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Actualizado: 17/05/2024 12:58

Humor

Ganó el deporte: Cuba, segundo lugar

Sushi 10, Picadillo de Soya 6. El Clásico Mundial de Béisbol y la pelotización de la política.

Le debo una disculpa al equipo cubano de béisbol. Antes de que empezara el Clásico Mundial no daba por ellos ni 20 centavos (aunque pensándolo bien, al cambio eso representa más o menos el valor de un mediodía de trabajo en moneda nacional).

Suponía que no pasaría de la segunda ronda y que el juego con República Dominicana iba a ser como un juego de fútbol entre Caimito y Brasil, con el equipo Cuba en el papel de Caimito. Pero no. Ocurrió que en su camino a la final del Clásico Mundial de Béisbol, Caimito derrotó a Venezuela, Puerto Rico y República Dominicana.

Sospecho que los compatriotas que celebraban en Cuba la victoria ante Dominicana no tenían idea del alcance de esta. En Cuba, las Ligas Mayores de Béisbol son un mito como El Dorado o El Bistec Que Se Sale Del Plato, porque en Cuba no tienen la oportunidad de ver los juegos de las Grandes Ligas. Y es que las Grandes Ligas —al igual que el bistec— impresionan más como realidad que como mito.

A los pitchers de Grandes ligas les está prohibido lanzar ante una alineación integrada por bateadores como Tejada, Pujols, Ortiz y Beltré, sin pasar antes y después por un psicoanalista. Y ahí está el problema, porque después de ganar al equipo que parecía el más fuerte del campeonato, perdieron la final con Japón y parece que en Cuba nadie se enteró de eso.

El titular de Granma decía: "¡Con las botas puestas!" (dejando fuera el consabido "Cayeron"), lo cual, más que una alusión a la derrota final, parece la declaración —un tanto enfática— de lo bien que los peloteros cubanos se saben amarrar los cordones. Posiblemente sea así y la preocupación de los cubanos por tener los zapatos bien abrochados haya sido aprovechada por los japoneses para anotar 4 carreras en la novena entrada.

Caimito contra Japón

Por otra parte está el recibimiento que le dieron al equipo en la Isla. Antes, cuando ganaban campeonatos mundiales y Olimpiadas, los iban a esperar al aeropuerto el ministro de Deportes y unos cuantos parientes a ver qué les habían traído: medallas al ministro y zapatos para el resto. Ahora les han dado un recibimiento sólo comparable al que darían al Papa si llegase acompañado de los doce apóstoles y de la comida sobrante de la última cena.

Sólo caben dos posibilidades: los compatriotas, o no se enteraron de que perdieron el último juego o, si se enteraron, aun así fueron a comprobar por sí mismos lo bien que se habían amarrado los cordones de las botas, porque esta vez los zapatos no iban a alcanzar para todos los que irían a recibirlos.

Es que el equipo logró entusiasmar con sus victorias a todos los compatriotas: desde los trabajadores sociales del Comandante hasta los viejos batistianos que quedan por mi barrio. Y entre estos dos grupos, toda la escala social de nuestros compatriotas, desde rotundos conocedores del deporte hasta aquellos cuyas nociones de pelota son tan vagas e imprecisas como las notas de Granma sobre la destitución de un ministro, pero no dejan de entusiasmarse hasta con el calentamiento de un pitcher.

Todos, de La Habana a Union City, desde el D.F. a Sydney, alentaron a la selección nacional o, en su defecto, al equipo contrario. En cualquier caso, me parece hasta saludable que Caimito perdiera el juego final contra Japón. Si ese fue el recibimiento que les dieron perdiendo la final, la victoria habría provocado tales saltos de entusiasmo que la Isla se hubiera hundido.

Por otro lado, está la ganancia espiritual. Piensen en esto: si los cubanos desde siempre nos hemos creído el pueblo elegido y nos la pasamos recordando que Cuba fue el sexto país en utilizar el ferrocarril, el segundo en tener un canal de televisión en colores y el primer país de Latinoamérica en enviar un hombre al espacio, ¿qué pensaríamos si hubiéramos inventado la televisión, el ferrocarril, los viajes al espacio o si el equipo Cuba hubiera ganado el Clásico Mundial de Béisbol?

Si la Isla no se hubiera hundido con los saltos de alegría, no habría podido sobrevivir al sobrepeso del ego colectivo.

El toque de bola: un arma de la revolución

También cabe la posibilidad de que tanto entusiasmo se deba a que en el fondo nadie creyera que el equipo cubano pasaría de la segunda ronda. ¿Nadie? Bueno, había alguien que confiaba desde el principio en el éxito de nuestros peloteros. Ese, sin dudas, fue el Comandante. Porque él no anda creyendo en mitos, ya sea el de El Bistec Que Se Sale Del Plato (con el que siempre ha mantenido un trato personal) o el de la invencibilidad de las Grandes Ligas.

Visionario al fin, fue quien trazó la estrategia para derrotar a peloteros con las dimensiones, el peso y la consistencia de un Chevrolet del 53. Era necesario crear un equipo ligero y rápido que supiera explotar la velocidad en función de la ofensiva, con toques de bola, robos de base y bateo y corrido.

La pelota se juega con el corazón, no se cansaban de decir los peloteros cada vez que tenían un micrófono frente a ellos. Así que para mantener el corazón en forma, el Comandante se dedicó a crear una generación completa baja en grasa. El béisbol, como él mismo ha descubierto, pese a su origen norteamericano es un deporte espiritual: mientras menos materia conformara a los jugadores, más posibilidades tenían de ganar.

Sushi 10, Picadillo de Soya 6

Confirmando la teoría del Comandante, a la final llegaron los equipos más espirituales, no los que estaban llenos de jugadores que cobran en dólares, símbolo máximo del capitalismo. En la final estaba Japón, cuyos jugadores cobran en yenes, y los cubanos que cobran en pesos (una moneda tan espiritual que ya sólo tiene valor numismático), cuando no se ponen de suerte y cobran en jabitas.

Tras convertirse en el favorito de la final, después de dejar en el camino al Asopao boricua y al Mofongo dominicano, Picadillo de Soya cayó derrotado por Sushi. Los japoneses demostraron que a ser espirituales no hay quien les gane. Esa combinación de arroz, algas y pescado crudo los deja bien rebijíos de cuerpo y, por consiguiente, con más espacio para ser ocupado por el alma.

Quizás la consecuencia más peligrosa del torneo es el peligro de que el Comandante decida que a partir de ahora los compatriotas deberán comer bolas de arroz rellenas de chicharro crudo, entizadas con algas. Por supuesto, el problema no es ese, sino que seguramente repartirán ocho al mes, en sustitución de los huevos.

La política es redonda

En medio del júbilo que despertó el Clásico, el Comandante se quejaba de que se estuviera politizando la pelota. Siempre viene algún contrarrevolucionario a aparecerse con un cartelito para decir calumnias del Comandante, como en el que se leía "Abajo Fidel"; cuando lo cierto es que el Comandante lleva 47 añitos encaramado en el poder sin intenciones de cambiar de posición por el momento.

Luego de que la delegación cubana protestara enérgicamente para que no se repitieran actos de esa especie, otro grupo de gusanos todavía más perversos se aparecieron llevando en las camisetas una letra cada uno hasta conformar la misma calumniosa frase. El problema es que con la desorganización que caracteriza a nuestros compatriotas, con independencia de sus convicciones políticas, el "Abajo Fidel" se trocó en "Fidel Jabao", lo cual resulta todavía más alejado de la realidad.

Al parecer, para contrarrestar la politización de la pelota, el Comandante lanzó una contraofensiva para pelotizar la política. Mandó a su hijo como médico del equipo y el muchacho se entusiasmó tanto que tuvieron que agarrarlo entre cuatro para que no fuera a batear.

Al referirse a una gran ofensiva lanzada por el ejército norteamericano en Irak, el editorial de Granma declaraba que "las bombas que ahora caen del otro lado del mundo también están diseñadas para matar ese abrazo que nos damos emocionados por una simple victoria en el béisbol", desenmascarando el objetivo central de dicha ofensiva: malearle las celebraciones a los cubanos por las victorias en la pelota.

Así que fue una "ahí tenemos otra buena razón" para no desear que los cubanos ganaran. Si los cubanos ganaban el campeonato, los americanos, con tal de que la noticia no saliera en los periódicos, hubieran sido capaces de comenzar la Tercera Guerra Mundial.

Luego, al recibir al equipo, el propio Comandante declaró: "Podemos decirle a ese poderosísimo imperio que ya se jugó el noveno inning, y tenemos unas cuantas carreras de ventaja y somos home club". Y ahí yo creo que se le fue un poco la mano al Comandante con la metáfora beisbolera, porque si el noveno inning se jugó y tiene varias carreras de ventajas, quiere decir que el juego ya se acabó y el imperialismo está en la conferencia de prensa diciendo que un juego es un juego y que mañana será otro día y todas las boberías que declara un equipo cuando pierde.

Dice un sabio proverbio chino que cuando los elefantes pelean la hierba sufre, pero cuando juegan pelota lo mejor que puede hacer la hierba es ir a crecer a otra parte. Porque dejar de sufrir es algo que la hierba cubana no avizora en su futuro inmediato. No mejorará la situación, pero al menos en el próximo apagón la gente lo pasará mejor evocando las victorias y derrotas y haciendo planes para el futuro… campeonato. "Yo te digo a ti que si en el campeonato que viene le ganamos a los japoneses, ya no tendremos que comer chicharro crudo".

© cubaencuentro

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