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Actualizado: 18/04/2024 23:36

Cine, Animación, Alemania

Enseñar de modo entretenido

Una película de animación acerca a las nuevas generaciones los complejos acontecimientos políticos que condujeron a la reunificación alemana. Lo hace con una historia ambientada en la República Democrática Alemana en 1989

En las últimas décadas, la literatura destinada al público infantil y juvenil ha decidido sacar del armario temas que siempre se habían considerado demasiado duros o difíciles: el machismo, la igualdad de género, la guerra, la muerte de un ser querido, la homofobia, el acoso… Los creadores se arriesgan cada vez más y pierden el miedo a apartarse de los parámetros tradicionales. Tratan a los niños como adultos de poca estatura. No subestiman su inteligencia ni los sobreprotegen, pues saben que hacer lo contrario los convertirá en personas con una visión más cerrada de la realidad. Toman en cuenta que, a medida que van creciendo, se interesan por toda clase de temas. Es entonces cuando comienzan a formar criterios, aficiones y gustos propios. Y por eso es fundamental que los libros pongan a su alcance la mayor variedad de materias.

Los niños no viven en una burbuja. Comparten con los adultos el mismo planeta. Por eso las manifestaciones artísticas y literarias deben contribuir a explicarles la complejidad de ese mundo. Eso ayudará a que lo comprendan y a que asimilen y superen los problemas y conflictos que se les presenten. El principal reto consiste en cómo abordar esos asuntos, en encontrar el código, el contexto y el tono adecuados; en hacerlo con respeto, responsabilidad y rigor. Ese tratamiento no excluye, por supuesto, la vertiente más lúdica, imaginativa y divertida. Tampoco debe colegirse de lo que expreso que haya que echar a la hoguera a los clásicos, ni tampoco edulcorarlos y enmendarlos en base a la corrección política. Todas son vertientes necesarias, que pueden y deben coexistir.

Esa concepción a la cual me he referido no se limita a la literatura, sino que se ha extendido además al teatro y al cine. Para ilustrarlo con un ejemplo, voy a reseñar una cinta de animación que vi hace pocos días: Fritzi. Un cuento revolucionario (Fritzi: Eine Wendewundergeschichte, Alemania, 2019, 86 minutos). Fue dirigida por Ralf Kukula y Matthias Bruhn, quienes se basaron en un guion escrito por Beate Völcker, Péter Palátsik y Hannah Schott. Es una adaptación del libro Fritzi war dabei: Eine Wendewundergeschichte, escrito por esta última, aunque al ser llevada a la pantalla la historia ha sufrido notorios cambios y añadiduras.

La película acerca a las nuevas generaciones los complejos acontecimientos políticos e históricos que condujeron a la reunificación alemana. Cuenta una historia que ocurre en la República Democrática Alemana en 1989. El muro que divide el país en dos mitades está a punto de derrumbarse. Su protagonista es Fritzi, una estudiante de doce años que vive en Leipzig y estudia el cuarto grado. Durante el verano, debe cuidar de Sputnik, el perrito de su mejor amiga Sophie, mientras ella está de vacaciones con su familia en Hungría. Pero llega el otoño, se reinician las clases en el colegio y Sophie no ha regresado. Fritzi descubre que Sophie y su familia han huido a Occidente a través de Hungría. Ella y Sputnik emprenden entonces una aventura para encontrarla y reunirse con ella.

Realizada para celebrar los treinta años de aquel hecho que cambió radicalmente la situación de gran parte de Europa, la película lo recrea desde la perspectiva inocente de una niña. Al inicio, Fritzi no sabe casi nada sobre el mundo en el cual vive. No tiene idea de qué es la Stasi, ni que existe un muro que divide a Alemania en dos países y que está fuertemente vigilado, ni lo que hay más allá de lo que comentan sus compañeros de estudio. Nunca se ha interrogado acerca de qué es la libertad, ni tampoco si ella es libre.

Pero es una chica brillante, curiosa y con un gran sentido de la justicia. Está tratando de comprender el complejo mundo que la rodea y sabe sacar sus propias conclusiones de lo que le va ocurriendo. Quiere hacer algo por sí misma, y por eso cuando se entera de que su amiga Sophie no va a regresar decide ir a buscarla para devolverle su perro. La aventura que emprende en compañía de Sputnik la lleva a formularse preguntas que nunca antes se había hecho, a aprender nociones como frontera e inmigración, a confrontar la versión oficial de los hechos con la realidad.

Prisma didáctico y, a la vez, desenfadado

Sus pasos llevan a Fritzi a descubrir las manifestaciones pacíficas que cada lunes se repiten en su ciudad y a comprender que está pasando en su país. Encuentra un nuevo amigo en Bela, un alumno que ha comenzado a estudiar en su clase. De todos sus compañeros, es el único que no es pionero. Su padre participa en las reuniones que se hacen en la iglesia y en el movimiento popular, y Bela se ha identificado con sus ideales y valores. A pesar de que nunca lo manifiesta, la madre de Fritzi también se indigna ante los casos de injusticia que a menudo presencia. Quiso ser doctora, pero no le permitieron ir a la universidad, y ahora trabaja como enfermera. Su esposo es profesor de música y aunque no se siente feliz, no quiere pensar en la situación política de la RDA.

Antes apunté que, al ser trasladado a la pantalla, el libro de Hannah Schott sufrió modificaciones. En este, Fritz tiene ocho años, y tanto Sophie y su perro Sputnik como Bela no aparecen. Con esos añadidos, la narración ha ganado. En primer lugar, con el aumento de la edad de la protagonista el cambio que experimenta su visión de la realidad resulta más lógico, pues coincide con el fin de su infancia y el paso a la adolescencia. Asimismo, la incorporación de Bela introduce una subtrama de coqueteo juvenil que aporta un ingrediente de amenidad al filme. El chico se convierte además en cómplice de Fritz, cuando el aislamiento a que la somete el resto de los alumnos aumenta. Eso es alentado por la profesora Liesengan, leal representante del régimen totalitario que imperaba en la RDA. La pone furiosa que con sus preguntas la niña ponga en evidencia sus trampas y mentiras.

Fritzi. Un cuento revolucionario posee el acierto de divulgar a las nuevas generaciones los acontecimientos que condujeron a la reunificación alemana y significaron la caída del comunismo. Cumple ese noble propósito a través de un prisma didáctico y a la vez desenfadado. La narración está llena de episodios de la vida familiar y escolar de la protagonista. Se combinan con el contexto histórico en el cual transcurren. En ese sentido, los guionistas se preocuparon por que la película sea históricamente precisa. Eso los llevó a incorporar imágenes reales en blanco y negro de aquella revolución pacífica, que Fritzi y su familia ven en la televisión. Pero de igual modo, también cuidaron que resulte interesante y entretenida para el auditorio al cual se dirigen.

Los personajes están dibujados con trazos minimalistas y en colores pastel, lo cual les da una impresión amable. Contrastan con unos decorados minuciosamente realistas, con edificios y calles en mal estado y en tonos oscuros, que reflejan el estado opresivo de aquella sociedad. En la realización se emplearon técnicas de la animación tradicional, a las que se sumaron retoques de otras más modernas. Por ejemplo, las escenas de las manifestaciones pacíficas por las calles de Leipzig se hicieron con las últimas tecnologías digitales.

En los Premios del Cine Alemán correspondientes a 2019, Fritzi. Un cuento revolucionario fue nominada como mejor película para niños. Por su parte, los críticos le concedieron ese galardón. A este se han sumado otros obtenidos en festivales internacionales de Noruega, México y Corea del Sur. Se reconocen así los méritos del film por contribuir a que los jóvenes de hoy puedan comprender lo sucedido en 1989. Unos hechos que demostraron cómo una protesta pacífica puede ser capaz de lograr que un régimen totalitario se tambalee.

Tráiler en español:

© cubaencuentro

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