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Actualizado: 15/05/2024 1:03

Teatro

La intrahistoria reciente

Puesta en escena de obras de Nilo Cruz y Eduardo Machado en Chicago. Preocupaciones y vivencias de cubanos.


Este otoño se han llevado a las tablas en la ciudad de Chicago dos obras de dramaturgos de la Isla llegados a Estados Unidos cuando eran niños, durante las oleadas de refugiados volcadas repetidamente sobre este país.

Las obras, escritas en inglés, plantean aspectos de la problemática cubana que son parte de la memoria colectiva por su impacto sobre varias generaciones. Evocan eventos que siguen reclamando una catarsis nacional para liberarse de su presencia demoníaca en el recuerdo. De ahí que se hayan convertido en materia dramática.

Los autores son ya ampliamente conocidos en el mundo teatral: Nilo Cruz, autor de Ana en el Trópico, es el primer hispano en ganar un premio Pulitzer de teatro, y Eduardo Machado, con más de cuarenta obras en su haber, como Cuba and the Night y Havana is Waiting. El hecho de que estas piezas hayan coincidido en la programación de otoño de teatros importantes de la ciudad, el Goodman y el Victory Gardens, indica el nivel de interés que provocan unos dramaturgos cuya actividad creativa se centra casi exclusivamente en la sociedad cubana y sus costumbres, contradicciones y paradojas.

Mujeres en dos escenarios

Al representarse con unos pocos días de diferencia, los espectadores han podido captar preocupaciones comunes y semejanzas en la manera que destilan las vivencias de los cubanos en épocas recientes. Aunque se desarrollan en escenarios muy distintos, una mansión del Vedado y una casa modesta en un pueblo, estos dramas otorgan un papel central a la mujer como centro de la vida de una familia, en la que se incluyen primos y amigos, además de extraños que, por una razón u otra, aparecen en escena para desatar los poderes de una femineidad ignorada o reprimida por los hombres de su entorno.

A pesar de las dificultades que soportan, los personajes consiguen ir más allá de sus limitaciones, para no dejarse aplastar por un caos que minimiza su capacidad para entender lo que pasa a su alrededor. Las tensiones familiares, la incomprensión y el egoísmo, disimulado con pretensiones de todo tipo, se suman a las exigencias y consignas que los atormentan.

Las dos protagonistas se resisten al cambio y resienten la violencia sicológica que las presiona por todas partes. Su fuerza de carácter es lo que posibilita que otros en su círculo íntimo puedan renovarse, aunque dejando siempre que las mujeres lleven la nave adelante. Su fuerza surge de una psicología que las define como seres excepcionales y complejos.

Gladis, la cocinera

The Cook (La cocinera), de Machado, plantea la situación dramática a partir de una cocinera negra, Gladys, magníficamente representada por Karen Aldridge. La protagonista se entrega a su trabajo con orgullo de artesana, sorprendiendo a todos con su increíble talento para crear los mejores sabores y texturas culinarias. El matrimonio para el que trabaja Gladys lo conforman un batistiano importante, y su esposa, que ansía tener un hijo pero ve pasar los años sin lograr concebir.

Adria y Gladys son buenas amigas y se cuentan sus intimidades, además de que la primera no puede prescindir del arte culinario de Gladys para impresionar a todos los que la visitan. La obra se abre la noche del 31 de diciembre de 1958, justo unos minutos antes de que la pareja tenga que recoger la maleta y largarse, dejando a la cocinera con un poco de dinero, y a los invitados en plena fiesta, ahora sin los anfitriones.

El resto de la obra nos lleva por varias etapas de la intrahistoria cubana, incluyendo la persecución de los homosexuales —un primo de Gladys es encarcelado cuando ella se niega a entregar la casa a un alto funcionario del gobierno, a pesar de que le ofrecen a cambio liberar al estigmatizado— y la irrupción en el tercer acto del "período especial", cuando el país tuvo que abrirse al turismo extranjero para suplantar los subsidios que enviaba la ya difunta Unión Soviética.

Durante todos estos años, 38 en total, Gladys se ha mantenido con la ilusión de que un día Adria volverá y ella podrá entregarle su casa en el mismo estado en que la dejó. Mientras tanto, tiene que enfrentarse a la infidelidad de su marido, Carlos, el antiguo chofer de la casa y ardiente revolucionario, quien tiene una hija con otra mujer y llega a pedirle que la permita traerla a vivir con ellos.

El machismo de Carlos y su intolerancia hacia todos los que piensan diferente contrasta con la fortaleza interior de Gladys, quien con los años no pierde el amor a su trabajo y hasta pone un "paladar" que se hace famoso entre los turistas.

Cuando Lourdes, la hija de Adria nacida fuera de Cuba, se aparece con su marido bostoniano para ver la casa de sus padres por primera vez, la antigua cocinera la recibe con gran alegría y, para su sorpresa, descubre que la joven nunca ha oído hablar de ella. Contrario a lo que Gladys pensaba, Adria la acusa de haber usurpado su propiedad aprovechándose de la situación política.

En unos minutos, Gladys abandona su ilusión, al verse por primera vez a través de los ojos de Adria, ahora amargada y desplazada a un mundo muy distinto, pero con el cual su hija se identifica plenamente. Este desengaño hace que la cocinera asuma conscientemente su papel de dueña de la casa y del negocio. La propiedad privada se convierte entonces en señal de que Gladys ha asumido una legítima autonomía. Acepta que sólo su presencia ha hecho posible la continuidad de un espacio disputado por muchos.

Una nueva visión de lo posible

El drama de Nilo Cruz, A Park in Our House (Un parque en nuestra casa), también incluye la mezcla de generaciones: una pareja de adultos, un joven fotógrafo, una muchacha que sueña con la Unión Soviética y se la imagina a través de sus lecturas, un niño que no puede hablar, y un científico de Alma-Atá a quien han dado permiso para que vaya a la Isla a investigar plantas autóctonas, aunque habría preferido Brasil, un sitio que sus superiores no consideraban "apropiado" para él.

Todos son personajes atormentados por deseos que no pueden satisfacer. La más inocente es Pilar, una jovencita que quiere visitar el lejano país de los bolcheviques, pero termina como amante de Vladimir, un huésped temporal que finalmente pide asilo en la Embajada de Brasil para largarse a cumplir sus anhelos. A pesar de su corta estancia en el hogar cubano, el soviético provoca una crisis, en parte porque su actitud lleva a los otros personajes a enfrentarse a sus deseos, hasta entonces alejados del espejo de sus conciencias.

Hilario, el esposo de Ofelina, se da cuenta de que no importa cuánto trabaje en el modelo para el proyecto del parque ideal que planean hacer en el municipio, nunca logrará una proporción perfecta. Al comprender que está condenado a ser un subalterno bajo los antojos de jefes ignorantes o caprichosos, una situación a la que Vladimir se resignó mucho antes, descubre que acercándose a la naturaleza en toda su sensualidad —como la aprecia Ofelina—, puede abrirse a un modo de existir mucho más genuino, porque se basa en esa esencia tropical que caracteriza lo cubano.

Las noches asfixiantes y el ruido del mar recrean un fondo tórrido donde se lleva a cabo la escena ritual en que Ofelina, amante de los perfumes, invoca a los orishas para que permitan que Camilo vuelva a hablar. En la escena siguiente, se oyen los gritos del niño, que descubre aterrorizado a su primo Fifo con una soga para ahorcarse, porque no quiere que lo fuercen a cortar caña en la Zafra de los Diez Millones y teme que le cancelen una exposición de fotografías por razones políticas.

La incomprensión entre los miembros de la familia, las discusiones acaloradas y la incertidumbre de los jóvenes se atenúa con el ambiente tropical evocado en el estrecho espacio de la casa en que viven. El calor exacerba la imaginación y los sentidos, haciendo que Pilar crea descubrir en la piel de su amante Vladimir los aromas y sabores que describían los novelistas rusos.

Ella representa una Cuba casi inocente, enamorada del exótico país gigantesco del que ha leído, mientras que Ofelina es la Cuba de la tierra y del mar, una mujer que encierra los misterios del placer disfrutado en la unión con la naturaleza abundante que la rodea. Este efecto también se nota en la curiosidad de Camilo, que quiere saber qué son el sexo y el amor, y vigila a Pilar y Vladimir cuando se abrazan en la oscuridad.

Un ideal utópico

Ambas obras nos plantean la realidad de una Cuba que sueña con seguir siendo ella, pero también vive innumerables desencuentros con nuevos espacios que la abordan —pensamos en el mapa de su país que traza Vladimir en el suelo— lugares de donde provienen seres que provocan sorpresa, dolor y sentimientos de abandono, en parte porque no conocen nuestra propia identidad.

En esta especie de alegoría vemos un país que persigue un ideal utópico en su perfección, o reclama un momento privilegiado, parte de un pasado que, por un instante, cree recuperar y se desvanece como una ilusión. La misma angustia que sufren los personajes en su laberinto cuando chocan con sus sueños, les obliga a apoyarse en una fuerza interior para volver a lo que son y alcanzar una nueva visión de lo posible.

© cubaencuentro

1 Comentarios


1 by Fiel seguidor (Usuario no autenticado) 17/12/2007 20:40

Excelente la reseña y excelente que la publiquen aquí. Como ya he dicho en otros comentarios, nunca es poco el espacio que debemos darle al teatro. Gracias cubaencuentro!

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