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Actualizado: 01/05/2024 21:49

Literatura

Contra las oficinas del tedio

María Zambrano, Cintio Vitier y la revolución cubana.

Es muy significativo que una de las pensadoras más importantes del pasado siglo, la española María Zambrano, Premio Cervantes 1988, quien vivió en Cuba desde 1939 hasta 1953, durante un exilio que se prolongó hasta su regreso a España en 1984, a diferencia de tantos escritores de izquierda, no se refiriera nunca a la revolución cubana, ni mucho menos a Fidel Castro —ella que, para no pronunciar su nombre, se refería a Franco como "el innombrable".

Hasta fecha muy reciente, la única referencia conocida a aquel acontecimiento se podía leer en una carta a Cintio Vitier, fechada en 1959, donde le dice: "espero que ese mutamento lo sea de verdad y que la Cuba secreta encuentre su manifestación adecuada, su cauce y su voz".

En cartas posteriores, pero escritas ese mismo año, se disculpa por no poder aceptar la invitación de Vitier de regresar a Cuba, para dar clases en la Universidad Central de Las Villas, y le envía un ensayo suyo, dedicado a José Lezama Lima y Julián Orbón, para la Nueva Revista Cubana, que dirigía entonces el autor de Lo cubano en la poesía. Es curioso que le diga: "Me gustaría que fuera dedicado a José Lezama Lima y a Julián Orbón. Pero no sé si la revista admite dedicatorias, ni si por algún motivo que de lejos no puedo ver, resultaría poco oportuno". También le comenta: "Escribí a Retamar y le envié un artículo de la señora Croce. No he recibido contestación, aunque la urgía".

Como es conocido, Vitier tuvo que dejar la dirección de la revista ese mismo año —cuando comenzaron a publicarse, por cierto, textos muy duros contra el origenismo en general en Lunes de Revolución—, y fue sustituido por Fernández Retamar. El texto enviado a Vitier, Delirio, esperanza y razón, fue el último publicado en Cuba por María Zambrano, lo que llama la atención en una autora que, antes de 1959, había publicado en Cuba alrededor de sesenta textos.

Una razón puede ser el no pago de derechos de autor por parte de las autoridades, que ella necesitaba en su siempre precario exilio económico para vivir. Digo esto porque sorprende el hecho de que durante toda la década del sesenta la autora de Claros del bosque publicó numerosísimos artículos en la isla vecina, Puerto Rico.

La correspondencia, tanto con Vitier y Fina García Marruz como con Lezama, no se reanudó hasta la visita del poeta José Angel Valente a La Habana en 1967. Por otra parte, existe el dato de que Luis Amado Blanco, embajador de Cuba ante el Vaticano, le ofreció por aquel entonces también a María Zambrano, presumiblemente con la anuencia de Fidel Castro, la posibilidad de radicarse de nuevo en Cuba, ante lo cual la autora de El hombre y lo divino, entonces radicada en Roma, esgrimió razones personales para eludir la invitación.

Contra todo absolutismo

Hasta aquí lo objetivo, lo conocido. Sin embargo, se conoce que María Zambrano prolongó su amistad con muchos escritores y pintores cubanos exiliados, como Gastón Baquero, Julián Orbón, Carlos Franqui, Mario Parajón, Baruj Salinas, Calvert Casey, entre otros. Por lo que no podía desconocer de alguna manera la verdadera naturaleza de aquel "mutamento", que la republicana deseaba que fuera verdadero.

Lo cierto es que la autora de Persona y democracia (Puerto Rico, 1958) no podía estar de acuerdo con el rumbo cada vez más radical de la revolución cubana. Cualquier lector de Persona y democracia puede observar el rechazo de María Zambrano a toda manifestación de absolutismo o autoritarismo, tanto monárquico como dictatorial, tanto de izquierda como de derecha, tanto de corte fascista como estalinista.

No sorprende entonces que mirara al menos con recelo a un régimen como el cubano, donde desde 1959 se fue borrando paulatinamente toda noción de democracia como "acorde de las diferencias" y que finalmente devino un régimen que se autotituló ateo —María profesaba la fe católica—, que tuvo manifestaciones de intolerancia homofóbica —muchísimos amigos de María eran homosexuales—, y que asumió como única y excluyente filosofía la marxista-leninista.

Quien conozca el pensamiento zambraniano no le extrañará entonces que este fuera comprendido dentro del unilateral contexto de ideas de la revolución cubana como un pensamiento idealista, razón más que suficiente para que no fuera divulgado en la prensa de la época ni estudiado en los claustros universitarios. ¡Y eso que María era republicana y de izquierda! Eso, para no referirnos al escepticismo con que María llegó a ver en sentido general a cualquier revolución. Mucho menos podía coincidir con la utopía y con la instrumentación comunista del mito del hombre nuevo, con fuentes, eso sí, tanto cristianas como árabes y sufíes, que sí refrendaba la autora de Los bienaventurados.

Precisamente, a propósito de lo que en María tomó el nombre del mito del "Hombre Verdadero", había publicado en Cuba un primer esbozo de esa idea, en su texto José Martí, camino de su muerte (1953) —propiciado por Vitier y Fina García Marruz, al regalarle el Diario de Martí. Con posterioridad, el mismo día que se entera de la muerte de Lezama en 1976 comenzará a escribir su texto Hombre Verdadero: José Lezama Lima, del que publicará un extracto en Madrid y París en 1977.

El verdadero pensamiento de María

Ahora contamos con el texto completo, rescatado de la Fundación que lleva su nombre, en un reciente tomo de la correspondencia de María con Lezama, editado por el joven ensayista de Almería, Javier Fornieles Ten. El fragmento del texto en cuestión —motivo de este artículo— viene a demostrar el verdadero pensamiento de María Zambrano sobre aquel "mutamento", la revolución cubana.

Acaso el pudor con sus amigos cubanos vivos —Vitier y su esposa, Eliseo Diego— hizo que no se decidiera a publicarlo, si bien tuvo que reducir el texto original para su publicación tanto en El País, de Madrid, como en la revista Poesía, de París. Asimismo, es oportuno darlo a conocer porque Cintio Vitier, en la presentación en La Habana, en 1996, de la última edición de Persona y democracia, criticó a María por no aludir expresamente en su libro al imperialismo norteamericano. Lo cual es cierto, aunque María se refirió muy duramente en varias ocasiones contra el imperialismo en general —"Todo es color de imperio, de comercial imposición", como expresó, por ejemplo, en Los bienaventurados.

Sin embargo, muy convenientemente eludió Vitier en su análisis del libro las implicaciones expresas en este contra toda forma de absolutismo o autoritarismo de Estado, para no hablar ya de la ausencia en el contexto insular de una verdadera democracia o de la no revelación de la persona integral, para María, superobjetivo de su democracia ideal.

Vitier, además, ha expresado que lo liga a María Zambrano su "modo de vivir la historia" y, más recientemente, ha llegado a precisar —precisión a nuestro parecer poco menos que delirante— que María abandonó Cuba el mismo año ¡del asalto al Cuartel Moncada! Ávido por justificar su conocida teleología origenista con las ideas ontológicas y poéticas de la autora del importante texto "La Cuba secreta", publicado en Orígenes en 1948.

Es decir, teleología que conduce a reducir el alcance cosmovisivo del pensamiento o razón poéticas, para constreñirlo a la encarnación de la Poesía en la Historia, y de Orígenes en la Revolución, y porque en aquel texto ciertamente María alude a la irrupción histórica del origenismo, Vitier ha forzado el pensamiento simbólico, profético, poético y ciertamente teleológico de la autora de Los bienaventurados, para avenirlo con su actual "modo de vivir la historia", al lado de un régimen autoritario, que niega tanto el mito cristiano del hombre nuevo o interior —San Pablo y San Agustín—, como la realización integral de la persona zambraniana, para no hablar ya de su mito del Hombre Verdadero, que, por cierto, todo cubano debe sentirse orgulloso de que María Zambrano lo desarrollara a propósito de José Lezama Lima.

El tufo del poder

Pues bien, en la versión inicial de su texto sobre José Lezama Lima, escrita el mismo año de su muerte —y recuérdese que el autor de Paradiso murió sometido a un completo ostracismo—, María Zambrano escribió lo siguiente:

"De esa danza sacro-profana que si hubo al alboreo del 'momento Histórico' se rompió por obra de los poderes que mandan desde las oficinas del tedio —ese tedio que aun como tufo a distancia despiden los lugares del poder donde la sonrisa se congela en máscara. Y así se prosigue sonriendo cuando se decreta patriarcal y de otro lado fraternalmente la asfixia de la imprevista aurora, y de este modo la danza se quiebra por el poder uno o dual o quíntuplo —¿qué más da?— y aparece en lugar del corro sacro, las cadenas. Y la palabra puesto que siempre hay que usarla se usa, se usa, se derrama, la palabra dicha en vano (En el centro de la danza imposible, el hombre verdadero, sin desfallecer el poeta verdadero, nunca solo, nunca a solas). Y al ser así no seguirá la danza sacra dándose bajo la historia, por encima de la historia, en lo remoto invulnerable, cielo donde la semilla imprevisible reiteradamente cae".

© cubaencuentro

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