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Actualizado: 13/05/2024 23:57

Cine

El folletín regresa

Falseamientos dramatúrgicos y políticos se juntan en 'Barrio Cuba', la más reciente película de Humberto Solás.

Alejado de las fuentes literarias utilizadas en su cinematografía (Villaverde, Carrión, Carpentier), alejado de sus heroínas operáticas ( Lucía, Amada, Cecilia) y de un viscontianismo que lo ha hecho vigilar más el drapeado de una cortina que a los actores que dialogan junto a ésta, Humberto Solás acaba de estrenar la segunda parte de la trilogía iniciada con Miel para Ochún, ha filmado en Barrio Cuba la existencia de un puñado de gente en La Habana de hoy.

Podrá objetarse que lo mismo hizo Fernando Pérez en Suite Habana y podrá sospecharse que el impulso de Barrio Cuba viene de aquella cinta. A tal sospecha y objeción, Solás ha opuesto derecho de precedencia (desde hace años presentó su guión a un comité) y, decidido a evitar nuevas casualidades, prefiere postergar un proyecto suyo con actores infantiles muy anterior a Viva Cuba, de Juan Carlos Cremata. (Cuesta imaginar los esfuerzos distanciadores a los que se vería abocado Solás de trabajar en industria cinematográfica tan populosa como la india o la estadounidense).

Las favelas de La Habana

Barrio Cuba (anunciada como Gente de pueblo durante su rodaje) sigue las vicisitudes de tres familias. Desigual en resultados ante cada una de ellas, es necesario agradecer que los guionistas (el propio director, junto a Elia Solás y Sergio Benvenuto) no hayan jugado a entrecruzarlas. Esas tres familias viven en las afueras de la capital: casas derruidas, covachas, industrias abandonadas… Solás ha filmado, sin deleite y sin escarnio, las favelas de La Habana.

Llegado desde alguna provincia oriental, uno de esos grupos familiares duerme apiñado en un cascarón de casa: la tía (Adela Legrá) y dos matrimonios jóvenes. Uno de ellos espera un hijo, mujer y marido acaban de juntarse después de meses de separación, y celebran el reencuentro con dominó y bebida, con la música de un viejo radio soviético. Dado lo apretado del espacio, ambos tienen que dormir separados. Pero antes suben al techo y, en medio de los bloques con que construirán allí un cuartico, juran no separarse nunca más.

También la segunda familia vive en condiciones pésimas: un padre resabioso (Enrique Molina), una hija que se desempeña como enfermera (Luisa María Jiménez) y un hijo homosexual que no tarda en ser echado de la casa.

La enfermera es cortejada abruptamente por un viejo carpintero (Mario Limonta) y la relación entre ambos es lo peor escrito de la cinta: embobado al verla pasar, él recibe un corte de sierra eléctrica para que ella sea quien lo atienda al llegar al hospital. Ambos se juntan una noche, a la mañana siguiente el viejo amante es rechazado, y los guionistas hacen que el dolor de éste se extienda durante todo el filme.

A su vez, los problemas de la tercera familia giran alrededor de una pareja con dificultades de procreación (Isabel Santos, Jorge Perugorría) y unos abuelos (Manuel Porto, Coralia Veloz) cuyos nietos mayores se marchan de Cuba. Pues el exilio vuelve a ser asunto delicado dentro del cine cubano.

En este filme se cuenta que alguien abandonó el país debido a su pasión por el dinero y los negocios aunque (aclaran enseguida) ha sido muy buen padre. Como si fuera necesario compensar con alguna virtud el vicio de la iniciativa económica. (La época revolucionaria ha agregado esa clase de subterfugios a la lista con la que ya contábamos: negro pero decente, maricón pero reservado, mujer pero hombre a todo…).

Alguien decide exiliarse y de inmediato comienza el reparto de culpas. Lo cual muestra a las claras que el exilio cubano no ha perdido su carácter político. (La sociología oficial trata de convencernos de que los cubanos emigran hacia el norte por las mismas razones que emigra también gente de Haití o de México. Razones económicas, afirma. Se huye de una economía maltrecha en busca de oportunidades. Sin embargo, en el caso cubano lo que se intenta dejar atrás es la criminalización de cualquier iniciativa. No una economía imposible, sino lo imposible de una economía).

'El culpable soy yo'

Apenas aparece una determinación de exilio, tiene que caer la culpa sobre alguien. "El culpable soy yo", afirma en Barrio Cuba el cabeza de familia. No deben acusar más a la nuera de llevarse con ella a esposo e hijos. Y claro que habría sido peligroso que esa culpabilidad saliese del ámbito familiar, así como se hace evidente lo hipócrita del encerrarla dentro de casa.

Según declaraciones suyas, Humberto Solás procuró evitar la chabacanería de otras cintas cubanas. Decidido a perseverar en "un proyecto de cine genuinamente nacional" huyó de las coproducciones extranjeras, sorteó dificultosamente la filmación y postproducción de su obra. Quiso, por encima de todo, dar testimonio de la vida aquí y ahora.

Desprovisto en verdad de chabacanería y no obligado a exotismos, su último filme no alcanza, sin embargo, a cumplir a cabalidad ese propósito testimoniante. Pues para ello habría sido imprescindible una tercera ausencia: la del censor político. (Solás topó una vez con la censura política y aquel encontronazo cambió su trayectoria. Lo ha confesado a propósito de Días de noviembre: "tuve dificultades después de esa película porque no fue bien comprendida. Confieso que aquello me traumatizó y me hizo desviarme hacia el cine de corte histórico como un modo de mantenerme activo como cineasta". Desvío al que debió sacrificarle décadas y del que ahora busca recuperarse).

Falseada en una familia la cuestión política, el melodrama falsea los conflictos de las otras dos. Así, el rechazo después de una noche de amor cobra tal vehemencia en el viejo carpintero que éste destroza su guitarra, se entrega aún más a la bebida y abandona su empleo durante un año y medio. O hacen creer a un niño que es su padre lejano quien le escribe las cartas que una tía redacta, el niño deja de asistir a clases al saber la verdad, y la maestra lleva a toda el aula a convencerlo de que vuelva a sus estudios. (La escena, con un cake incluido, se diría sacada de Corazón, de Edmundo de Amicis).

El folletín regresa en Solás de modo inescondible. Lo folletinesco abarata la odisea de aquel esposo (Rafael Lahera) que juró no separarse de su mujer encinta. Su periplo hasta la aceptación de lo fatal, historia principal del filme, se deshace en un bohío que es la casita de chocolate de los cuentos infantiles, cabaña dispuesta fuera del mundo para que héroes folletinescos se curen y transformen. (Ocupada en favelas dentro de la ciudad, la fotografía de Carlos Rafael Solís consigue durante ese viaje unos paisajes del nordeste brasileño. El viaje provoca, además, la mejor actuación en un filme de buenos actores: Broselianda Hernández en un pequeño papel).

Falseamientos dramatúrgicos y políticos se juntan en Barrio Cuba. Mejor película que Miel para Ochún, queda ahora esperar por la conclusión de lo que su autor denomina Trilogía del Pueblo. Presidente de un festival de cine que aboga por el uso de tecnología digital, Humberto Solás acaba de anunciar la creación de un centro de enseñanza cinematográfica en La Habana Vieja. La escuela, afirma, estará "muy inspirada en la experiencia que para mí representó Barrio Cuba".

© cubaencuentro

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