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Actualizado: 17/05/2024 12:58

Música

Bienaventurados los que puedan escuchar

El disco 'Boomerang', de Habana Abierta: Un llamado a despertarnos en el mañana de la música cubana.

Me apresto a escribir sobre Boomerang, el nuevo disco de Habana Abierta, con el temor de parecer uno de esos predicadores que vociferan en los túneles del subway de Nueva York la inminente llegada del Señor: temo parecer tan excesivo y ridículo como ellos. Sonará excesivo que diga que se trata de uno de los mejores discos de música popular cubana de las últimas décadas y que sólo se me ocurre compararlos —en calidad, ya que no en estilo— con grabaciones ya clásicas como las de la saga de Buena Vista Social Club, las de Bebo Valdés o las de Cachao.

Me doy cuenta de que no es poca la osadía pero insisto, no exagero. Por suerte para mí la aparición del nuevo disco de Habana Abierta está mucho más cercana que la próxima visita del Supremo Creador y los lectores podrán comprobar que mi exaltación está más que justificada.

Pensándolo bien, Boomerang no debiera resultar una sorpresa. Habana Abierta reúne a varios de los mejores músicos de su generación que, justo ahora, se hallan en plena madurez creativa. Luego de seis años sin grabar como grupo, era de esperar que hubiesen acumulado material suficiente para producir no uno, sino tres o cuatro buenos discos. Faltaba, eso sí, una productora sólida y sensible que se interesara en grabar con ellos un disco que fuera algo más que añadirle otra gota a la cresta de la ola que se ha formado en torno a la música cubana en la última década.

El papel de "hada madrina" le tocó en este caso al sello Calle 54, dirigido por Fernando Trueba y Nat Chediak. Si los que no conocen el trabajo previo de Habana Abierta se verán sorprendidos por el resultado para sus seguidores de siempre, la sorpresa será aún mayor. A pesar de su calidad Habana Abierta y 24 horas, (los discos anteriores del grupo) contrastados con Boomerang parecen simples ensayos.

Sin domesticación comercial

El disco ha conseguido lo que parecía la cuadratura del círculo: la altísima calidad técnica, los creativos arreglos y la limpísima ejecución y factura no han restado un ápice a la energía, la audacia creativa y la avidez esencial por todo tipo de músicas que han venido siendo los sellos del grupo desde su aparición. No hay lugar para temer una domesticación comercial. Todo lo contrario, tales excelencias han servido como caja de resonancia a las hirsutas, rebeldes, virtudes del grupo, potenciándolas a niveles que los más optimistas estábamos lejos de imaginarnos.

Boomerang admite dos modos básicos de ser escuchado: el del goce relajado y distraído de una fiesta (prácticamente todos los números son, a su manera, bailables), y el otro, el atento hasta la impertinencia a la caza de errores y maravillas. Si de los primeros hay pocos, de las últimas está plagado el disco: el saxo soprano de Segundo Mijares en La novia de Superman, que nos hace recordar el de Branford Marsalis en el disco Bring on the night, de Sting; el minucioso contrapunto del bajo de Alaín Pérez y la guitarra de Nam-Sang Fong en Asere ¿qué volá?; el armonio de Alaín Pérez en El gato y el ratón; los steel drums manejados por Othello Molineaux en Báilala bien.

Asimismo, los coros que acompañan toda la grabación que, llevados a niveles inéditos en la Habana Abierta hasta ahora conocida, llegan hasta el juego paródico en Corazón boomerang; el trabajo de percusión a lo largo de todo el disco, una percusión profusa y precisa que consigue la tan difícil meta, entre músicos cubanos, de arropar cada canción sin asfixiarla; el cierre, donde en la canción Siempre happy, de Boris Larramendi, confluyen la serena inmensidad del piano de Bebo Valdés (sí, ese mismo) y el personalísimo arreglo para cuarteto de cuerdas de Alejandro Frómeta.

Podría continuar la enumeración, si no infinita al menos abrumadora, pero prefiero que el lector las descubra por sí mismo cuando se desdoble en feliz oyente del disco.

En el CD hay para todos los gustos, con la sola exclusión de los sordos de espíritu y otras sectas afines. Si se trata de exprimirnos la adrenalina, ahí están números trepidantes como Lo bueno no sale barato, Como soy cubano y Chocolate con churro; si se busca algo más melancólico (eso sí, una melancolía caribeña, siempre tan lejos de la melancolía andina, por ejemplo) allí están El gato y el ratón y Una broma seria; quien busque la palabra punzante y de doble filo, la encontrará paseando, inquieta como siempre, entre los versos de Basta que lo digas tú y Asere ¿qué volá?

Son, rap, cumbia, jazz, cha-cha-chá, samba, funk, timba, reggae, conga adoban las canciones en diferente proporción, pero (y eso es lo que importa) con óptimo resultado. Y ahí está el detalle: todo este material es mezclado y reinventado, sin caer en esas amalgamas insulsas llenas de buenas intenciones que empapelan tantos infiernos musicales. Compositores, arreglistas, músicos y los productores Nat Chediak, Pedro Blanco y Alaín Pérez parecen haberse confabulado al conjuro de una contundente voluntad creativa. No hay espacio allí para lo gratuito o lo banal, como no lo hay para el artificio desmedido y redundante.

Coda cubana

Quizás la clave de la alquimia de Boomerang esté en las palabras con las que Nat Chediak, en la presentación del disco, encomia la participación de Alaín Pérez, (multiplicado en las labores de productor, arreglista de la casi totalidad del disco e intérprete de siete instrumentos distintos): "No conozco otro cubano que —expuesto a la música del mundo entero— ame más la de su país natal".

Otro tanto se puede decir del resto de los protagonistas del disco, incluido el propio Chediak. Se trata de un disco profundamente cubano, aunque su epidermis contradiga una visión de lo cubano no menos epidérmica. Eso me hace pensar en cierta frase de Ortega y Gasset cuando decía que la "patria es lo que encontraré mañana, al despertarme, nunca lo que dejo atrás cuando me duermo".

Boomerang es, entre tantas otras cosas, un llamado a despertarnos en ese mañana de la música cubana, a abrirnos a sus tantas posibilidades, en lugar de intentar vivir sólo del recuerdo de esplendores antiguos; aunque ese mismo recuerdo no deje de acompañar a Habana Abierta, incluso en el cuerpo viejo y el alma sabia del antiguo director de la orquesta de Tropicana, Don Bebo Valdés.

Y todo dicho con la levedad que mejor define a los cubanos, con la picardía con que aquellos surrealistas primitivos, que eran nuestros antiguos soneros, perseguían sus amores y disimulaban sus odios. Y con esa alegría burlona en la que los cubanos usualmente se sumergen como sucedáneo de la felicidad.

Es cierto que lo cubano puede ser grave y reaccionario, como se ha demostrado hasta la saciedad cuando, por ejemplo, nos disfrazamos de redentores. Boomerang, no obstante, toma partido decidido por la otra cara, la que nos libera de la obligación de seguir siendo siempre los mismos, quizás el mejor legado que pueda ofrecer la tradición de tantos Faílde, Urfé, Sindo, Lecuona, Piñeiro, Matamoros o Arsenio.

Luis Barbería no puede ser más explícito al respecto en su canción Como soy cubano, donde dice que "como soy cubano te mezclo/ este funky blues con guaguancó": lo cubano es aquí patente de corso, carta de libertad, en lugar de cadena perpetua. En Asere ¿qué volá?, Boris nos lo dice de otra forma, con versos no totalmente suyos: "Yo soy un hombre sincero/ de donde crece la palma/ y antes de morirme quiero/ formar la guarapachanga".

Este disco no es toda Cuba, pero es algo de lo mejor de ella, que no es poco. Como en el Himno Nacional cubano, la patria llama desde Boomerang; pero por suerte, esta vez, es para guarachar, en una fiesta en la que caben todos lo que quieran entrar. Afuera quedarán (por propia voluntad) los otros, los sordos de espíritu, los aguafiestas de siempre. Siempre pasa.

© cubaencuentro

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