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Actualizado: 17/05/2024 12:58

Artes Plásticas

Identidad, lenguaje y contexto histórico

Una exposición itinerante con obras de 61 creadores cubanos del siglo XX recorre varias ciudades de Brasil.

No fueron sido pocos los turistas, transeúntes, curiosos y admiradores del arte cubano que, desde el 31 de enero y hasta el pasado 23 de abril, al pasar frente al Centro Cultural Banco do Brasil (CCBB) —localizado a escasos metros del tradicional Marco Zero de la capital paulista— entraron al vestíbulo para observar, no sin desconcierto, una gigantesca granada de mano que parecería una provocación, pero no lo es.

Esta obra de Los Carpinteros (que con gusto compraría para usar como gavetero) abrió, en todo caso por su tamaño, la primera gran exposición itinerante de arte cubano que jamás haya pasado por Brasil, ni salido de Cuba. En Río de Janeiro podrá ser visitada del 15 de mayo al 16 de julio, y luego en la Capital Federal, entre el 1 de agosto y el 24 de septiembre.

Ampliamente divulgada en los medios de comunicación de todo el país, incluyendo la globalizada TV Globo, programas de radio, sitios electrónicos, revistas semanales y diarios de las más variadas tendencias ideológicas, con la llegada de Arte de Cuba, el gobierno brasileño retribuye a la Isla el gesto estratégico y afectuoso de la última edición de la Bienal del Libro de La Habana, dedicada a la literatura de Brasil. Acuerdos oficiales y firmas protocolares mediante, la muestra incluye 117 obras de 61 artistas cubanos del siglo XX (pinturas, esculturas, dibujos, instalaciones, grabados, vídeoarte), procedentes del acervo del Museo Nacional de Bellas Artes (MNBA), a excepción de algunas piezas pertenecientes a colecciones de los propios artistas.

Más allá de los convenios que oficializaron esta gira del patrimonio artístico cubano por el mayor país de América Latina, sin la iniciativa de Rodolfo de Athayde, cubano residente en Río de Janeiro, y sin el patrocinio generoso del Banco do Brasil, probablemente los turistas, transeúntes, curiosos y admiradores del arte cubano hubieran pasado de largo frente a las puertas siempre abiertas del CCBB.

Los ochenta y los noventa

La curadoría de la exposición fue preparada por Ania Rodríguez, graduada en Historia del Arte por la Universidad de La Habana. La selección de obras, realizada con el beneplácito de la directora del MNBA, apela al criterio de representatividad ideoestética e institucional, a partir del cual se realiza un recorte panorámico, partiendo del movimiento moderno de la pintura cubana (la influencia de las vanguardias europeas) hasta el arte contemporáneo, que, al parecer, para el MNBA se reduce a las piezas que algunos de sus creadores más prolíficos abonaron antes de salir de Cuba.

Siguiendo el criterio de Ania Rodríguez, las líneas de interés que atraviesan la muestra son el compromiso del artista con su contexto histórico, el rastreo de los elementos formadores de la identidad nacional y la experimentación con los lenguajes artísticos, desde la Exposición de Arte Nuevo (1927), el Grupo Los Once (1953-1955), Diez Pintores Concretos (1953) hasta Volumen Uno (1982 ).

Al igual que los de 1927, o Wifredo Lam, los artistas de este último grupo, conocido como generación de los ochenta, ganan gran visibilidad dentro de la muestra, junto a los de los años noventa, por su trabajo conceptual, de fuertes marcas políticas y antropológicas (Gustavo Acosta, Sandra Ramos, Eduardo Ponjuán, José Bedia, Flavio Garciandía, Leandro Soto, Humberto Castro, Arturo Cuenca, Tonel, Zaida del Río, Consuelo Castañeda, Carlos Estévez, Belkis Ayón).

El espacio del elegante edificio del CCBB, funcional para otro tipo de exposiciones, sólo resultó suficiente para apretujar las obras. Distribuidas en cuatro segmentos —"Surgimiento y consolidación del arte moderno", "Arte moderno y contemporáneo", "Arte contemporáneo años 80", "Arte contemporáneo años 90"—, prácticamente cualquier obra se encuentra de manera aleatoria al lado, al frente, o distante de cualquier otra de la que debería estar cerca. Tales segmentos están localizados en tres pisos con varias salas de exhibición (incluyendo los pasillos) y un subsuelo que la prensa local prefiere denominar "foyer".

En verdad, no hay que reclamar de lo que nos muestran, pero sí de cómo lo han dispuesto. Los difuntos (Víctor Manuel, Portocarrero, Mariano, Abela, Carlos Enríquez, Jorge Arche, Fidelio Ponce, Pogolotti, Diago, Arístides Fernández) se encuentran en el tercer piso: en el cielo, que desciende al segundo piso, donde se mezclan, de manera casi mitológica, los vivos y los muertos. Aquí, la fotografía del cadáver del Che, que Paris Match no debió divulgar sólo para que no llegara nunca a manos de José Ángel Toirac (video-instalación), sirve de antesala para otro panteón: obras de Lam, Amelia Peláez, una vez más Portocarrero, Raúl Martínez, Fayad Jamís (de quien hubiera preferido colgar un poema), y otros, como Dolores Soldevilla, que con dolor olvido.

Entretanto, para saber que Antonia Eiriz pintaba o ensamblaba objetos debemos pasar por Raúl Martínez, cuya obra puede ser rastreada también, gracias a la geometría de las líneas curatoriales, en otra sala del segundo piso. Sorprende más encontrar a Mendive y a Tomás Sánchez en entrecortado diálogo con Consuelo Castañeda o Lázaro Saavedra.

Para mayor instrucción del público brasileño, esta significativa colección de arte cubano se exhibirá en otras ciudades, donde tal vez productor y curadora tengan la ventaja de reorganizar el patrimonio institucional en amplios salones. Puede que esta primera parada se trate más bien de una suerte de relectura del MNBA en la distancia. Para ser justos con las limitaciones de espacio podríamos adaptar a esta osadía de montaje el famoso dictado de la justicia socialista: de cada cual según el tamaño de su cuadro, a cada cual el tamaño de su pared.

© cubaencuentro

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