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Actualizado: 19/05/2024 23:18

Literatura

La teodicea de Amadeo Terra

'El forjador de puros', la última novela de Pablo Medina, ha sido editada en español en Estados Unidos.

"Lo contrario de la vida no es la muerte sino la indiferencia", decía el escritor judío Eli Wiesel. Si tenemos en cuenta esta afirmación se reconoce que un hombre ya cerca de la muerte, inmovilizado en la cama de un sanatorio tras un derrame cerebral, no es precisamente el mejor candidato para luchar contra esa anulación de la vida que es la indiferencia, indiferencia de sus familiares, de los encargados de cuidarlo o lo que es más temible, tratándose de una novela, la indiferencia del lector.

Estas son las circunstancias de Amadeo Terra, protagonista de la novela del escritor Pablo Medina The Cigar Soller, recientemente publicada en español con el título de El forjador de puros. Desde las primeras páginas del libro, Amadeo Terra, abandonado por todos y por todo, incluso por su cuerpo, parece dar la razón a Eli Wiesel: frente al drama de la más absoluta desolación que sufre este antiguo torcedor de tabacos, la muerte termina pareciéndonos un drama bastante menor.

Sin embargo, basta una cucharada de compota de mango para que Amadeo Terra encuentre el acceso a la más persistente forma de vida que conocemos los humanos, el recuerdo. Desde ese momento el lector empieza a adquirir conciencia de las inquietantes metáforas que encarna el personaje: la metáfora de una vida más acá del cuerpo y, como remedo irónico de esa utopía de tantos místicos, la metáfora de la conciencia y la memoria casi en estado puro. Utilizo el término "casi" porque, pese a la inmovilidad del cuerpo de Amadeo, este no cesa de recordarnos su presencia, sus incapacidades y sus mínimas victorias.

Conocerse a sí mismo

La conciencia del alcance de estas metáforas llega al lector desde las primeras páginas de la novela, certidumbre que luego se confirma explícitamente: "Amadeo no siente correr por sus venas otra cosa que no sean sus pensamientos, lo que equivale a decir su esencia. Su vida se ha reducido a eso. Es como si Dios le hubiese gastado una postrera broma pesada antes de abandonarlo. Voy a quitarte tu cuerpo para que sepas lo que es ser espíritu puro". Desde este punto es que Amadeo emprende su particular teodicea, el arduo conocimiento de su dios particular que es la memoria. El personaje, ateo confeso, llega a reconocer literalmente a su memoria como un dios, exigente como pocos: conocerlo implica la no siempre agradable tarea de conocerse a sí mismo.

En el caso de Amadeo el desasimiento del cuerpo no redunda en una ascensión espiritual sino en una caída. Para redondear esta especie de ironía mística, el Amadeo Terra que muestran esos recuerdos que ahora lo acompañan en su invalidez no es alguien especialmente espiritual, ni particularmente inclinado a los exámenes de conciencia. Terra (con ese apellido que es pura materia) dista de ser un individuo a quien consideramos una buena persona.

Guarda un aire de familia con aquellos bisabuelos y tatarabuelos de los cuales se cuentan tantas leyendas terribles: figuras patriarcales que imponían su voluntad en derredor con la fuerza de su mirada o de sus brazos; esos cuyos pasos en la vida eran dictados por toda clase de apetitos y a quienes nunca pudimos imaginar reconsiderando cualquiera de sus acciones.

En El forjador de puros, uno de esos seres brutalmente míticos que en buena parte de Latinoamérica suele introducir las genealogías, se halla en una situación inédita e irremediable. Está inmovilizado en la cama de un asilo norteamericano, en medio de enfermeras eficaces y distantes con las que sus parpadeos resultan tan inútiles como su cuerpo, incapaz de corresponder al rutinario manoseo de estas. O sí. Al tratamiento impersonal de las enfermeras, el protagonista riposta con designaciones no menos impersonales: Enfermera, Enfermera II, en contraste con los nítidos rostros del pasado que atiborran sus recuerdos.

En la batalla por la vida —considerada esta como algo más que la conservación de ciertas funciones vitales— y contra la indiferencia, Amadeo debe recuperar aquello que lo hace justamente diferente. Se trata del pasado que, imposibilitado de darle nuevo sentido con alguna corrección desde el presente, debe asumir definitivamente como destino. Aunque en ese pasado hay mucho de lo que arrepentirse, el personaje no puede renunciar a repasarlo.

Con todas sus resonancias terribles, ese destino es lo que hace de él algo más que un pedazo de carne que las enfermeras limpian y alimentan cada día. Amadeo Terra, a pesar de sus defectos, ha encontrado al fin la posibilidad de ser un hombre de carácter, según lo define Roger Roeff en el libro Hospitality Suite: alguien que tiene la oportunidad de descubrir que las cosas de las que puede arrepentirse ya son definitivamente irremediables y aprende a convivir con ellas.

Si hay algo de lo que Terra no se arrepiente es de su vida como torcedor de tabacos. Ha podido mostrar su destreza y, lo que es más importante, ha sido juzgado "por su destreza en el banco de forjar y por su capacidad para trabajar. Si un hombre es tramposo eso no importa; si es un adúltero o un abusador o un ladrón o un bribón callejero, no importa. En tanto sea un buen forjador será respetado, se le tratará como es debido y con deferencia. En la soledad y oscuridad de su cuarto, Amadeo comprende muchas cosas que pasó por alto cuando poseía todas sus facultades".

En este pasaje reside una de las grandes virtudes de la novela y por tanto de su autor: la capacidad de concebir al personaje con la sensibilidad suficiente para comprender su modo de pensar a pesar de sus terribles actos, sus humanas miserias, de las cuales no se ahorra ninguna al lector. Al autor debemos agradecer la sutileza para hacernos entender el sistema de trampas y coartadas que permiten a Amadeo Terra convivir con su destino.

Parte de esa sutilidad consiste en hacer creíble el momento en que el personaje, sin nadie ante quien justificarse, debe rendir cuentas ante sí mismo mediante un meticuloso y cruel ejercicio de memoria. Sólo así, con la complicidad del propio Amadeo, se puede entender un tipo de mentalidad masculina que ahora parece distante pero que, dada la profundidad de su arraigo en la idea de lo masculino, sobrevive aún.

Un hombre a través del pasado

En un artículo y alguna que otra entrevista el autor ha declarado que El forjador de puros es resultado de un dramático desvío de su plan original. Lo que iba a ser una extensa saga sobre la emigración cubana a Tampa y la vida de los tabaqueros, un gran fresco histórico, terminó en la reflexión sobre sí mismo de un hombre a través del pasado. No es que la Historia con mayúsculas esté ausente en estas páginas: las referencias directas o indirectas a la vida colonial, las dos guerras de independencia, la presencia de José Martí y las dificultades laborales de los tabaqueros emigrados en Tampa aparecen una y otra vez en estas páginas, si bien de manera episódica.

De los veinte años de investigación que, según confiesa el autor, empleó en indagar sobre estos temas, se ofrece una fracción relativamente pequeña. Sin embargo, pese a su aparente ausencia, este conocimiento se hace tangible en la precisión de ciertos detalles y el sentido de verosimilitud con que envuelve la trama. Entiendo o al menos creo entender el sentido y el valor que llevó a Medina a prescindir de buena parte de todo este esfuerzo.

En el artículo mencionado, el autor apunta que empezó a escribir un libro sobre historia y terminó uno sobre el destino, porque cuando historia y destino se encuentran en un individuo se hacen inseparables. Por otra parte, en un comentario sobre el libro Exiled Memories, la crítica Isabel Álvarez Borland refiere que los recuerdos de Medina se convierten en medio para asegurar la sobrevivencia de una identidad colectiva.

En el caso de El forjador de puros, el autor avanza por otros territorios, mucho más personales, individuales. El sentido de esta decisión responde a que cuando se asumen las responsabilidades por las que ninguna otra persona puede responder, cuando no se trata de ser algo sino simplemente de ser, la historia y las identidades colectivas no son sino una disculpa, un refugio más o menos cómodo, más o menos engañoso.

Pablo Medina, en cambio, ha obligado a Amadeo Terra a salir a la intemperie donde se expone todo destino humano cuando se confronta a sí mismo, un riesgo que cada lector puede sentir en su piel, empezando por el primero de ellos: el escritor.

Mucho más se puede decir de este libro, del equilibrio de su estructura, de la cadencia de sus frases, que aunque escritas originalmente en otro idioma, resultan extrañamente familiares. Sin embargo, he preferido empezar y terminar por ese viejo riesgo cada vez más desusado de revolver en las entrañas de los personajes las de toda la humanidad. Basta este riesgo para que no pueda evitar extenderle mi agradecimiento de lector.

© cubaencuentro

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