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Actualizado: 17/05/2024 12:58

Humor

Carta a la perrita Laika

Orbital, molar y canina perrita Laika:

Probablemente el hombre primitivo comiera algunos perros. Unos doce, tal vez más, pues, como era primitivo, no se preocupaba mucho por contar. Hasta que se dio cuenta de que el perro era un excelente amigo, un guardián insuperable, y un compañero perfecto para la caza. Y molestaba menos que su mujer.

Los chinos y los coreanos no se enteraron jamás de eso y los mantuvieron en su dieta con moderación —nunca más de dos o tres animales por ocasión—, pero los soviéticos decidieron mandarlos al cosmos, tal vez porque cuando uno regresa lleno de vodka a su casa, dando tumbos, lo que menos desea es que un cuadrúpedo comience a ladrar de alegría delatándole ante su cónyuge o la milicia. Nunca se sabrá a cuál de los dos le temía más el hombre soviético, aunque hay encuestas que arrojan que muchos preferían la milicia. El hombre soviético también terminaba arrojando, en el inodoro, y la mujer soviética le arrojaba desde el samovar hasta las pantuflas.

Por eso los chinos y los coreanos nunca desarrollaron a derechas la carrera espacial, y no solamente porque eran de izquierdas. Comiendo perros los martes, jueves y domingos, la población mermaba. Tampoco era plan de irlos a buscar al cosmos, que en definitiva eran perros rusos, y en eso coincidían con los nazis. Hay veces que los insultos llegan a parecerse. No por gusto los chinos se achinan y los coreanos corean.

Lo que más tarde la historia oficial de la URSS disfrazó de logro científico no fue más que una torpeza. Como Moscú a finales de los cincuenta se estaba llenando peligrosamente de mendigos y perros, las autoridades decidieron deshacerse de ellos de un modo que ahora comprendemos complicado. Mandar perros fuera de la órbita terrestre resulta, a la larga, costoso, aunque en la época era más fácil embutirlos en un cohete y salir de ellos. Los mendigos, en cambio, resultaban un caso poco menos que imposible por mucho Limonavskaia que llevaran en la ventrecha. Insultaban, pataleaban y les daba por cantar en el espacio, así que resultaba mejor ponerlos en un tren rumbo a Novosibirsk. Jamás se daban cuenta del cambio de ciudad.

No sabemos nada de tu historia antes de ese vuelo interplanetario que le abrió al hombre nuevas y alegres posibilidades. Sólo que eras una perra sin hogar en una sociedad socialista. Esto pudiera parecernos una contradicción, pero no es cierto. Un animal, en el campo socialista, está obligado a convivir con otros animales, que no se sabe, a la larga, si son animales superiores. Un perro, en el campo socialista, es al fin y al cabo un animal campestre, y no es útil, a menos que sirva para morder al enemigo, ladrar en la frontera, o halar un trineo. Y en una economía así, donde el fracaso económico está planificado al dedillo, algunas familias deben escoger entre el perro y la abuela. Se han dado algunos casos en que no quisieron separarse de su mascota, y la vieja terminaba alcoholizada en Novosibirsk.

Te recogieron en las calles de Moscú. Deambulabas entre carteles optimistas, trolebuses, y gente alegre que corría al trabajo para poder salir en las películas. Tal vez tenías otro nombre en lenguaje perruno, pero ya sabemos como eran aquellos optimistas y serios hombres socialistas soviéticos. Tras un internamiento largo y una observación detallada, algún cerebro brillante decidió bautizarte Laika, que significa "que ladra". Un grupo bastante numeroso de colegas tuyos, sin embargo, fue catalogado como "los que muerden", pero no se cómo se dice en ese idioma, ni que destino tuvo. Quizá fueron enviados a Corea. Tal vez terminaron repletos de vino en Novosibirsk. Quién sabe si sirvieron más tarde en la frontera.

En qué calle te encontraron, qué edad tenías, o cuál era tu prontuario delictivo, fue ocultado minuciosa y solemnemente por la prensa socialista. Sin embargo, nos han llegado otros testimonios escritos que arrojan luz en la metodología empleada en aquellos años. Según ellos, te seleccionaron para la misión, junto a otros dos canes —que serían, posiblemente, tus edecanes—: Albina y Mushka. Al final fuiste tu quien se llevó, metafóricamente, el gato al agua. Este fragmento que pego aquí a continuación es una joya si queremos entender el razonamiento del hombre socialista que planifica, con minuciosidad y encabalgamiento, hasta la cantidad de vodka que le llevará en el futuro a Novosibirsk:

"El nombre de Laika proviene de la raza de perros rusos (¿no ven?, lo dicen ellos mismos) a la que pertenece (he buscado inútilmente esa raza de laicas. Posiblemente se extinguiera dando paso a una flamante raza de cámaras fotográficas llamadas Leikas). Fue elegida para la misión (están hablando de ti) por su facultad de permanecer calmada durante largos periodos de tiempo (esa es la máxima aspiración de toda sociedad comunista). Una vez escogida (no se escoge a cualquiera. Hay que pasar un tamiz, una selección, una rigurosa evaluación) fue duramente entrenada para que permaneciera en pequeños habitáculos sin alterarse".

No niego que tu experimento haya sido útil en el inicio de la carrera espacial. Pero reflexionando sobre esa última frase, comprendo que resultaste más que útil para la planificación urbanística. A partir de 1957, millones de seres humanos del campo socialista comenzaron también a ser "duramente entrenados para permanecer en pequeños habitáculos sin alterarse". Considero que tu caso fue el resultado de arduos análisis y comprobaciones, planificaciones y desajustes. Josef Stalin, veinte años antes, quiso hacer desaparecer a los gitanos, pero fracasó estrepitosamente: no había comenzado la carrera espacial y es sumamente difícil introducir a un gitano en un cohete con su oso, su violín, y su familia. Se daría cuenta, tarde o temprano, que no estaba en su carromato.

De manera que el hombre de hierro eligió un modo más rápido y seguro: matarlos o ahuyentarlos. Hizo lo mismo con sus enemigos políticos, y en ese caso todo fue mejor organizado: los ahuyentaba enviándolos a la Siberia. Hay que ver la cantidad de ahuyentados que todavía pululan por este mundo gracias al ejemplo del padrecito. Un imitador caribeño, Científico Mayor, experimentó más tarde con animales de gran tamaño. Logró poner en órbita el ganado vacuno con un éxito innegable. En la Isla no aparecen ejemplares, y todos dicen que la carne de res está por las nubes. El cubano de hoy día se las pasa mirando al cielo, y no se sabe bien si espera ayuda divina o la caída de una nave repleta de vacas.

Hay mucho de crueldad en tu viaje al cosmos. No era la primera vez que los soviéticos experimentaban con animales, ni sería la œltima. Son conocidos muchos planes agrícolas utilizando mujiks del Don. Y no pararon de enviar perros al espacio hasta que Moscú pareció durante bastante tiempo una ciudad limpia. También enviaron bacterias al cosmos, aunque el coste los hizo desistir. Entonces las enviaban al extranjero en forma de técnicos extranjeros. No solamente fue malvado lanzarte en un cilindro sin retorno, sino que todo sonaba mucho más terrible en esta descripción que cito: "La cápsula en la que Laika fue colocada estaba presurizada y tenía forma elipsoidal".

Así que no les bastó con mandar a un pobre bicho —con el mayor respeto— para la inmensidad, sino que te encapsularon presurizadamente en una porquería que asusta a cualquiera. A mi, al menos, todo lo elipsoidal me pone la carne de gallina, lo que tal vez me convierte en candidato animal para otras morbosidades científicas. Suena además muy extraño e intrigante eso de que no te expulsaran, ni te enviaran, ni siquiera que te lanzaran, sino que "te colocaran". Pudiera ser un mal ejemplo para los detentores de esa ideología, si les da por colocar personal en misiones internacionalistas. O, en caso más extremo, que a expulsar a quienes disienten con su idiotez se les colocara, en lugar del común y más normal verbo desterrar, que en el fondo es lo mismo que mandar para el carajo.

El supositorio donde te hicieron desaparecer del barrio de Rabat se llamaba Sputnik 2, y era una nave con forma de cono —sin eñe, eso sí— que medía poco más de un metro y pesaba 500 kilos de peso. Te habían clavado en medio de aquel barquillo de hierro con un arnés especial, y yo sospecho que te pusieron debajo, para alcanzar la ventanilla, un par de tomos de El Capital, y cuatro o cinco ladrillos escritos por el camarada Vladimir Ilich. Las paredes estaban acolchadas, y me barrunto que en el frío invierno del 57 varias familias moscovitas se quedaron sin frazadas en la cama. El lanzamiento, dado a conocer mundialmente a biombo y plantilla, sucedió el 3 de noviembre de 1957.

Cuentan que lo tenías todo a mano —perdonando el eufemismo—, como el agua y la comida. Sin embargo, nadie ha descrito cómo puede orinar un perro en el espacio sideral y eso es un aspecto a consideral seriamente. Tampoco abundaron que hubo otros seres caninos en tu saga. En 1960 se hicieron hot dogs los pobrecitos Bars y Lisichka. Pchelka y Mushka se asaron durante el regreso, cuando el Sputnik 6 se incendió, y me huelo que algún coreano fue muy feliz con ese regalo de Dios.

Los otros se salvaron: Damka y Krasava, Chermushka, Zvezdochka, Verteros y Ugolyok. Regresaron incólumes, sin sarna ni pulgas, y el Estado Mayor del Ejército Rojo los ascendió al grado de Teniente Coronel, inaugurando una práctica nociva y repetida por todo el campo socialista, llevada a su máximo esplendor por el Científico Mayor de nuestra isla caribeña.

Tu final también sigue siendo controvertido. Unos afirman que tu última comida tenía veneno, lo que me parece un homenaje a Stalin. Otros cuentan que la navecita tenía un dispositivo para lanzar gases que te sacaran de circulación, aunque es de igual modo muy probable que la fermentación de tu caquita envenenara tu entorno. El cosmonauta Gyorgi Grechko, que había trabajado en el proyecto, se fue de lengua muchos años más tarde, revelando que el vehículo alcanzó tan altas temperaturas por un problema técnico que literalmente te convirtieron en chicharrón. No dudo de esta última variante si tomamos en cuenta que encima de las lavadoras rusas se podía tostar en Cuba el pan del día anterior.

Todo esto lo he averiguado ahora, en esta edad provecta, y me ha causado mucho dolor. Durante media vida fuiste mi estrella, mi astro, mi lucero. Posiblemente sea más que una metáfora, pues tu vuelo duró 163 días, completando 2.370 órbitas viajando alrededor de 100 millones de kilómetros. Circunvalarías la tierra cada hora y 35 minutos. Desde allí nos mirabas, y de seguro te avergonzabas un poco y extrañabas las calles de Moscú antes de que unos desalmados de la KGB te reclutaran. Nadie ha hablado nunca de tu angustia existencial, del horror vacuo, ni de la nostalgia que te embargaba allá arriba. Tal vez aullabas o cantabas amargas baladas, lo que me hace comprender la palabra rusa "balalaika".

En resumen, hermanita, un final de perros para una vida de perros. Dímelo a mi, que también experimenté cosas parecidas en mi insular vida canina, pasando canina. Sé cómo se siente uno al descubrir que fue material de un experimento. Si te envían fuera con pretextos gubernamentales, eres un agente que cumple una tarea. Si te montas tu mismo en tu cohete, te consideran chatarra. Y lo peor, piensan que te incendiarás al chocar alguna vez con la atmósfera —que han hecho ellos mismos irrespirable—, y como regalo, te ponen debajo un coreano hambriento que aguarda su merienda.

Muy jau jau y estrujau,

Ramón

© cubaencuentro

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