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Actualizado: 15/05/2024 1:03

HUMOR

Los faraones y el agua

Si alguien ha aprendido de la sabiduría de los antiguos es el Comandante: Él llega antes que los ciclones, los desvía, los derrota y si pasan lejos, dice que le cogieron miedo.

Piensen en Egipto; piensen en Mesopotamia (no digo que piensen en la India y China, porque eso les va a traer algún recuerdo de juventud y ahí mismo se acabó la reflexión). Cuando en la antigüedad surgieron los primeros Estados tuvieron la encomienda principal de controlar las aguas de los ríos, levantar diques, prevenir inundaciones… Eso fue antes de que se inventaran las escuelas, el correo, las bibliotecas públicas y los bomberos. Porque para cazar jutías o mamuts, o para machacar a la tribu vecina, no hacía falta un Estado. Si acaso amigos y un poco de cerveza. Pero ya los diques y las inundaciones eran otra cosa.

Y no es que después de la creación del Estado, el Nilo, el Éufrates o el Ganges no se siguieran llevando por delante a cada rato a media humanidad con sus respectivos enseres domésticos, pero al menos la gente se iba al más allá tranquila, sabiendo que en el reino de los muertos no la iban a poner a construir pirámides (y si lo tenían que hacer, al menos las piedras iban a pesar como en el más acá).

Uno ve lo que pasó en Nueva Orleáns, el ciclón, la inundación y los muertos, y se pregunta para qué existe todavía el Estado. Allí falló todo, desde el último de los policías hasta el presidente. Un tercio de los policías de la ciudad no fue a trabajar y el presidente apareció tres días después haciendo señas desde la ventanilla del avión. Cuando el Nilo crecía, los faraones se movilizaban bastante más rápido que Bush, incluso aquellos que por alguna razón de peso (la muerte, por ejemplo) ya hubieran sido embalsamados.

Y es que hasta los defensores del actual presidente de Estados Unidos tienen que reconocer que la velocidad de reacción no es la cualidad por la que destaca Bushankamon II. Michael Moore ha hecho notar que al presidente le tomó siete minutos reaccionar cuando supo que habían atacado el World Trade Center. Lo que nadie sabe es si su reacción se debió a esa noticia o a que había ganado las elecciones el año anterior. El doctor que atendió el parto de su madre debió haberse preguntado por qué el pobre no lloró cuando le dieron la nalgada de rutina, sin saber que el niño iba a pasarse su tercer cumpleaños llorando a causa de aquella nalgada primigenia.

Lo cierto es que cuando sus enemigos políticos tratan de convencernos de que Bush es un genio del mal, las pasan negras para explicar la parte del genio. Al parecer, Dios ha creado a Bush the Second para que tipos con tan escasa imaginación como Michael Moore puedan hacer películas.

Con Clinton todo hubiera sido distinto. En cuanto se hubiera enterado que había pasado algo en Nueva Orleáns, se habría aparecido allí con su saxofón, como si el solo pudiera conducir las aguas desbordadas hasta al mar al compás de su instrumento (me refiero al saxofón, por supuesto, no al que tocaba Lewinsky). Al final no hubiese resuelto nada pero al menos todos habrían salido bastante más complacidos (tanto como los egipcios arrastrados por el Nilo, aunque no tanto como el propio Clinton cuando tocaba Lewinsky).

Y uno como contribuyente empieza a preocuparse por el uso que le dan a los impuestos que pagamos. Porque entre tanques y naves espaciales con vocación de fuegos artificiales, pudieran ocuparse de comprar cosas más útiles como, por ejemplo, un acelerador de neuronas para nuestro querido presidente Bush El Momia.

Lo que mata al socialismo...

Lo que mata al socialismo es la normalidad

Pero si alguien ha aprendido de los faraones es el Comandante. Él llega antes que los ciclones, los desvía, los derrota y si pasan lejos, dice que le cogieron miedo. Y eso sí, a Él nadie se le ahoga si no es con su expresa autorización y, de ser posible, en aguas internacionales. Porque vamos a estar claros: hoy por hoy, es el socialismo el único sistema que le da algún sentido al concepto de Estado, tal y como previsoramente lo desarrollaron los faraones. Nada supera al socialismo en tiempo de ciclones, terremotos y construcción de pirámides (aunque una simple carretera sin baches sea toda una utopía).

Hay que ser honestos y preguntarse: ¿qué importa la falta de libertad si se cuenta con un buen sistema de evacuación? Si todos los días hubiera ciclones, no habría discusión de cuál sistema es mejor. Lo que mata al socialismo es la normalidad. Allí el problema no es cómo enfrentarse a cada ciclón, sino cómo sobrevivir entre una evacuación y otra.

Y el Comandante, con toda su experiencia y generosidad, estaba loco por ayudar con la catástrofe de Nueva Orleáns. Y por eso ofreció enviar 1.500 médicos y 30 toneladas de medicinas (sobre esto último los cubanos no tienen por qué preocuparse, pues entre todas las farmacias cubanas hace mucho tiempo que no ven tantas medicinas juntas. Seguramente esos medicamentos se los habrán quitado a los turistas).

El Comandante nunca lo ha pensado dos veces antes de mandar médicos a cualquier parte. Ha cambiado médicos por dólares, por petróleo, por ollas arroceras y hasta por azúcar. Cualquier día aparece alguien declarando que en el pasado el Comandante envió médicos cubanos a Colombia como parte de un intercambio comercial con Pablo Escobar. Pero su especialidad es enviar médicos de gratis, y todo el mundo contento. Pero yo se lo digo por experiencia propia: nada sale tan caro en este mundo como la medicina gratis del Comandante.

No bien había anunciado el Comandante que mandaría médicos cubanos a Nueva Orleáns, y ya estaban todos sentaditos en las butacas del teatro Karl Marx con sus batas blancas y sus mochilas verde olivo. Es que los médicos cubanos tienen un alto sentido del deber. Sospecho que sólo se aceptaron en el contingente a los médicos que estuvieran casados y con hijos, porque con los médicos solteros siempre se corre el riesgo que pidan asilo en el primer aeropuerto en que hagan escala, así sea el de Varadero.

Los expertos internacionales se rompían la cabeza preguntándose qué es lo que llevaban estos sacrificados médicos en sus mochilas verde olivo, y tras una larga investigación pudimos dar con la respuesta. Todo apunta a que llevaban dentro más maletines, "gusanos" y bolsas de nylon de todos los tamaños, para en cuanto desembarcaran en Nueva Orleáns tener donde meter todo lo que encontraran flotando y no oliera mal.

Durante horas, los médicos concentrados en el teatro estuvieron tensos, expectantes, sabiendo que cada minuto que pasara podía ser fatal. Se corría el peligro de que los delincuentes de Nueva Orleáns terminaran apropiándose de todo artículo utilizable que quedara en la ciudad. Pero al final, para desgracia de los médicos, el gobierno norteamericano rechazó la oferta del Comandante.

Sin embargo, no hay que sacar conclusiones apresuradas de esa respuesta. Con la conocida capacidad de reacción del presidente norteamericano, posiblemente la negativa se refiera a alguna proposición hecha por el Comandante cuando la Crisis de Octubre. Una vez que quedaron claras sus intenciones de ayudar el Comandante, se desentendió del asunto, satisfecho de haberle añadido una piedra más a la pirámide espiritual que asegurará su inmortalidad.

Mientras tanto, los médicos, disimuladamente, lloraban. Y siguieron llorando e inundaron el teatro, luego todo el barrio de Miramar y finalmente la ciudad. Pero tampoco es para preocuparse, porque se tiene una nueva oportunidad para experimentar la virtud que sitúa al régimen cubano por encima de cualquier otro: un cuidadoso y eficaz plan de evacuación.

© cubaencuentro

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