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Actualizado: 28/03/2024 20:07

Literatura, Literatura cubana, Narraciones

Crónicas marcianas

Cuando un “platillo volador” descendió en La Habana

Era la época de oro de los platillos voladores, y en los terrenos donde se construía la Ciudad Deportiva —frente por frente a la fuente más pretenciosa de la capital, llamada El Bidé de Paulina por los habaneros, que honraban así a Paulina de Grau, «Primera Dama de la República», esposa del hermano del expresidente Ramón Grau San Martín— amaneció uno de esos artefactos interplanetarios. Era el martes 28 de diciembre de 1954. El ingenio, redondo, plateado y enigmático, alzaba un periscopio, que fue descrito por los periodistas como «escalofriante». Pero no daba otras señales de vida. Movilizó a la policía de la ciudad con su Estado Mayor, a un batallón blindado del Ejército Nacional y al Cuerpo de Bomberos. La isla había sido agraciada —o desgraciada— con la primera visita pública de seres extraterrestres. Esa era la realidad, a ojos vista —y en las pantallas de los televisores que ya pululaban en el país.

De repente, hacia las cuatro de la tarde, luego de medio día de expectación, se abrió, lenta, amenazadora, una escotilla de la nave y, ante el espanto general de los televidentes (a esa hora ya habían huido todos los que estaban en los alrededores, y el jefe de la policía, brigadier Rafael Salas Cañizares, pistola en mano, se parapetaba tras su Mercury de matrícula oficial), surgió una modelo, actriz y bailarina muy famosa (todo junto, reunía todas las cualidades), ataviada con un ajustado traje de navegante cósmica, sobre todo ajustado en lo que respecta la zona de las caderas y el busto, y desplegando una radiante sonrisa. Por la misma escotilla, detrás de ella, emergieron otros cuatro integrantes de un popular programa de televisión, que enarbolaban unas apacibles botellas de cerveza Cristal. Los instrumentos de una orquesta —procedentes de una grabación en cinta, que se escuchaban a través de los altavoces del ingenio— daban pie a que los cinco supuestos invasores corearan, en tiempo de chachachá, este estribillo contagioso: «Hasta los marcianos toman Cristal.»

Como se sabe, el 28 de diciembre, es costumbre —aunque cada vez más en desuso— en los países de predominio católico que la gente se gaste bromas. Bajo la cobertura de la designación religiosa de la fecha —Día de los Santos Inocentes— se permiten tales expansiones. La idea de que uno de estos artefactos (entonces no eran conocidos como ovnis) amaneciera en la plazoleta donde se construía el Palacio de los Deportes, fue de un productor de la naciente televisión cubana: Joaquín M. Condall. Los fabricantes de la cerveza Cristal rápidamente le compraron la idea y contribuyeron al montaje. Dentro de platillo, junto con los artistas, Condall sentó a un operador de sonido, con su correspondiente cabina, y él se situó, en una unidad móvil, a poco más de 200 metros a fin de trasmitir desde allí, por teléfono, las órdenes oportunas, tales como que emitiera lo que debía ser un sonido amplificado un millón de veces de una avalancha de tarántulas. Los artistas emergieron de la nave después de casi 10 horas de tensiones, asedio militar, y transmisión en vivo y directo desde la escena. Ellos resultaron ser: el obeso comediante Rogelio Hernández, el galán Armando Bianchi, y las «glamorosas» —calificativo obligado de la época—: Martha Vélez, Herminia de la Fuente y Rosita Fornés. La Fornés fue la primera en surgir a la luz de la tarde y la que acaparó la atención (llevaba el traje sideral más ceñido de todos). El programa que promocionaban y que a su vez patrocinaba la cerveza Cristal era “Mi esposo favorito”, de frecuencia semanal. Los cinco fueron arrestados de inmediato y subidos a empellones en los coches policiacos y tuvieron que pasar la noche en los calabozos del Servicio de Inteligencia Militar, a donde los condujeron. De conquistadores del espacio a carne de presidio. Marcianos o no, tenían que aprender a respetar a los institutos armados de la República, y sobre todo a su jefe, el brigadier Rafael Salas Cañizares, que, según se decía que él mismo decía, «le corto los cojones lo mismo a un revoltoso (fórmula al uso para llamar a los revolucionarios) que a un marciano con antenitas y todo». Ya en la madrugada, Julito Blanco Herrera, uno de los grandes tycoons criollos, dueño de la cervecería La Tropical, fabricante de Cristal, logró sacar a sus artistas interplanetarios de las mazmorras.

Lo que nadie recordó en Cuba entonces es que el antecedente de esta broma colosal estuvo en el programa radial de Orson Welles del domingo 30 de octubre de 1938 cuando trasmitió un episodio de La guerra de los mundos del novelista H. G. Wells en la serie radial de The Mercury Theatre on the Air, dirigida y narrada por supuesto por el futuro cineasta, que tuvo la ocurrencia de cortar abruptamente la trasmisión para ofrecer el boletín de última hora de que en efecto se estaba produciendo una invasión de extraterrestres en nuestro querido planeta tierra. Dice que la que se armó en los Estados Unidos, sobre todo en sus zonas rurales, las más desamparadas, fue de padre y muy señor mío. Se habla hasta de suicidios colectivos. Primero muertos antes que rechupeteados por unos tentáculos marcianos. Pero no el vejete de la foto allá arriba. Debe ser el tatarabuelo de alguno de los briosos Proud Boys de la tropa trumpista. Este sí que se atrincheró en su granero, presto a volarle los sesos al primer hijoeputa marciano que asomara la cabeza. Porque tienen sesos, ¿no? Verdes. Babosos. Malignos.

© cubaencuentro

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