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Actualizado: 02/05/2024 23:14

La Columna de Ramón

Carta a Quintín Banderas

Insurgente y General José Quintino Banderas Betancourt, Quintín Banderas:

Lo suyo fue un caso raro, aunque no hay nada más raro y a la vez normal que una guerra. Ascendió de soldado raso a general, y de ese cargo bajaba y subía con mucha facilidad. Lo degradaron tres veces hasta que, no sabiendo que otra cosa hacer después de la Guerrita de Agosto, buscaron la forma de solucionar el problema asesinándolo a machetazos, que es lo más degradante que existe. Ya si lo tasajean escupiéndolo y mentándole la madre es una aberración. Y de las peores, de las que ni siquiera llevan siquiatra.

Lo consumó la Guardia Rural, que era un cuerpo muy campestre. Si aceptamos que la Guardia Rural era un cuerpo —represivo y todo—, cualquier leguleyo de mala muerte alegaría que no hubo crimen, pues todo quedó en un combate cuerpo a cuerpo, aunque el suyo quedara tendido y desangrado y se convirtiera en cuerpo del delito. No estoy muy claro en estas cosas corporales, por mi rara manía de no incorporarme a nada. No soy ducho en el tema por más que me ducho. Pero a pesar de los años transcurridos sigo encontrando incongruencias en la historia. En la Historia en general, y en la suya propia como General del glorioso ejército mambí.

Sin embargo, si por el contrario, entendemos que la Guardia Rural era una fuerza, del orden, eso si, pero fuerza al fin, lo suyo fue una cañona. Hasta pudiéramos decir que fue asesinado a la fuerza. No creo que llegue a ser un crimen con premeditación, pues los miembros de aquel cuerpo o fuerza que era la Guardia Rural, midiéndoles el coeficiente intelectual, eran incapaces de tener una idea, y mucho menos de premeditarla. Cuando se sospechaba que un guardia civil premeditaba algo, aunque no supiera definirlo bien, era ascendido de inmediato.

Hay muchas maneras de matar a un hombre. Lo más socorrido, cuando se tienen 73 maltratados años, es dejar que sea el tiempo quien se encargue de eso, aunque el método deja huellas. Claro que los hay más apresurados, y de ello se han encargado gente como Aghata Crhistie y sus admiradores de Villa Marista. Y hay uno, refinadísimo, que es dejarlo sobrevivir ahí, día tras día, viendo como se cierra el cuadro a su alrededor, y haciéndole creer que hasta los sueños son delito, y que no hay mejor vida que la que vive. En el transcurso de esa horrible travesía, se le premia con diplomas de cartulina que devorarán los ratones y con veneno para que los ratones no le coman la cartulina.

Pero volvamos a la manigua. Cuando uno está en ese lugar y lo que hace es trabajar en la agricultura, se le llama campo o monte. Cuando hay guerra, entonces la denominan "manigua redentora", que suena más bonito, y de esa manera uno desea que siempre haya guerra. El campo normal es una rutina tediosa, insoportable, y si se le roban mameyes al vecino es hurto con nocturnidad. Pero en la manigua redentora, que es cuando hay guerra, se puede llegar a la diarrea más alevosa robando mangos y mameyes y llamándole "escaramuzas". Eso me confunde. Mi país lleva casi cincuenta años en guerra contra el enemigo, la guerra total, la de todo el pueblo, según dice un Iluminado.

Sin embargo, si te agarran con un pollo ligeramente ajeno, o halando algo parecido a lo que en la manigua redentora conocían como impedimenta, te parten la siquitrilla y te hacen un engome de por vida, aunque alegues que lo tuyo ha sido una simple escaramuza. Para mi que hay gente que no se cree totalmente lo de la guerra, o que le da envidia lo que uno pueda rapiñarle al enemigo en esas escaramuzas cada vez más cotidianas. Los policías del Oriente de la Isla no se han enterado de que vivimos en conflagración, seguramente por efecto de los carnavales.

Un hombre de su extracción y de su calamina tenía que terminar como terminó, y no estoy defendiendo la brutalidad policial. Digo que cada cual tiene su sino, que es como un destino más flaquito, marcado con fuego en su libro de visitas. Lo dicen los manuales. Su biografía, abreviada —¿las reses abrevian o los abreviados rezan?—, escueta como orden militar, casi limita sus posibilidades y es un caso de estudio obligado para todas las escuelas pisiquiátricas de este mundo.

Lo definen así: "Era de raza negra, temperamento difícil, de mal físico y poca cultura". La hostia. Y eso que viajó a España, aunque no precisamente a cultivarse, sino enyesado, encanado, preso por su alzamiento en la guerra chiquita, que fue una guerra de mucho tropelaje y poca tropa, donde el mayor combate parece haber sido una bronca tumultuaria en una fiesta de Alamar.

Ser feo no es un motivo incuestionable para andar guerreando. Los mismos Borbones eran espantosos y tuvieron sus guerras lejanas. Eran inteligentes. Mal físico pero con su barniz cultural. Armaban las conflagraciones sin ir a verlas. Y se divertían con un mapa en la biblioteca. Usted no tuvo esa suerte, es decir, jamás vio una biblioteca, tal vez por lo de la raza negra, el mal físico y, sobre todo, por el temperamento difícil. Eso lo lanzó a la manigua, aunque ya desde 1851 andaba buscando pelea. Ahora los libros del régimen glorifican cualquier cosa, y mencionan que se entregó a la causa libertaria, cuando usted no se entregaba ni a la policía. El temperamento, la raza y la fealdad, unidos, huelen a machete de la Guardia Rural. Igual habría muerto de un botellazo. Hay personas que no saben estar calladas.

Y a todos esos defectos se suma haber nacido en Santiago de Cuba el 10 de enero de 1837. Mala cosa. Creo que fue el puntillazo, a pesar de que usted no podía remediar una cosa así. Pudo nacer en 1838, causándole graves dolencias a su señora mamá, y tal vez, con tanta incubación, habría sido más horroroso y con un temperamento diez veces más endiablado. Cuando se nace en el mal año de 1837, está cantado que treinta y un años más tarde le toca manigua, y si es redentora, mejor.

Muchos pusilánimes llaman "ardor guerrero" a la inconsistencia moral y al defecto de no saber domar los instintos. Glorifican a ciertos individuos inadaptados que sólo saben desgraciarle la tranquilidad a los demás. Y las trifulcas, por muy nacionalistas que sean, son el caldo de cultivo para gente que morirá una mala noche en un callejón de navajazo rastrero. Casi todos los grandes héroes de la guerra fueron niños que acumularon roña durante el crecimiento. Si así no fuera —y que me desmienta Freud— no se adornaran tanto los hombros, el pecho y la cabeza con tantas cosas vistosas, ni inventaran órdenes para hacerse más mejores, ni su lenguaje fuera tan conciso y seco.

Cuando llega la paz se les ve por ahí inconformes y malhumorados. Menos mal que en su caso, armadita la República y con muchos años de matojo en sus costillas, se puso a buscar trabajo, pero ya los bares del puerto tenían matones de sobra. El jabonero Sabatés le ofreció la única plaza para la que le vio cualificado: sereno. Sabatés era catalán, y por eso su apreciación del carácter humano se nublaba con los números. No había nadie en este mundo menos sereno que Quintín Banderas. No sé qué le verían los fabricantes de jabón, pues Crusellas le contrató luego para promocionar sus productos, lo que a mí me huele muy mal. Tal vez usted olía peor.

De todos modos, en la actualidad como que se olvidaron de su figura. Tal vez solamente se le recuerda cuando se arma la de San Quintín, que parece un dicho apropiado para su carácter. Ese poco control nervioso suyo le llevó a la perdición. Y la época tampoco le ayudó mucho. Ver el país lleno de españoles mandando, subleva a cualquiera. Por suerte los tiempos han cambiado o yo no tengo tan poca cultura o peor físico, y no me da por ir por Las Ramblas o Lincoln Road escupiendo alemanes.

Queda de usted, sin muchas Banderas
Ramón

© cubaencuentro

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