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Actualizado: 22/04/2024 20:20

Mariel: 25 años después

La generación perdida

¿Fue este acontecimiento el anti-Granma, como la Embajada del Perú el anti-Moncada?

La idea de que Mariel fue una coincidencia de conciencias, sin ningún orden que justificara su exaltación a la categoría de 'generación', es de Olga Connor. Imagino que sería su manera de explicar la asincronicidad de que adoleció, desde su nacimiento, la mal llamada "generación del Mariel". Tal y como se conformó esa "suma de excepciones generacionales", convendría —ahora que ha transcurrido un cuarto de siglo— incluir también las "excepciones" de la suma; es decir, los excluidos por olvido, omisión o desacato de las mismas reglas que originaron la confusión taxonómica en primer lugar.

En vez de ser corregidas, las graves transgresiones de la taxonomía marielita se profundizan con cada aniversario. Quisiera recordar aquí a un puñado de excluidos, sin pretender reescribir la historia: mi trabajo es afín al del que limpia un lienzo y restaura figuras que siempre estuvieron allí.

Comencemos por completar la "idea" del Mariel según Olga Connor. En algún artículo reciente, ésta me adjudica erróneamente una génesis marielita cuando, en realidad, yo había llegado a Miami como ex preso político un año antes de que zarpara el primer camaronero. Si me ha tocado aclarar tantas veces ese dato, quizás se deba a que el público me identifica naturalmente con el 'momento' de que habla Connor. Y es que en ese 'momento' entrábamos en la conciencia social —o por lo menos, en el registro literario de la nación— muchos intelectuales de diversa procedencia, recogidos, antologados, mentados o publicados por primera vez en el Miami en los primeros ochenta.

El malentendido marielita comienza —hecho común— con la apropiación de un apelativo (Mariel) por una revista del mismo nombre; lo que equivale a decir, como apropiación de una crisis histórica con fines de proselitismo literario. Si Mariel es el nombre que se apropia un movimiento artístico con el propósito de adjudicarse su carga política, y si la apropiación es el origen del malentendido, deberíamos comenzar entonces por sopesar las consecuencias de tal usurpación.

La doble amenaza

La adopción del nombre Mariel cumplió un doble objetivo, interno y externo: los nuevos exiliados debieron enfrentarse a una doble oposición y definirse en términos de una doble amenaza; como el Jano bifronte, los marielitos encaraban a Miami y a La Habana. Sin embargo, con el paso del tiempo, Mariel terminó adquiriendo en el imaginario criollo una connotación equivalente, pero de signo contrario, a la de 'Granma' o 'Moncada', (el Mariel es el anti-Granma, como la Embajada del Perú es el anti-Moncada).

Inversamente, la adopción del tropo se entendió en el exilio como emblema de connotaciones peyorativas: auto-estigmatizándose, los marielitos no hacían más que impugnar el rechazo con que los recibieron las clases conservadoras del ghetto.

Para los intelectuales, la nueva situación exigía la defensa de sus prerrogativas frente al statu quo instaurado en el exilio histórico —un estado de cosas que pronto se reveló contrario a sus aspiraciones libertarias, democráticas o vanguardistas: los escritores y los artistas de la "generación" del Mariel, como observara oportunamente Reinaldo Arenas, huían de un enemigo sólo para arrojarse en los brazos de otro.

Por citar un ejemplo: una vez reorientados, los marielitos emprendieron un programa artístico que requería de las prensas, pero las imprentas y casas editoras del exilio apenas simpatizaron con sus necesidades. La revista Mariel fue la respuesta a esa indiferencia, y una protesta cívica contra la cortedad de miras del mundillo oficial miamense, que desaprovechaba el inmenso caudal intelectual de los recién llegados tan torpemente como antes había desaprovechado el enorme potencial político que ofreció la toma de la Embajada del Perú.

Mencionaré de pasada que ya en 1980 existía en Miami una incipiente disidencia —una competencia, si se quiere, o una alternativa— a la hegemonía de la academia farisea y de los editores oficialistas, y que esa disidencia encarnó en la imprescindible Librería SIBI. Al recontar la historia del Mariel deberá recordarse siempre el papel protagónico que jugaron en el panorama artístico de la seudo-generación los injustamente olvidados esposos Juan y Nancy Pérez-Crespo, propietarios de SIBI.

Antes de convertirse en "generación", los marielitos cerraron filas brevemente con la redacción de la revista que los precedió: Linden Lane Magazine. El tabloide, fundado en Nueva Jersey por Heberto Padilla y Belkis Cuza Malé, seguía la línea 'humana demasiado humana' que caracterizó al autor de Fuera del juego, y que de ningún modo podía satisfacer el radicalismo de los recién llegados. Era cuestión de tiempo antes de que estallara la guerra entre aliados tan dispares. Pero sería injusto olvidar que lo que se conoce hoy como 'generación del Mariel' pudo haber pasado a la Historia —dadas ciertas variables— como la 'generación de Linden Lane'.

¿'Arenistas' versus humanistas?

El diferendo de Reinaldo Arenas y Linden Lane —piadosamente excluido del jubileo— marcó un momento revolucionario en la historia intelectual del exilio. A causa de ese cisma obtuvo carta de ciudadanía la 'generación del Mariel', al menos como hecho artístico, como grupo de secuaces nucleados alrededor de un Mesías. Con una gran patada en el trasero llegó al mundo la que luego se proclamó 'generación': si la partida de nacimiento de Mariel pudiera fecharse en algún lugar, sería en el garaje de la casa de los Padilla en Nueva Jersey.

Discrepancias en cuanto a métodos y objetivos, aspiraciones y estrategias, deslindaron los bandos, como se habían deslindado 20 años antes los revolucionarios de los origenistas. Paradójicamente, Padilla encarnaba ahora el papel del humanista cristiano ganado para la teosofía cuzamaleana. En todo caso, a los efectos de la lucha callejera que se avecinaba, el poeta de El justo tiempo humano representaba eso que los 'arenistas' consideraron siempre un pecado capital: la sensatez pequeñoburguesa.

"Golpeado bárbaramente por una poetisa", declaró Reinaldo, maestro de la invectiva, desde las páginas del Diario de las Américas. El cisma, y la pateadura, probaron ser exactamente lo que buscaba nuestro staretz: caían del cielo a quien pretendía redefinir el panorama espiritual de la nación, no sólo con palabras sino con actos, con 'hechos'. Le quedaban apenas ocho años para replantear las bases de 'lo cubano' en los términos de la más profunda crisis de su Historia, al tiempo que socavaba el dogma castrista, ofreciendo su carne en sacrificio y su nombre (que se había ganado el "derecho a figurar en los altares del horror") para ser inscrito en el registro de un martirologio nuevo.

Veinticinco años más tarde, la obsesión "marielita" derivada de aquellos hechos fundadores lleva todavía la impronta del "arenismo", y ninguno de sus discípulos ha logrado librarse de un cierto estigma de arenolatría. Si como ha sugerido Enrique Patterson ( El Nuevo Herald, abril 9, 2005), el castrismo atraviesa crisis periódicas provocadas por sus poetas, entonces Reinaldo —al llegar al cine y tomar Hollywood por asalto— demostró ser, además de astuto, el más ambicioso de todos los que se enfrentaron a la teocracia del 'califa'. Aun después de muerto continúa siendo una figura incómoda (y difícil de explicar) para la intelligentsia izquierdista.

Pero en el primer lustro de los ochenta, Arenas recién asumía el papel de reformador para el que lo habían preparado los largos ayunos del Parque Lenin. Durante su breve existencia, la Tétrica Mofeta completaría una verdadera transvaloración de todos los valores, de la que "la generación del Mariel" fue el vehículo. Si la revista no llegó a mucho, por lo menos dejaba establecido un territorio libre (de la influencia de Padilla, nada menos), ganado a fuerza de batallas, consustanciado con la crisis política y forjado durante un cisma cultural. De esa tierra fértil brotaría eventualmente la idea de una 'generación perdida', hecha de excepciones, a la manera en que vendrían a ser todas las que la sucedieron.

En la primera librería SIBI, de la 95 y Coral Way, se reunían los seres más disímiles: el anciano Carlos Montenegro y su joven fiancé; Lydia Cabrera y María Teresa de Rojas; Enrique Labrador Ruiz, Pura del Prado, Marcia Morgado. A la llegada de los marielitos, y ya mudada para el recinto de Palm Avenue en Hialeah, coincidieron allí una noche Fernando Arrabal y René Ariza, durante una memorable representación de El sospechoso, de este último. ¡Fernando Arrabal en Hialeah! Quizás esa imagen —en la que el teatro del absurdo alcanza su apogeo— pueda dar una idea de cuánto ha decaído Miami. El pequeño Fernando abrazó emocionado a René y le aseguró que era lo más grande que había visto sobre las tablas.

René Ariza es la estampa de la 'generación del Mariel', y el icono del panorama miamense de la época. La Habana no guarda ni una sombra de ese genial performer (o mejor, transformer, por citar a Lou Reed, con quien tenía más de una afinidad física); su obra sólo llegó a tomar cuerpo en las calles del exilio.

René había ganado en Cuba un premio de teatro por La vuelta a la manzana, pero en Miami creó su personaje definitivo, cruce de Fausto con Caballero de París, que entró en escena en el restaurante El Champion, de la 27 y la US1. En el lugar que ahora ocupa la estación del Metro había entonces un batey de caserones donde se había establecido una comuna de artistas (allí tenía su estudio el pintor abstracto Tony Scornavacca), y el famoso Champion lo mismo compraba un cuadro a los pintores para colgarlo en las paredes de su cafetería, que les mataba el hambre con una completa. En ese restaurante hizo su aparición René, dibujando figuras crísticas con los ojos vendados. En Coconut Grove representaba un guiñol delante de niños, aunque tal vez dirigido a los dioses que lo habían abandonado, y fue en el Parque Peacock donde pronunció su frase lapidaria.

Recordar los primitivos escenarios de un Miami difunto resulta provechoso ahora que un novísimo estrato de condominios se cierne sobre lo poco que va quedando de la antigua ciudad. Otro de esos lugares es el edificio de bajos recursos del Parque Lemus, donde residía Esteban Luis Cárdenas, auténtico poeta de Miami. Esteban había saltado desde los techos aledaños hacia el patio de la embajada argentina en La Habana, anticipando, a escala individual, la fuga colectiva de la Embajada del Perú. Cuando una tarde empujé la puerta y entré en su apartamento del Plan Ocho, acompañando a mi amigo Benigno Dou (que vivía exilado en Venezuela y visitaba Miami) me encontré con un cuarto completamente oscuro. Luego se encendió una vela, y de las sombras surgieron las siluetas de Cárdenas y del insigne poeta y maestro ajedrecista Benjamín Ferrara —dos puntos fijos en las tertulias de los ochenta.

Malcriadeces de los poetas malditos

Los filántropos que acogieron a esos marginales también podrían considerarse marielitos heterodoxos. Frecuentes invitaciones a comer, extendidas por piadosos patrocinadores, culminaban en memorables recitales, y no pocas veces, en incontrolable anarquía: un vegetariano como Ariza podía armar un escándalo por la aparición de un bistec en la mesa donde había sido invitado. Con infinita paciencia la profesora Ofelia Hudson, del Miami Dade Community College, sufrió las malcriadeces de los poetas malditos: Àquién podrá escamotearle un lugar en la generación que apañó? Lo mismo que Olga Connor, la profesora Hudson abrió las puertas de su hogar y de su corazón a la manada de bardos itinerantes que asolaba la ciudad.

Durante una soirée artística en su residencia de Coral Gables, el profesor Orlando Rodríguez Sardiña (Rosardi), autor de una clásica antología de poesía cubana contemporánea, quedó decepcionado por la descortesía con que Benjamín Ferrara, Carlos Victoria, Estaban Cárdenas, Pedro Campos y yo despachamos botella tras botella de su whisky añejo. Después de beber, Benjamín perdió interés: sus ronquidos puntearon los eructos poéticos de una típica jornada literaria marielita.

En la casa de Tennesee Williams, junto a la bahía de Biscayne —que el famoso dramaturgo arrendaba a Olga Connor—, se mezcló la "escoria" letrada del Mariel con lo más distinguido de la aristocracia intelectual panamericana: hasta Gonzalo Rojas y Mario Vargas Llosa pasaron por sus vetustos salones. Pedro Jesús Campos —de quien podría argumentarse que fue el más grande de los poetas marielitos— dio su única lectura en el drawing room de Olga.

Pedro era oriundo de Contramaestre; vivió y escribió sus libros en el barrio del Cristo, en La Habana; estudió pintura en la Academia de San Alejandro, de donde fue expulsado en 1972; y cumplió 26 años de edad en el patio de la Embajada del Perú. A su muerte (de sida, en 1992), dejaba una obra excepcional, aunque mayormente inédita, si exceptuamos los poemas sueltos publicados, en distintas épocas, por Ángel Aparicio en Redland University Press, por Linden Lane Magazine y por la colección Strumento.

Escatología marielita

Deplorable secuela del ciclo novelístico que Reinaldo Arenas llamó su "Pentágona" es la reciente epidemia de "pentalogías" y otras atrocidades por entregas, que sólo guardan una remotísima relación (estrictamente numérica, por cierto) con el ilustre modelo. La elección del pentagrama estuvo justificada únicamente para el ciclo de Reinaldo: su estructura geométrica calca la estrella solitaria que, elevada hacia el cielo, forma una raspadura, y que invertida, representa el talismán del satanismo.

Patria y Satán, ¿no son los grandes temas de la Pentagonía? ¿Cómo acercarse —lo han intentado muchos, sin éxito— a la maldad de Reinaldo, a su naturaleza caída; a su "daño", a su sacrilegio, a su misoginia, a su "veneno", a lo malogrado de su arte y de su vida, sino con reverencia y con devoción casi religiosas? ¿Con qué comparar su condena de la Patria y de la Madre (en El color del verano y en El asalto) sino con To Tirzah de Blake y con los versos de Juan 2:4? Y, ¿quién es el Fifo de su evangelio sino el mismísimo Lucifer; el Orc de los Zoas? Su estrella —nuestra mala estrella— es el lucero de la mañana.

Siempre pensé que habíamos subestimado la entrada de Reinaldo Arenas en nuestra Historia: para mí, la aparición simultánea de la Plaga y de la Tétrica Mofeta anunciaban el amanecer de una era luciferina. El Mariel era una de esas hecatombes que auguran Apocalipsis —otro arcano mayor para el fin de los tiempos— y quienes recordamos hoy los 25 años de aquel crimen, olvidamos también, simultáneamente, que somos los sobrevivientes de una revolución, de una epidemia, y de una especie de fin del mundo.

Comentándole a Severo Sarduy, en 1982, la salida del segundo número de Linden Lane, Reinaldo Arenas escribía: Podrás apreciar los modestísimos esfuerzos por estampar en cualquier sitio nuestros gritos… habrá escándalo para rato y para ratas… Comparada con la aséptica propiedad de tantos autores cubanos (incluso de aquellos cuyos recursos estilísticos son muy superiores a los suyos), todavía asombra la profundidad radical, y la admirable correspondencia de circunstancia y expresión, en una obra que podría considerarse justamente "un escándalo para ratas".

A pesar de su incuria, y de su aparente retraso, los que arribaban a Cayo Hueso llegaban de una utopía situada en el porvenir; percatarse tan temprano de semejante palíndromo tomaba una vista de águila. El que anunció que "veníamos del futuro" quizás nunca creyera que había realmente un futuro: ¿cómo podía haberlo si los visitantes de esa edad oscura éramos nosotros?

© cubaencuentro

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