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Actualizado: 19/05/2024 23:18

Literatura

Diez años de 'Encuentro' en Cuba

'Encuentro de la Cultura Cubana': la revista que puso en jaque el monopolio cultural del régimen.

Desde que Jesús Díaz, en el otoño de 1994, dio a conocer su proyecto de una revista que tuviera como principio editorial el encuentro de nuestra cultura, tradicionalmente dividida entre los cubanos de la Isla y los de la diáspora, más allá de diferencias o fracturas políticas e ideológicas, una enorme preocupación se adueñó de los gestores de la política cultural cubana. Es incuestionable que este nuevo escenario motivó una estrategia diferente por parte de la oficialidad insular. La divisa que presidió las Jornadas de Poesía La Isla Entera, donde, por primera vez, se reunieron en un evento eminentemente literario, poetas y ensayistas cubanos de la Isla y del exilio para conmemorar los 50 años de la revista Orígenes, esto es, la de que la 'cultura cubana es una sola', y el éxito mismo de este coloquio, donde predominó el diálogo libre y democrático y el respeto a la diferencia, obligó en cierto modo a la política cultural cubana a redefinirse.

En Cuba, la lectura inmediata fue la siguiente: sí, la cultura cubana es una sola, pero es patrimonio de la Isla o su centro está en Cuba o su cantera natural está allí. De entrada, se presuponía que era desde Cuba que se decidía entonces qué obras o escritores formaban parte valedera de la cultura cubana, al erigirse la dirigencia cultural como guardiana de un centro canónico que debía velar por una supuesta pureza cultural, a partir de un estrecho discurso nacionalista e identitario, a contrapelo de que las sucesivas hornadas migratorias ya impedían, incluso cuantitativamente, desconocer a una creciente y cada vez más renovada comunidad cultural cubana radicada fuera de la Isla, una buena parte de ella ya imposible de identificar con el llamado exilio histórico, y que había sido incluso formada dentro de las instituciones culturales de la propia Revolución. La depresión económica que afectó drásticamente a la cultura subvencionada insular, como consecuencia de la desaparición del Campo Socialista, había motivado incluso que se facilitara a artistas y escritores cubanos radicarse fuera de la Isla. Ya era un hecho objetivo la existencia de una poderosa comunidad cubana en el exterior, cuya incidencia económica para la maltrecha economía de la Isla crecía cada vez más. Asimismo, desde el éxodo del Mariel, esa comunidad estaba cada vez más nutrida por una joven intelectualidad cuya disensión política no podía tampoco soportar la extrema polarización ideológica de los primeros años de la Revolución.

En este nuevo contexto, se intentó reformular un nuevo pensamiento revolucionario, que tuviera en la prédica antiimperialista y consecuentemente nacionalista de José Martí su bastión ideológico central, y ya no en la, a todas luces, inoperante práctica de una política cultural basada en una instrumentación, muy pragmática por cierto, de los principios del marxismo-leninismo, y que se había revelado ineficaz y, desde todo punto de vista, anacrónica en el nuevo contexto posterior al fin de la Guerra Fría y de la desaparición del Campo Socialista. Pero no se contó con que, a la larga, aquel pensamiento ya no era suficiente para legitimar la ineficiencia económica, la sistemática falta de libertades, el autoritarismo de un régimen totalitario y una profunda crisis de valores que, lamentablemente, no hace sino crecer y que amenaza, tanto como o más que, la consabida proximidad del enemigo imperialista, con socavar las bases mismas de la nación cubana. Aunque no se quiera reconocer, una nueva cosmovisión, incompatible con las fracasadas utopías y con los discursos ideológicos legitimadores del sombrío absolutismo revolucionario, nutría el pensamiento y las necesidades de las nuevas generaciones de escritores y artistas cubanos.

Se diseñó entonces una política cultural que, por un lado, y siempre en forma selectiva, comenzó a publicar, más o menos sistemáticamente, algunas obras emblemáticas de la memoria histórica de la nación y, por otro, se daba espacio en las publicaciones insulares a algunas muestras de la llamada cultura cubana de la diáspora, cuya naturaleza cultural no implicara un cuestionamiento directo de la política oficial. Fue la época de la publicación en La Gaceta de Cuba de los dosieres sobre la poesía, la narrativa y el teatro de la diáspora, confeccionados por Ambrosio Fornet, y que pretendían actualizar someramente al público sobre aquellos autores que se evaluaban como más representativos. La recién creada revista Temas comenzó a publicar textos de prestigiosos cubanólogos de la academia norteamericana. Y Unión estrenó una nueva sección —Textos y Pre-Textos—, que dura hasta el presente, para dar noticias de obras diversas escritas por cubanos, o sobre la cultura cubana, fuera de la Isla. A partir de entonces, la presencia en estas revistas de colaboradores de la llamada diáspora dejó de ser una excepción para convertirse en una selectiva política editorial. Asimismo, las editoriales cubanas comenzaron a publicar con mayor frecuencia algunas obras paradigmáticas de la cultura republicana y otras escritas más recientemente fuera de la Isla. Muchos autores, antes estigmatizados, comenzaron a incorporarse a los planes de estudio y a las tesis de diploma de la Facultad de Filología de la Universidad. También comenzó a ser cada vez más frecuente la inclusión en antologías de autores cubanos de la diáspora. Pero todo ello se hacía y se hace dentro de límites ideológicos muy precisos. Siempre sobre la base de la existencia de un público lector cautivo, se pretendía de este modo controlar el riesgo que implicaba la relativa apertura ideológica descrita. Simultáneamente, ante la evidencia de una muy pujante generación, llamada de los 80 y que no hizo sino acentuarse en los 90, se fue muy permisivo —como lección de la infausta década de los 70— con la experimentación formal y con toda cosmovisión filosófica que no implicara un cuestionamiento político expreso. Dentro de este nuevo contexto se apreció lo útil que podía ser, para la legitimación de la imagen externa de la política cultural de la Revolución, la no exclusión de determinadas minorías, a las que se le concedió por primera vez algún espacio para su expresión. La búsqueda desesperada de una siempre pretendida imagen de unidad en torno al proyecto revolucionario, hizo que se reformulara la política religiosa y el oneroso tratamiento del problema homosexual. Pero acaso el cambio más sustantivo y perdurable lo constituyó la aparición de una nueva generación de escritores y artistas que fue adueñándose, paulatinamente, de una cosmovisión en esencia incompatible con el nuevo proyecto de supervivencia de un régimen absolutista y antidemocrático.

Es precisamente en este nuevo contexto en que el simultáneo empeño intelectual de la revista Encuentro de la Cultura Cubana constituía sin lugar a dudas una peligrosa alternativa para este nuevo diseño de la política cultural de la Revolución. Como contrapartida de aquel contexto en esencia totalitario, esta revista aportaba un discurso de amplia naturaleza democrática impensable en la Isla. La calidad y profundidad de los textos que publicaba, el prestigio de muchos de sus colaboradores, hacía también muy difícil una burda deslegitimación. Encuentro, además, se constituía, por primera vez en el exilio, como una revista que presuponía la colaboración constante de intelectuales insulares y, sobre todo, se proyectaba con una política cultural muy definida y de largo alcance, que no podía vincularse unilateralmente con el llamado exilio histórico, e incluso detentaba una orientación ideológica que tampoco podía identificarse con un pensamiento de derecha. La divisa aludida, la cultura cubana es una sola, era el punto de partida común para dos proyectos políticos y culturales diferentes. En este sentido, por ejemplo, el estrecho canon literario, simbolizado por los Premios Nacionales de Literatura, otorgados solamente a escritores residentes en la Isla, era dinamitado por los homenajes que realizaba la revista tanto a escritores o artistas cubanos que vivían en Cuba como a muchos otros que representaban el cada vez más nutrido exilio. Asimismo, los colaboradores cubanos de la Isla se incrementaban número tras número, y para colmo ello sucedía en una publicación de amplio espectro cultural que consideraba a la política como un componente natural de la cultura. Por si fuera poco, la dispersa diáspora cultural cubana podía, por encima de sus diferencias, encontrar en la revista una plataforma de diálogo y de unidad en torno a la cultura.

En sentido general, pudiera hablarse de dos etapas en la recepción de Encuentro en Cuba. La primera, caracterizada por un contrapunto intelectual y por la puesta en práctica de la nueva estrategia cultural aludida. En esta etapa hubo cierta tolerancia con los colaboradores cubanos de la revista y, hasta cierto punto, se prefería el silencio o la minimización de su importancia antes que una confrontación directa. Se trataba, según el caso, de persuadir a sus colaboradores para que no publicasen en sus páginas. El comienzo de la segunda coincidió con la muerte de Jesús Díaz, la nueva dirección, de Manuel Díaz Martínez y Rafael Rojas, la ampliación de su Consejo de Redacción, y la creación de Encuentro en la Red. A partir de entonces, cobró fuerza la argumentación de que la Asociación Encuentro de la Cultura Cubana estaba financiada por la CIA, así como diversas acusaciones sobre su pretendido carácter proanexionista y sus supuestos vínculos ideológicos con la llamada mafia cubana de Miami. Estos argumentos simplificadores pretendían funcionar, por un lado, para justificar su descalificación a los ojos de un potencial público lector cautivo, y como amenaza o intimidación para sus colaboradores; por otro, para desacreditarla como posible alternativa democrática, e incluso de izquierda, o tan martiana o tan legítimamente nacionalista como cualquier otra. Esto es, en definitiva, lo típico y tópico —y lo patético— de todo absolutismo o totalitarismo.

La lamentable y torpe confrontación estalinista, acaecida en la Feria de Guadalajara, marcó el inicio de esta nueva política de confrontación, en el nuevo contexto de la llamada batalla de ideas y de la sustitución de los llamados intelectuales orgánicos o de determinado prestigio intelectual por la emergencia de la línea dura de los llamados talibanes, lo que motivó —con las lamentables excepciones de rigor— cierta tensión y distanciamiento entre ambos componentes de la delegación cubana. No es casual que inmediatamente después de la Feria, se implementara unilateralmente, por parte del propio ministro de Cultura, la "desactivación" de Antonio José Ponte de la UNEAC, con el argumento de su pertenencia al Consejo de Redacción de la revista Encuentro de la Cultura Cubana, hasta cierto punto en contra del consenso contrario de la mayoría de los intelectuales de la Asociación de Escritores de esa institución, que vio esfumarse así su supuesta democracia y su fachada de organización no gubernamental. Pocos días después de la desactivación de Ponte, fuimos citados Antón Arrufat, Reina María Rodríguez y el que esto escribe, por el ministro de Cultura, para conversar sobre el caso Ponte, con el ánimo de convencernos de lo adecuado de la medida tomada. Ante la incompatibilidad de puntos de vista, la discusión derivó hacia la revista Encuentro, verdadero centro del problema, y se trató de persuadir a Reina María Rodríguez para que no participara en el homenaje que le preparaba Ponte para la revista; así como en el que preparaba yo a José Kozer. La discusión terminó con una digna frase de Reina María: "Debe ser que a mí me gusta lo prohibido". Ese día, también nos enteramos de que nuestra posición recibía el calificativo de promiscua. O de que en la UNEAC podían tolerarse, junto a los revolucionarios, escritores no revolucionarios —curioso matiz—, pero no contrarrevolucionarios. Hay que destacar también que, en este nuevo contexto, Rafael Rojas heredó la satanización a que había sido sometido con anterioridad Jesús Díaz. A éste se le trataba de estigmatizar a la luz de la diferencia entre su pasado ideológico en la Isla y su inconveniente posición presente. A Rojas se le hipotecaba el futuro, y se le acusaba de tener intenciones presidenciables en un hipotético escenario político futuro. Hay que recordar que todo esto sucedió como antesala de la inmediatamente posterior encarcelación de 75 disidentes pacíficos —muchos de ellos, periodistas independientes— y los tres fusilamientos que, junto a los renovados mítines de repudio de corte fascista, caracterizan el nuevo escenario, que vuelve a demostrar descarnadamente la esencia represiva, antidemocrática y totalitaria del régimen, y, sobre todo, el estrepitoso fracaso de la plataforma ideológica de legitimación de la nueva política cultural ya descrita.

Es así como comienza la actual ofensiva contra la revista por parte de los ideólogos de la política cultural de la Revolución. Y, como es lógico, el anatema más socorrido es aquel que identifica a cualquier discurso disidente o independiente con una espuria fuente extranjera: el imperialismo norteamericano, concretamente, en este caso, la CIA, argumento similar al empleado contra los opositores pacíficos. Aunque la revista Encuentro nunca había podido circular libremente en el país (como ninguna otra que no fuera de las permitidas oficialmente), se ha incrementado el celo con que se trata de impedir su entrada y circulación en la Isla, y, según el caso, se instrumentan presiones cada vez más fuertes contra algunos de sus colaboradores internos. También, se impidió, por ejemplo, la asistencia de su jefe de redacción, Luis Manuel García, a la presentación de un libro de cuentos suyo, publicado por Plaza Mayor, en una Feria del Libro de La Habana. Paralelamente, se condicionó la asistencia a estas ferias de editoriales cubanas de prestigio, como Betania y Colibrí —a la que se ha acusado sin ningún fundamento de ser la editorial de Encuentro—, a la no inclusión, en sus muestras, de libros que por su discurso ideológico no fueran convenientes para el cautivo público insular.

Una atención especial —que habla precisamente a favor de la funcionalidad y dinámica de muchos de los textos que se publican en Encuentro— se le confiere a la revista en los medios académicos, donde se le conoce y consulta, a la vez que se le pretende desconocer públicamente. Recientemente, se condicionó la publicación de un prestigioso libro de ensayos sobre Mañach a que no se citaran en su bibliografía textos publicados en la revista Encuentro. Es un ejemplo burdo pero significativo. Asimismo, la revista Temas instrumenta números monográficos sobre temas que son frecuentes en Encuentro, y que abordan aspectos problemáticos de la realidad insular —como, por ejemplo, la religión, el racismo, etcétera, o participa oportunistamente en la campaña de descalificación contra Antonio José Ponte. Uno de los valores inobjetables de Encuentro es la calidad y profundidad del pensamiento crítico que detentan muchos de sus ensayos, que serán de imprescindible consulta en un futuro para investigadores y estudiosos de diversos aspectos de la cultura cubana. Es éste el soporte de buena parte de su prestigio y, perspectivamente, de su perdurabilidad. Y es éste, asimismo, el motivo profundo del desasosiego que produce en la dirigencia ideológica de la Isla. Después de todo, la relación especular, tácita o solapada, que practican algunas revistas cubanas y, en general, algunas directrices de la política cultural, tomando a Encuentro como contrapartida, a la vez que favorecen el conocimiento y profundización de los problemas abordados, ayudan a ir perfilando el verdadero rostro futuro de la nación cubana, que tendrá que ser con todos y para el bien de todos.

En definitiva, ya no puede hablarse del pensamiento cubano de los 90 como algo privativo de la cultura insular. Antes bien, se aprecia una comunidad ideológica general y, en muchos casos, concreta entre el pensamiento desarrollado en el exilio y algunos de sus más notables exponentes críticos dentro de la Isla. Incluso, es muy significativo cómo tanto el pensamiento como, sobre todo, su transfiguración cosmovisiva en la literatura reflejan, todo lo simbólica, lateral o marginalmente que se quiera, una percepción de la realidad que se aparta, a veces implícita, otras drásticamente, tanto de la utopía del llamado exilio histórico como de la sustentada por la ortodoxia ideológica insular.

Pero si ya la existencia misma de la revista constituía una enorme preocupación, la creación del periódico Encuentro en la Red, con una frecuencia diaria y con un espectro cultural e ideológico necesariamente más amplio y actualizado que los cuatro números anuales de la revista, implicaba una ampliación sin precedentes del potencial público lector. Es entonces que, encabezados por La Jiribilla, se produce un controlado boom de revistas electrónicas insulares, para funcionar como alternativa —y como imagen para el exterior— a este periódico y a otros que comenzaban a circular por el ciberespacio, como es el caso también de la pionera La Habana Elegante. Se acrecienta el control policial sobre el acceso a Internet, ya no de particulares, que no existe, sino incluso en centros de trabajo. Se comienza a bloquear sus páginas, también a través del más relativamente generalizado correo electrónico, y se entroniza una campaña de difamación sin precedentes contra este periódico. No ajeno a este nuevo contexto de intransigencia fue el fin de la excelente revista digital Cacharros, como el ostracismo a que fue confinada siempre su antecesora impresa Diáspora(s). Asimismo, el relativo auge de publicaciones internas de los periodistas independientes cubanos complica todavía más este escenario, al punto de que la permanencia en la UNEAC de otro escritor cubano, José Prats Sariol, es condicionada a su renuncia a participar en la sección cultural de una de esas publicaciones. Finalmente, el encarcelamiento de los 75 opositores pacíficos, una buena parte de ellos periodistas independientes, estableció una peligrosa frontera al margen de permisibilidad para con los colaboradores de Encuentro y de Encuentro en la Red.

La calidad sostenida por la revista Encuentro de la Cultura Cubana en diez años de publicación ininterrumpida, su inobjetable y creciente lista de colaboradores de la Isla, la dinámica periodística y calidad de Encuentro en la Red, han constituido el mayor reto cultural e ideológico a la cada vez más aislada política cultural del régimen antidemocrático que impera en Cuba. Los intentos de desacreditación han fracasado, a pesar de que se pretende identificar a los proyectos de la Asociación Encuentro de la Cultura Cubana, mediante una ya conocida política de deslegitimación, con algunos de los sectores más duros de la derecha del exilio insular, borrándose las diferencias y pretendiéndose desconocer su raigal naturaleza abierta y democrática. Resulta poco menos que imposible, para cualquier analista serio, identificar sin más a la Asociación Encuentro de la Cultura Cubana con un discurso proanexionista o vinculado con la llamada extrema derecha del exilio histórico; antes bien, muchos de sus contenidos reflejan posiciones variadas de una izquierda democrática con un discurso crítico del imperialismo tradicional.

No obstante, sería iluso desconocer la efectividad de un régimen totalitario como el que existe en Cuba, que prefiere asumir el cada vez mayor costo político que significa la prohibición de algunos de los más universales derechos humanos y civiles, y dificulta y/o prohíbe el libre acceso a estas publicaciones y a otras que conforman el cada vez más diferenciado y amplio espectro del exilio cubano. La existencia de un público lector cautivo es el superobjetivo último de la política cultural e ideológica de un régimen absolutista. Por ello, el régimen no duda en apelar a la burda deslegitimación, la difamación, la represión, el terror, el chantaje sutil o directo, o la no menos sutil represión a través de presiones laborales. Es habitual que el gobierno condicione políticamente el recibir determinadas prebendas materiales o de otra índole, ayudas monetarias, viajes, publicaciones, promociones periodísticas, reconocimientos, acceso a correo electrónico, etcétera, que en cualquier régimen democrático serían derechos. De ahí la apoyatura de los intelectuales (simulada, oportunista, cínica o franca) —que incluye también el simple silencio, o el dejar hacer— a la naturaleza totalitaria de un régimen que quiere conservar su poder político a toda costa. Para ello cuenta con el peligroso apoyo de determinados intelectuales que en el fondo desprecia y vigila, para no referirnos a una masa que, hasta cierto punto, sí es, efectivamente, manipulada por los mecanismos establecidos de control y represión, pues, nada hay más importante que la representación continua de un discurso autoafirmativo, por un lado, y, por otro, de otro discurso negador de todo aquello que no sea absolutamente compatible con su puesta en escena.

La existencia misma de una publicación independiente, que ha apostado durante diez años por un futuro democrático para la Isla, a partir precisamente de la conformación de una imagen de una cultura crítica y democrática, es el espejo —y todo espejo es erótico, copulador, multiplicador de imágenes— más subversivo para una cultura hasta cierto punto demediada por una política que pretende enmascarar su naturaleza totalitaria —y que en la práctica es paradójica y constantemente desbordada por una vigorosa literatura, tanto de dentro como de fuera de la Isla—, política cultural que sólo puede mirar la máscara que se pone a sí misma, la capucha del verdugo que no puede ocultar con ese gesto suicida su verdadero rostro.

© cubaencuentro

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