Ir al menú | Ir al contenido

Actualizado: 17/05/2024 12:58

Humor

Carta a la maquinita de Frozen

Pálida, ronroneante y salvadora maquinita de Frozen:

Fuiste la italiana más alta y fría que conocí en los años ochenta. Cada mañana caminaba hacia ti, casi corriendo, para verte, distante y asediada. Parecías alegre en tu interminable meneo. No sé cómo pude controlar mis ansias de acariciarte, olerte toda, abrir tus entrañas para sacar lentamente aquella vainilla que solidificabas. Lo malo es que acostada no funcionabas, y a mi se me da todo lo horizontal, que es como un pre-ensayo para la muerte.

Habías llegado a repartir dulzura, ocupando una de las plazas más deseadas por los cubanos: el Tropiquín, de dulces resonancias indígenas —no se ha encontrado en ningún archivo el nombre de ese genio semántico que inventó el nombrecito— y sospecho que tenías buenas relaciones entre la plana más alta, porque lo tuyo fue de enchufe. En llegando, ocupaste ventanilla, desplazando al veterano Disco de Pasta, que tanto estrago había causado en los estómagos menos entrenados.

Tu, sin embargo, prometías dulzura, refrescabas de inmediato, y obligabas a ejercitar tanto la lengua, para no perder un ápice del sabor, que durante mucho tiempo pensé que, en el fondo, te traían para que los miembros de los Comités de Defensa fueran entrenando la sin hueso para delaciones más calientes. Era una operación confusa.

Después de asistir al espectáculo erótico de verte derramar, en voluptuosa meneadera, aquella pasta fría que el cubano del momento confundía con helado, todos pensábamos que el ejercicio bucal preparaba directamente para el cunilingus o la felación. Nada de eso. Otro error en nuestra larga cadena de pifias mentales que nos ha hecho una república postergada, condensada, de confeti y mural de bagazo. A esta altura me doy cuenta de que bagazo rima con fracaso, así que estábamos predestinados.

Mi malogrado amigo Alejo, muerto a temprana edad en cumplimiento del beber, fue, desde el principio, tu más acérrimo enemigo. Suspicaz y procaz, sospecho siempre que no eras completamente itálica, sino una porteña camuflada. No le faltaba razón —la perdió más tarde— en estos tiempos en que los pasteles franceses los fabrican en Taiwán, y las cubanísimas guayaberas de hilo son confeccionadas en un perdido poblado de Bulgaria. A Alejo le resultaba muy raro que te hubiesen comprado a orillas del Po, teniendo tan cerca el Río de la Plata. Seria premonición. Pensaría que la compra de tantos tarecos eléctricos era una metedura de plata y un enorme gasto de pata.

Eso cambió ligeramente mi percepción. Comencé a razonar de otro modo cada vez que me acercaba a tu esbeltez, a tu brillo cegador. Si realmente hubieras venido de la Argentina, flamante y orgullosa, te sumabas en el fondo a una lista interminable de artefactos inoperantes que los siempre jóvenes, optimistas y negligentemente impetuosos conquistadores del porvenir, incluyeron en aquel conato de revolución mundial que resultó, al final, el camino más corto para regresar nuevamente al medioevo.

Habíamos olvidado que, tras el paso por La Habana de los años cuarenta del Trío Argentino —Irusta, Fugazot y De Mare— y las cuatro vueltas en redondo que dio Juan Manuel Fangio antes de ser secuestrado, todas las otras importaciones hechas desde el hermano país habían resultado un fiasco. Como para confirmar el sabio refrán que reza: "el perfume bueno viene en fiasco pequeño".

No lo sabíamos entonces. El flamígero metal de tu cuerpo esbelto, el ronroneo pausado de tu respiración al trabajar, y la resonancia de tu nombre extranjero, nos hicieron olvidar que eras tan necesaria en aquella isla al garete como las barredoras de nieve que otro alamparado llevara a principios del accidente.

Ahora en la distancia gris, cuando la nieve del tiempo ha planteado mi sien —hasta convertirla en doscientos— analizo las cosas sin mucha emoción, para no decir fríamente. La culpa es del Sol. El astro cegador que nos reduce el ostión cerebral a su mínima expresión, como obligando a que el molusco se refugie en su concha y caiga en largo letargo. Hasta el encendido y preclaro Martí lo había adivinado, y hasta lo cantó en prístinos versos de rotunda sencillez diciendo: "Tiene el letargo un abrigo…". Somos seres solares, de ahí nuestra asolación que nos vuelve insolentes insolados.

Eso, unido a algunos componentes imprescindibles de ese caldo a medio hacer que los especialistas llaman "nacionalidad", nos obliga a irnos con la de trapo, con los falsos oropeles, con los guiños venenosos de lo que brilla externamente, con lo que reluce. Estamos cegados, más que enceguecidos. Nunca comprenderé por que Arsenio Rodríguez o Tejedor no llegaron a ser Presidentes de mi país. Eran los tipos perfectos, rítmicos y con protección ocular.

Un judío de la Gran Manzana sufriría un par de derrames cerebrales si intentara desentrañar la lógica de tu aparición en mi isla. Acostumbrados, desde tiempos inmemoriales, a buscar la piedra filosofal, eso que se conoce como intríngulis, y que el vulgo denomina "la volá" o "la volá con mi cake", "el engome" o "la cámara húngara", jamás entendería que razón humana justificaba instalar, en numerosos antros habaneros —camuflados como expendios de alimentos— máquinas de hacer frozen. Lo primero que sopesaría —incluso antes de su valor proteico— serían la rentabilidad o el interés utilitario de la adquisición masiva de una maquinaria que no iba a producir más que gastos inmediatos.

Pero ese sabio hebreo de Brooklin no contaría con un imprescindible componente en su análisis profundo. Le faltaría esa pizca de latina liviandad para aprehender la sicología del caribeño: la sinrazón. Su cerebro insomne nunca podrá comprender la sabrosura de una raza que sustituye el whisky de malta por la guachipupa, y la perdiz acaramelada por el pan con ná. Un sitio donde se cambiaban globos por botellas, se estiraban bastidores —cunita de niños y cama de mayores— y se rellenan fosforeras, no aparece en el crucigrama de los incansables y analíticos hijos de Judea.

Si llegara a comprender la sutileza de los desvaríos del cubano, sufriría cuatro embolias al enterarse de que somos como somos porque lo nuestro es puramente oral —los delirios del Sol— en una especie de prosperidad contada, Jauja descrita, que se convierten en prosperidad detenida. Y es que somos el producto del bembé mezclado con desaguacate manchego, a ritmo de trompetica china.

Mi amigo Alejo estuvo a un tilín de acertar en aquello del interés utilitario de la irrupción de máquinas de frozen a diestra y siniestra. Su aprensión era realmente siniestra. Afirmaba que todos esos aparatos no eran más que pretextos para la instalación de cámaras de circuito cerrado que controlarían, censarían y vigilarían a la población. Hasta compró una, años más tarde, cuando ya habían desaparecido por falta de piezas, con la finalidad de destriparla en busca de su Gran Hermano. No halló lente alguno entre aquellas aspas interiores, pero logró, reparándola con ingenio, crear la crema nevada de alcoholifán, la natilla de Chispa de Tren al frappé y el gélido mus de Hueso de Tigre que lo llevarían aceleradamente a la tumba.

El inicio de su grave recelo, cuando aún su cerebro padecía de zonas sobrias, era precisamente el probable origen argentino de los aparatos de fabricar líquido de frenos con hielo. Argumentaba que nada bueno había llegado a nuestra isla desde aquellas pampas, tras la debacle marxista. Y metía en un mismo saco descoques variados, que a continuación enumero:

-Las barredoras de nieve.
-La carne rusa argentina.
-La boina de Ernesto Guevara.
-Los trancometrajes de Fernando Birri —él lo llamaba Fernando Birria—.
-El corte de caña australiano.
-El desodorante Fiesta.
-Los libros de Ernesto Guevara.
-Maradona desinfectado e intoxicado de castroina.
-Los tractores piccolinos.
-Las fotos de Ernesto Guevara.
-Las quejanciones de Horacio Guaraní.
-El mate, Mate Parlov y el jaque mate.
-Nacha Guevara en su variante escuálida.
-Los carros Fiats de 1974.
-Ernesto Guevara.

Reconozco que mi amigo Alejo no era precisamente un argentinomano, aunque tenía por Dios al ciego prohibido, de quien decía que era la mejor pupila después de Homero. Solía aseverar que el mejor producto argentino que pudo llegar a la Isla, explotó en Medellín el 24 de junio de 1935. Era injusto. Olvidaba al polaco Goyeneche, y no disfrutó el arribo jacarandoso, ardiente y tumultuario de bellísimas porteñas entre 1984 y 1986. Es cierto que algunas eran todavía peronistas, pero se les fue quitando a golpe de orgasmos insulares.

Tampoco pudo Alejo saborear el antológico resbale de mandarina mental de una anciana entrevistada en Coppelia. En una encuesta televisiva sobre las pizzerías, le pidieron su criterio sobre aquellos trozos de pan con queso que se conocían como bambinas. La vieja, inmutable y sapiente, metió a Tijuana en Vladivostock y a La Habana en Guanabacoa diciendo: "Que se las den a los argentinos". Había confundido lo gastronómico con lo geográfico. Las Bambinas eran para ella, aquellas islas australes ocupadas por los ingleses, motivo de una guerra injusta y sangrienta.

Era la liviandad criolla. El desajuste solar que atiza el molusco hirsuto del interior craneano. La vi luego marcharse hacia el Tropiquín cercano y sonarse, sin rubor ni dilación, ocho frozen de algo que estaba entre la vainilla y la crema depiladora. Al ver que la observaba, asombrado y socarrón, me soltó otra joyita a manera de justificación. Me dijo, lambiendo con fruición aquella bazofia en barquillo: "Qué calor ha puesto este año el gobierno, ¿verdad?".

Fue mi desencanto contigo. Evité buscarte desde entonces. No me di cuenta de tu entrada en extinción, pues otras cosas también se extinguían, mientras languidecía el resto. Aunque confieso que, sin darme cuenta, te extrañaba con todas mis fuerzas: el gobierno siguió esmerándose en lo del calor.

Enroscándome en mi cucurucho,
Ramón

© cubaencuentro

En esta sección

Carta a Mariana Grajales

Ramón Fernández-Larrea , Miami | 11/09/2006


Carta al tractor Piccolino

Ramón Fernández-Larrea , Miami | 28/08/2006


La vuelta del caguairán

Enrisco , Nueva Jersey | 23/08/2006


La soledad a los cien años

Enrisco , Nueva Jersey | 08/08/2006


Carta a Batman

Ramón Fernández-Larrea , Miami


Carta a Armando Oréfiche

Ramón Fernández-Larrea , Miami


Carta al doctor Bernabé Ordaz (II)

Ramón Fernández-Larrea , Miami


Lo bueno de Cuba

Enrisco , Nueva Jersey


Carta al doctor Bernabé Ordaz (I)

Ramón Fernández-Larrea , Miami


Despejando la 'X' (Alfonso)

Enrisco , Nueva Jersey


Carta a René Portocarrero

Ramón Fernández-Larrea , Miami


Subir