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Actualizado: 28/03/2024 20:07

Literatura, Literatura cubana, Poesía

«Les dejo el tiempo, todo el tiempo»

Centenario de Eliseo Diego

Eliseo Julio de Jesús de Diego Fernández-Cuervo (La Habana, 2 de julio de 1920-Ciudad de México, 1 de marzo de 1994): Eliseo Diego, poeta, traductor, ensayista y narrador cubano que hoy jueves, cumple cien años. “Soy, de oficio, poeta, es decir: un pobre diablo a quien no le queda más remedio que escribir en renglones cortos que se llaman versos. Y lo hago no por vanidad o por el deseo de brillar, o qué sé yo, sino por necesidad, porque no me queda más remedio que escribir estas cosas que se llaman poemas”.

Cofundador de la Revista Orígenes (1944-1956) —dirigida por José Lezama Lima—, integrada por Cintio Vitier, Fina García Marruz, Octavio Smith, Julián Orbón, Gastón Baquero, Agustín Pi, Ángel Gaztelu, Lorenzo García Vega, Virgilio Piñera y Justo Rodríguez Santos. Uno de los grupos poéticos más trascendentales de la lengua española, que cuaja en un movimiento literario significativo y categórico de la cultura cubana de presencia determinante con publicaciones emergidas entre 1937 y 1944 (Verbum, Espuela de Plata, Nadie Parecía…), las cuales cristalizan en la “revista más importante del idioma” (Octavio Paz). Orígenes se publicó en La Habana durante doce años (1944-1956).

Eliseo Diego inicia su carrera literaria a los diez años de edad cuando rasguea sus primeros cuentos infantiles; a los 22 da a conocer el volumen de relatos En las oscuras manos del olvido (1942), que asombra a su amigo, el poeta Cintio Vitier. En la Calzada de Jesús del Monte (1949) constituye uno de los más preciados tesoros de la lírica cubana. “Por la Calzada de Jesús del Monte transcurrió mi infancia, de la tiniebla húmeda que era el vientre de mi campo al gran cráneo ahumado de alucinaciones que es la ciudad”. La recordación entretejida con iconografías de la niñez desde una modulación que es cántico y, a la vez, confidencia: “Escribo todo esto con la melancolía de quien redacta un documento”.

El transcurrir y la existencia, la muerte y la extrañeza, la tregua y los sigilos, el desamparo y el deseo, la nostalgia y el tiempo, la ciudad y la naturaleza, el polvo y los afanes: el autor de “Comienza un lunes” configuró iconografías límpidas que el lector acoge con naturalidad afectiva y las hace suyas: estrofas cordiales en que la verdad cotidiana es el “relumbre bermejo de la sangre”. Designar los sucesos en el albor de la intemperie para que no se confundan con los sueños, sino con lo que es la vida en el agasajo del viento: ficciones tejidas en el “sacramento gozoso de la lluvia”.

Por los extraños pueblos (1958): bitácora de nostalgias que ascienden en los retumbos de la memoria. La familia como reafirmación de identidad y asimismo, inmediación con lo cotidiano (la “real belleza de las cosas”): el domingo y los festejos, los trenes y los paseos, las piedras y los templos, el circo y los espejos, los colores y las cenizas, la sed y la fiebre, los lienzos y las murmuraciones: “Vamos a pasear por los extraños pueblos / ungido con la sombra leve de los jazmines / y el olor de la noche como un recuerdo”. Discurso poético que se nutre del esplendor que late en los misterios de las rutinas: “El sitio donde gustamos las costumbres, / las distracciones y demoras de la suerte, / y el sabor breve por más que denso, / difícil de cruzarlo como fragancia de madera”.

El oscuro esplendor (1966) y las pausas extendidas donde un “niño distraídamente solitario empuja / la domada furia de las cosas, olvidando / el oscuro esplendor que me ciega y él desdeña”. Canciones, salmos, silencios y tinieblas desplegados sobre la ingenuidad antigua del sol. Espirales de ocasos que conversan con la noche: los abuelos revisan los armarios con la prudencia piadosa del desvelo. Aquí el poeta se “aventura en un diálogo cara a cara con su entorno” (Rafael Rojas). En este cuaderno aparecen varios de los poemas cardinales de la poesía cubana del siglo XX: “Todo el ingenuo disfraz, toda la dicha”, “Acerca de la luna”, “Y cuando, en fin, todo está dicho”, “Tú te inclina despacio a la tristeza”, “Toda la sombra”, “Oración para toda la familia”, “En un roce inocente con la luz”… / El poeta enumera sus “Tesoros”: “Un laúd, un bastón, / unas monedas, / un ánfora, un abrigo // una espada, un baúl, / unas hebillas, / un caracol, un lienzo, / una pelota”.

Versiones (1967), Muestrario del mundo o Libro de las maravillas de Boloña (1967), Los díasde tu vida (1977), A través de mi espejo (1981), Inventario de asombros (1982), Soñar despierto (1988), Cuatro de oros (1991): acuarela en que la realidad se columpia en los perfiles verticales de paisajes recónditos: el verbo, nunca enigmático, desglosa los vínculos con la experiencia del mundo. “Adentrándose en las cosas más humildes, en el polvo, en la pobreza misma, la poesía de Eliseo Diego llega a erigirlas”: María Zambrano.

Poeta que emprendió una Conversación con los difuntos y nos regala las voces de sus amigos en traducciones al español que evocan una sensación de fragancia lingüística deslumbrante: Andrew Marvell, G. K. Chesterton, Joseph Blanco White, Walter de la Mare, William Butler Yeats, Thomas Gray, Langston Hughes, Robert Browning, Coventry Patmore, Ernest Dowson, Rudyard Kipling, Edna ST. Vicent Millay: la traducción como un juego de naipes sobre una mesa de cristal que convierte en relámpago los acasos.

Cuadernillo de Bella sola o una declaración de amor bajo las frondas del sol jubiloso: un bolero de cadencias radiantes o un vals con ondulaciones de plegaria. “Ya te miro venir, ligera y leve, / volando las escalas del teatro, / la boina al sesgo de tu pelo lacio, / radiante y feliz, hecha de aromas. / Das a amigo un libro, me sonríes, / después te vuelves y tu esbelta espalda / escaleras abajo es una música / y es una puertecita hacia la dicha”. Un hombre enamorado que se dejó embrujar por la niña Bella: “tan niña a vida pura”.

Un salmo suyo, “Pequeña historia de Cuba”, sintetiza con vehemencia melancólica algunos capítulos azarosos de la Isla: “Los españoles no hicieron aquí cosas muy grandes, / pero tampoco, es cierto, las hicieron los indios, esos pobres, / que en vez de templos o pirámides nos legaron cazuelas, / en vez de altares para la sangre, recipientes / para el casabe. No sabían mucho, eran más bien felices / y no escribieron nunca. En Cuba no había oro. / […] / No trajeron, los negros, en la estrechez de los barcos negreros, / más que su música y sus bailes y esa voz que resuena como / en el mismo corazón del hombre. / […] /Mañana será la isla como la vio Cristóbal, el Almirante, el genovés de los duros ojos / abiertos, / en amistad la tierra con el mar, tierra naciente / de transparencia en transparencia, iluminada”.

Eliseo Diego, aferrado a los amarraderos del lunes (“La eternidad por fin comienza un lunes / y el día siguiente apenas tiene nombre / y el otro es el oscuro, el abolido”), nos dejó su “Testamento”: “Habiendo llegado al tiempo en que / la penumbra ya no me consuela más / […] / decido hacer mi testamento. / Es este: / les dejo / el tiempo, todo el tiempo”.

Los cuentos de Eliseo Diego

Releo por estos días los libros de Eliseo Diego. Visitaba yo en las tardes la Biblioteca Nacional José Martí: muchas veces lo vi en su oficina del Departamento de Literatura y Narraciones Infantiles, que dirigía con empeño. Fue Reinaldo Arenas, quien me lo presentó una mañana del mes de abril del año 1969. Leía una edición de En la Calzada de Jesús del Monte, le pedí que me la dedicara: “Para Carlos, en el asombro que me produce saberlo caminante de esta calzada de mi infancia”.

Cuentos (Ediciones El Equilibrista, Secretaría de Cultura, México, 2014): todos los relatos de Eliseo Diego reunidos por su hija Josefina de Diego: En las oscuras manos del olvido (1942), Divertimentos (1946), Muestrario del mundo o Libro de las maravillas de Boloña (1968), Noticias de la Quimera (1975) seguido de Narraciones no incluidas en libros y Narraciones inéditas.

“Eliseo Diego es conocido, fundamentalmente, por su poesía, pero pocos saben que sus primeros escritos fueron en prosa. Tenía sólo veinte años cuando le leyó a su novia Bella García Marruz, a su hermana Fina y a su entrañable amigo Cintio Vitier, sus relatos iniciales”, refiere Josefina en la presentación de este volumen: bitácora de celajes y sombras, lluvias y canciones, espejos y naipes, patios y hojarascas, niñas y estaciones, mapas y destinos… /

Cuadernos de presagios y tientos, disfraces y sueños, nigromancias y laberintos, polvos y vueltas en que “La tarde que mi madre dijo que iríamos a la quinta de la torrecilla alta y negra, que era el centro de nuestro horizonte, sentí una oscura angustia. En torno a aquella torre se apretaban las sombras, y era el corazón de piedra, poderoso como una enfermedad infatigable, que centraba la carne de la noche, regándola de sangre”.

Regreso a estos folios: vuelvo a resguardarme en el prodigio. Hay una “Historia del antiguo espejo de luna”, donde el Tío Manuel de “aspecto melancólico y bondadoso” se mira por última vez en el espejo y encuentra que sus bigotes son cenizos, no, blancos; y otras, “El jamaiquino”, “Del viejito negro de los velorios”, “El hombre de los Dientes de Oro”… / Fabulaciones: la luz se hace cómplice de las olas del sueño en un perpetuo movimiento de cadencia constelada.

© cubaencuentro

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