está más bestia— ostenta carrocería y neuronas de penco zigzagueante y lleno de mataduras.

Que mal, Agüero. Ahora comprendo su ocurrencia de sitiar Las Tunas, olvidando que esa ciudad ha estado sitiada en su sitio por los mismos hombres de adentro. Un siglo más tarde la llenaron de estatuas que la hacen aún más fea y no ha pasado nada. Lo sufriría unos años después de usted el mismo Vicente García, que no pudo ponerse de acuerdo ni siquiera consigo mismo. Y claro, pasó lo que tenía que pasar. Todo acabó en desastre cuando dos de las partidas rebeldes se enfrentaron entre sí, no sé si por confusión, por culpa de la nula preparación militar o para sentar las bases de nuestros futuros desacuerdos. La explicación pudiera ser más simple: la oscuridad les confundió. Y he ahí un detalle más para mis desalientos: caballo y apagón provocan discordia fraticida.

No quedó más remedio que improvisar en la tendencia que iba a signar la actitud de los criollos en los siglos venideros: buscar la orilla para hacer mutis por el faro. Pirarse es ya costumbre. Y en eso fue también usted un precursor. No esperó a que España tomara la iniciativa de deportarlo, y decidió personalmente la fórmula del algoritmo: fracaso-bote; fiasco-remo; porque, ya lo digo como los preclaros Arango y Parreño: la insularidad lleva implícito el allí fumé.

No fue posible, Don Joaquín. Le echaron mano por chivatazo y le tocó boleta de fiambre, que ahora no sé si fue castigo por ser reverde, por ponerle el dado malo a la concordia hispánica en potrero, o por salida ilegal del país, que la historia toda es confusa en manos gubernamentales. Le tocó garrote sin ser usted vil ni garrotero, y moriría engarrotado ante los ojos de la plebe. Pero no fue en vano. Además de acuñar la sospecha de que alzarse a destiempo era de mal Agüero, las camagüeyanas se cortaron todas el pelo, diz que en demostración patriótica. No pienso lo mismo: o comenzaba a escasear el champú o llegaba por fin el italian boy.

Sin adelantarme o atrasarme, sino todo lo contrario,
Ramón

© cubaencuentro

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