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Actualizado: 27/03/2024 22:30

Literatura, Música, Cuba

Con la música a otra parte

Reseña del libro Cuba, Patria y Música, de William Navarrete

Noche encantadora, plena en hallazgos, especialmente de música, se dio en Miami en la presentación de Cuba, Patria y Música, de William Navarrete, Unos & Otros Ediciones, Miami, 2021. Del título me valgo para apuntar la concordancia del mismo con el momento histórico en que el autor le nombra. Precedido por un primer volumen escrito en francés y publicado por L’Harmattan, París, en el año 2004, La Chanson cubaine 1902-1959 (textes et contextes) [La canción cubana; 1902-1959 (textos y contextos)], el volumen actual resulta en relativa similitud con el rótulo “Patria y Vida”, estandarte musical del levantamiento del 11 de julio de 2021 en a isla de Cuba. Cuba, Patria y Música, que da curso al volumen en francés, se encontraba en el proceso preliminar a publicarse. El título, no es sólo un reflejo de las circunstancias de carácter histórico, es además una acertada adhesión al postulado de libertad para la tierra que ha engendrado grandes hombres en todos las esferas, también grandes patriotas y grandes músicos; patriotas que son y han sido músicos a lo largo de nuestra historia como músicos que han sido y son grandes patriotas. El cubano permanece estrechamente vinculado a la música, a través de ella se perpetúa la Patria, su sentido vital de permanencia en el exiliado. Y es la música, especialmente la producida por exiliados cubanos en todo el mundo, la que ha llevado a que el mundo se conecte con Cuba. Bien se adjudica a Shakespeare que donde mueren las palabras, nace la música.

Con la compilación y creación de tan nutrido catálogo de autores cubanos que han derramado notas musicales a lo largo de la historia por todo el planeta y que no solamente se completa al sumar al contenido del primero, ahora escrito en español, el período desde 1959 hasta la fecha de publicación en 2021, Navarrete, concede merecida importancia a este fenómeno musical del que me aprovecho para traer a colación la frase que da título a mi reseña, “con la música a otra parte”. Es esta una expresión que los cubanos hemos usado “la escucho desde que tengo uso de razón”; eso hemos hecho en el transcurso de cada etapa de búsqueda, de cada período de expansión de lo nacional, de cada necesidad de exploración y, en los últimos sesenta y tres años, especialmente en que Cuba, dentro de una precaria realidad, se ha visto conminada a irse con su música a otra parte, nunca mejor citada la acepción. Viéndose reducida a la escasez de oportunidades para quienes no convengan con vinculaciones anárquicas, con un sistema también anárquico y desubicado, ¿dónde posar el arpa y la lira?, ¿dónde derramar el sentimiento sin que éste se halle de alguna manera vinculado a las exigencias políticas de un país en ruinas? He de hacer un paréntesis valiéndome de unas breves notas tomadas la introducción del autor:

“No ha de extrañarnos entonces que, al hacer un balance de la creación artística cubana, observemos que, en gran medida, esta ha surgido fuera del país, entre los que tuvieron que marchar rumbo al exilio” […]. En este libro, escogí el ámbito musical y, de preferencia, el de la música popular, porque quise reunir la mayor cantidad de ejemplos posibles del quehacer y la creatividad de los compositores e intérpretes cubanos fuera del país. Al final, descubriremos con asombro que, dada su importancia cuantitativa y cualitativa, hubiera bastado el exilio cubano desde el siglo XIX hasta nuestros días para crear un universo musical de una riqueza e identidad considerables”. (pág. 11)

Ante tales palabras, me detengo en un hecho que considero importante agregar porque otorga mayor valor a la composición del libro, a su estadística, al enorme conocimiento de la factura musical cubana, al tratamiento de las anécdotas, pasajes, incidencias, fotografías, e incluso al grado de penetración de los elementos que maneja el autor, inscritos en el terreno de la musicología: En cierto momento de la presentación en que la pregunta dirigida al autor recayó precisamente en la musicología, Navarrete conocido por su gran manejo de la conversación y el trato, respondió lo que sigue: señores, recuerden que soy historiador, no musicólogo. Respuesta franca y espontánea a la que me remito para acentuar que además de los elementos antes citados, Cuba, Patria y Música es un libro de Historia que, más allá de un texto aislado, es prosecución de un proyecto bien llevado a término; hasta el presente, porque así suelen ser los libros de Historia. Los registros se completan a base de autos como el que me trae a comentar que William se interna en los anales musicales del exilio cubano, confortablemente instalado en la Historia de Cuba.

Si el lector viene en busca de la historia, y si esa historia dedica sus páginas al protagonismo, marcado y ejercido sobre otras corrientes musicales, por la música cubana en los disímiles exilios experimentados por compositores e intérpretes, las páginas de este libro representan un sólido vínculo con los registros de tal protagonismo: el exilio musical, el trabajo, el sacrificio, y sobre toda esa hondonada de perseverancia, del triunfo de la música. Y si de la Historia de Cuba se trata, no hay más que leer el primer capítulo, “El exilio cubano en el siglo XIX” (pág.13), una clase de Historia desde finales del siglo que abarca, y que comienza: “A fines del siglo xix, Cuba representaba –junto a Filipinas, Puerto Rico y las Islas Marianas, Palaos y Guam, en el océano Pacífico– el último vestigio de un imperio español del que se decía que el sol nunca se ponía en sus vastos dominios.” Pasando por los estadios de referente histórico como las primeras conspiraciones, la atención del escritor Víctor Hugo a las mujeres cubanas, hasta el final de un capítulo que resume la guerra, sus comienzos, la antesala del exilio como lucha libertaria, los músicos en el exilio, y escribe cuando refiere la música como “propiamente cubana”:

“A pesar de esta pobreza musical en los inicios de la Conquista, muchos historiadores indican la presencia en Santiago de Cuba hacia 1580 de una pequeña orquesta integrada por el violinista sevillano Pascual de Ochoa y las hermanas Micaela y Teodora Ginés, negras libertas originarias de la isla vecina de Santo Domingo. La abundante bibliografía sobre el periodo indica la existencia del célebre Son de la Ma’ Teodora como la primera composición de música popular en la isla, al menos conservada, y atribuida a estas hermanas. Pero investigaciones relativamente recientes llevadas a cabo por el historiador cubano Alberto Muguercia y publicadas en su ensayo Teodora Ginés: ¿mito o realidad? refutan esta idea, no al negar la existencia de las dos mujeres, sino la del célebre «son» que parece ser, como muchas otras expresiones artísticas supuestamente del siglo xvi cubano, una invención lúdica del xix.” (pág. 35)

No sólo reescrito en español, sino que se ha completado a partir del tiempo en que termina la primera etapa con intención de instruir a los galo-parlantes de andaduras y peripecias de la música cubana y sus asentamientos en otras ciudades del orbe, a la demanda de actualización se sumaba casi una necesidad, la de completar la reescritura con la inclusión del período de 1959, hasta el día en que se terminó de redactar el manuscrito. Sorprendentemente hay un paralelo entre una y otra fecha a pesar de las motivaciones esenciales del cubano, la creación artística en la que nada ni nadie puede interferir ni suspender en el aire a pesar de que los músicos cubanos se hallan visto caminando sobre una cuerda floja. En el pasaje “La música cubana en París” (pág. 46), el autor nos lleva por un recorrido de la presencia de los cubanos en la capital francesa desde principios del siglo XIX, lista que encabeza con María de las Mercedes Santa Cruz y Montalvo, condesa de Merlin, ilustre habanera de la que cuenta:

“En su salón mundano se reunían Alfred de Musset, George Sand, Honoré de Balzac, Franz Liszt, Chopin, entre otros genios artísticos de la época, y se presentaba a menudo la cantante lírica conocida por su nombre artístico de María Felícita Malibrán, para cuyo padre, el tenor Manuel García, Rossini había escrito uno de los personajes de su célebre ópera El barbero de Sevilla”.

En Cuba, Patria y Música se avizora un testamento de la memoria histórica musical cubana; su perspectiva está cargada de referencias tanto históricas, como histórico-musicales que muestran un balance inequívoco de la evolución de la música cubana fuera del territorio nacional, desde la primera hasta la última de sus páginas bien amobladas estadísticamente con acaecimientos y sus circunstancias, dignos de atención como refiere en “Emigración e internacionalización de la música: de La Habana a París y a Nueva York”:

“En una entrevista al compositor y clarinetista cubano Mario Bauzá (La Habana, 1911–Nueva York, 1993), de larga vida en esta última ciudad, cuenta que, a su llegada a la Gran Manzana, en 1930, la única orquesta cubana que jugaba un papel más o menos notorio era la de Don Aspiazu.” (pág. 57)

El libro se revela un testamento, un legado para atesorar desde lo que ignorábamos, lo que creíamos saber aunque fuera a medias, hasta lo que nunca antes supimos; lo encontrado, lo perdido, más; todo reunido en un volumen sorprendentemente guarnecido de tradición, anécdotas, leyendas, cultismo, popularidad, asentamiento… como estancia preciosa, la de la música cubana fuera de sus fronteras geográficas, pero vinculada más que nunca a su carácter, a su riqueza de género, con una raíz muy poderosa. Al decir de León Tolstoy “la música es la taquigrafía de la emoción” y William Navarrete sitúa no sólo en tiempo y espacio, sino en ambiente y emoción esta especie de memorabilia de notas expuestas sobre un pentagrama de tiempo-espacio. El culto legendario del cubano que implica además el reto de asumir la iniciativa para conquistar un terreno en un bosque extraño; un bosque tan tupido como el de la música en que los valores son incontables y disímiles, de como lo han logrado, sin lugar a dudas, sus exponentes ─”exiliados cubanos”─ a lo largo de estos cien años de historia musical. Así en la nueva etapa agregada al proyecto inicial, la que parte de 1959, en el capítulo “Revolución y Exilio”. En los «limbos» que anteceden la instauración del socialismo (1959-1961).” (pág. 77), hay un resumen, amplio a la vez, de la situación en que el triunfo revolucionario se va moviendo desde la esperanza de lo mejor hasta amenaza y cumplimiento de lo peor que recapitula en “El son se fue de Cuba”, dando paso a una detalladísima matrícula de secuencias en las que luego de pintar el panorama con todos y cada uno de los personajes de la realidad que empadronan, reviste de un carácter que implica la innegable nostalgia que ha de sentir el lector al ir intercalando las sensibles letras de las composiciones musicales cubanas que adornan este pasaje (también el resto del libro) como este fragmento de “Yo volveré” (pág. 88), grabada en 1962 por la cantante Zoraida Marrero y también por María Luisa Chorens: Yo volveré, Cuba mía, yo volveré./ Yo volveré y tu suelo lo besaré./ Porque sin ti,/ mis canciones no vivirán./ porque sin ti,/ todo, nada se volverá./ Mis canciones no quieren/ llorar la distancia,/ mis canciones no quieren/ vivir lejos de ti. Pero en esta sinfonía construida con retazos, se perfila la imagen de una nación, aunque musicalmente expatriada, empeñada en la construcción de un espacio nuevo. La congruencia en este panorama de exilio musical, a pesar de cada época, de las circunstancias y del carácter específico de la música, es notable, y lo es que el material acopiado por Navarrete (materia del pasado y del presente para el presente), es material de estudio para el futuro, implicando así un listado de géneros, su fuente, derivaciones, naturaleza y específicamente en el avance de una lengua a radicarse en terreno que pertenece a otra:

“En 1960, Guillot se exilió en Venezuela, en donde permaneció unos meses acogida por su compatriota y colega Renée Barrios, antes de partir rumbo a México, terminando por fijar más tarde su residencia en Miami, ciudad en donde, confesó alguna que otra vez, sentirse «más cerca de Cuba», considerándose «como una guerrillera que lucha con eficacia por la libertad» de su patria. Fallecida en esta ciudad en 2010, nuestra «Reina del bolero» y cantante más internacional junto a Celia Cruz, no volvió nunca a Cuba pero dejó un legado de más de 50 álbumes, unas 20 películas (Opio, No me olvides nunca, Yambao, Música de ayer, etc.) y una trayectoria musical extraordinaria en que se le recuerda cantando junto a Frank Sinatra, Nat King Cole, Lucho Gatica, Edith Piaf (en el Casino Palm Beach, en Cannes) o Lola Flores, aunque también como la primera cantante latinoamericana en dar un recital en el Carnegie Hall de Nueva York (1964)”. (pág. 87)

Como generalmente el principio de todo es lo que conduce al final, quisiera regresar a ese principio diciendo, primero que Nietzsche pensaba que la vida sin música sería como un gran error de la creación, agrego; que la música como fenómeno histórico y social en la evolución del arte, su función social, la fuerza creadora del artista, su aportación patrimonial, todo en armonioso juego, conduce a una curva evolutiva del arte; que como en el siglo XIX la música experimenta un cambio en su función social, ya que se manifiesta en la manera de sacar al público de sus antiguas costumbres privadas y lo que fuera arte íntimo y reservado, se convierte en pasto de muchedumbres. Es así que Navarrete, como dice en su introducción, elije la música popular en esta ocasión. En “Un nuevo milenio. Los albores del siglo XIX” (pág. 170), el autor da cuenta de la música que ha invadido no sólo los teatros y auditorios, sino espacios abiertos con capacidades enormes para albergar multitudes. Es el caso de artistas, como Pitbull, citados en el siguiente párrafo:

“Entre la reciente generación de cubanoamericanos sobresale el cantante y compositor Armando Christian Pérez, nacido en Miami en 1981, hijo de cubanos y criado en Little Havana. Conocido por el nombre artístico de Pitbull, es uno de los raperos que más éxito ha alcanzado en la última década, llegando a cantar con personalidades del mundo artístico como Jennifer López, Enrique Iglesias, Ricky Martin o Daddy Yankee. Pitbull, que reivindica sus orígenes cubanos, dedicó su segundo álbum, El Mariel (2006), a la memoria de su padre. Desde entonces ha vendido millones de discos, participado en la gala de inauguración de la Copa de Fútbol de Brasil (2014) como artista invitado y ha ganado varios premios, entre los que figuran varios Grammy como el de mejor álbum latino 2016 por su disco Dale”.(pág. 180)

De lo aquí referido deviene que en la música (podríamos decir lo mismo de toda manifestación artística) no existen los finales, sino que se da la transformación, la innovación. Joni Mitchell veía la música como “arquitectura fluida”, conviene con la idea de que es parte de una misma rueda, la rueda del arte, en este caso de la música, específicamente de la música cubana, de sus avatares, sus largos y bifurcados caminos por cada una de las diferentes causas y cauces, su éxito y su gloria que, como en las guerras, depende de los soldados casi tanto como de los estrategas. Los músicos cubanos han sido, fuera de su tierra, soldados del pentagrama universal y han triunfado inequívocamente. Leer Cuba, Patria y Música, de William Navarrete, además de una afortunada experiencia, es una escuela que recomiendo a todo lector interesado en la historia de la música cubana protagonizada por aquellos que se han ido con su música a otra parte.

© cubaencuentro

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